Un regreseo inesperado

Ahora nuestra historia comenzó con una mezcla de alegría y aprehensión. El nacimiento del hijo de Lady Victoria había sido un recordatorio conmovedor de la fragilidad de la vida y la importancia de valorar cada momento. Mientras el bebé luchaba por su salud, nosotros nos aferrábamos a la esperanza y nos prometíamos estar allí el uno para el otro, sin importar lo que sucediera.

Cada día parecía una eternidad en la mansión. El tiempo transcurría lento, marcado por la preocupación constante por la salud del bebé y las tensiones que se acumulaban en el aire. Lady Victoria, aunque visiblemente debilitada después del parto, hacía todo lo posible por mantener una fachada de felicidad y plenitud materna. Sus movimientos eran cuidadosos y ensayados, mientras trataba de ocultar las señales de agotamiento y dolor.

Observarla sosteniendo a nuestro hijo en sus brazos me llenaba de una mezcla de emociones. Por un lado, sentía alivio al ver que el bebé estaba a salvo y crecía bajo el cuidado de una madre cariñosa. Sin embargo, también había un nudo en mi pecho, una sensación de inquietud que no podía ignorar. La conexión entre Lady Victoria y el bebé iba más allá de lo que consideraba normal, y esa cercanía me resultaba incómoda.

Alexander, por su parte, se esforzaba por equilibrar sus deberes como esposo y padre con sus sentimientos encontrados. Sus ojos reflejaban la confusión y la lucha interna mientras trataba de encontrar el lugar correcto para cada una de las mujeres en su vida. Era evidente que amaba a su hijo y quería asegurarse de su bienestar, pero también había un vínculo profundo y complicado con Lady Victoria, una historia de amor de infancia que no podía ser borrada fácilmente.

En medio de esta compleja dinámica, me encontraba a mí misma en un estado de perpetua observación y espera. Cada gesto, cada palabra, era analizada en busca de indicios y señales. Buscaba cualquier atisbo de falsedad, cualquier indicio de que Lady Victoria no era la madre amorosa y abnegada que pretendía ser.

Los días se desvanecían en una rutina aparentemente tranquila, pero bajo la superficie, las tensiones aumentaban. Me sentía atrapada en un juego de apariencias y expectativas, sin saber a quién confiar mis preocupaciones y sin poder expresar abiertamente mis dudas y miedos.

En los momentos de soledad, mi mente se llenaba de preguntas sin respuesta. ¿Qué estaba ocultando Lady Victoria? ¿Cuáles eran sus verdaderas intenciones? ¿Podría confiar en Alexander para proteger a nuestro hijo y a mí? El vértigo de la incertidumbre me envolvía, mientras luchaba por mantenerme firme y proteger lo que más amaba en medio de un laberinto de secretos y decepciones.

La vida en la mansión seguía su curso, pero en lo más profundo de mi ser, sabía que algo no estaba bien. Era solo cuestión de tiempo antes de que las verdades ocultas salieran a la luz y se desencadenara una tormenta que amenazaría con romper los frágiles lazos que aún nos unían. Mientras tanto, seguí navegando en este mar de incertidumbre, con la esperanza de encontrar respuestas y la fortaleza para enfrentar lo que vendría.

En medio de esta tensa dinámica, una sombra se cernía sobre nosotros. Lady Victoria, en su insistencia por asegurar el reconocimiento de Alexander como padre de su hijo, utilizaba su situación como un arma emocional. Cada vez que estábamos juntos, hacía alarde de su conexión con el bebé, buscando provocar celos y dudas en mi corazón.

Pero a pesar de sus intentos, yo me aferraba a la convicción de que el verdadero vínculo entre un padre y un hijo no se basa en la sangre, sino en el amor y la dedicación. Mis sentimientos hacia aquel pequeño ser que luchaba por su vida iban más allá de la biología. Aunque no fuera su madre biológica, estaba dispuesta a amarlo y protegerlo como si lo fuera.

Sin embargo, la tensión seguía creciendo a medida que las manipulaciones de Lady Victoria se intensificaban. Sus palabras y gestos calculados lograban sembrar la duda en mi mente y alimentaban la inseguridad que yacía en lo más profundo de mi corazón. Me preguntaba si Alexander podría resistir la presión y dudas que ella había logrado crear.

En medio de esta tormenta emocional, una figura inesperada apareció en escena: Lord Harrington, el padre de Alexander. Había permanecido en silencio durante gran parte de nuestra historia, pero ahora parecía decidido a redimirse y reparar los errores de su pasado.

Lord Harrington reveló una verdad dolorosa y trascendental: la conexión entre Lady Victoria y él. Sus oscuros tratos y conspiraciones no solo estaban relacionados con la ambición y el poder, sino también con su relación ilícita con Lady Victoria. Ella había sido su cómplice y amante en aquellos días de deshonor.

Las palabras de Lord Harrington resonaron en mi mente, revelando una red de traición y engaño que se había extendido durante años. Lady Victoria había usado su influencia sobre él para asegurar su posición en la alta sociedad y así garantizar un futuro cómodo y seguro para ella y su hijo.

El impacto de esta revelación fue inmenso. Lady Victoria había jugado un juego peligroso, utilizando al bebé como un arma para atrapar a Alexander en sus redes. Era una manipuladora consumada, capaz de sacrificar la felicidad y la tranquilidad de todos a su alrededor para satisfacer sus propios deseos.

En ese momento, la máscara de Lady Victoria se desvaneció, revelando su verdadera naturaleza. Ya no era solo la mujer seductora y manipuladora, sino una mujer dispuesta a causar dolor y destrucción con tal de obtener lo que quería.

Mi historia se complicaba aún más con la llegada inesperada de otro personaje. MÍ amor de infancia, un aristócrata relevante en la alta sociedad, había regresado con un aire de misterio y un atractivo irresistible.

Su nombre era Lord Sebastian Montrose, un hombre de imponente presencia con cabellos oscuros y ojos profundos color avellana que parecían penetrar hasta el alma. Su figura destacaba entre la multitud, con su porte distinguido y su elegancia innata. La noticia de su llegada se extendió rápidamente entre los círculos sociales, generando una expectación palpable en los corazones de aquellos que lo conocían.

Cuando Lord Sebastian hizo su entrada triunfal, fue como si el tiempo se detuviera. Su mirada se encontró con la mía, y en ese instante, todos los recuerdos y emociones de nuestra infancia compartida resurgieron con una intensidad abrumadora.

Mi corazón se aceleró mientras mis ojos se perdían en los suyos. Aquellos ojos que solían reflejar inocencia y complicidad ahora irradiaban una madurez y una profundidad que me intrigaban. Sentí una mezcla de nostalgia y emoción ante su presencia, consciente de que su regreso no era casualidad, sino el comienzo de una nueva etapa en nuestras vidas entrelazadas.

Su llegada trajo consigo un torbellino de sentimientos y preguntas. ¿Qué significaba su regreso para mi relación con Alexander? ¿Podría resistir la tentación de aquel hombre que siempre había ocupado un lugar especial en mi corazón?

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