El enigma de su mirada

Mi esposo, el enigmático señor Alexander Sinclair, y yo nos encontrábamos ahora en nuestra nueva residencia, una imponente mansión de estilo victoriano ubicada en las afueras de la ciudad. Cada paso que daba resonaba en los pasillos amplios y oscuros, que parecían susurrar secretos olvidados y oscuros recuerdos.

La mansión se erguía majestuosamente, como un testigo silencioso de innumerables historias y secretos guardados entre sus muros. Sus altos techos parecían tocar el cielo, mientras que sus amplias ventanas dejaban pasar la luz tenue del atardecer, creando un juego de sombras y destellos que bailaban por las habitaciones.

Al entrar, nos recibía un gran vestíbulo adornado con un impresionante candelabro de cristal que colgaba del techo. Sus destellos reflejaban la luz, iluminando el camino y dejando ver los detalles arquitectónicos de las columnas y los relieves tallados en las paredes. El suelo de mármol blanco era pulido y brillante, como un espejo que reflejaba nuestra presencia.

A lo largo de los pasillos, podía admirar las pinturas colgadas en las paredes, que retrataban escenas de tiempos pasados y figuras enigmáticas que parecían seguirme con la mirada. Los pisos de madera crujían bajo mis pasos, añadiendo un ambiente misterioso y antiguo a cada recorrido.

Las habitaciones, espaciosas y elegantes, estaban decoradas con muebles de época. Los muebles de madera noble, tallados con intrincados detalles, evocaban un aire de refinamiento y sofisticación. Los tapices y cortinas de colores cálidos aportaban una sensación de calidez y confort, creando un ambiente acogedor y encantador.

El salón principal era una obra de arte en sí mismo. Los techos altos y ornamentados, con detalles dorados y molduras intrincadas, conferían al espacio un aire de grandeza y opulencia. Los enormes ventanales permitían que la luz del sol se filtrara, iluminando los sofás tapizados en terciopelo y las mesas de centro adornadas con jarrones de flores frescas.

La biblioteca era un paraíso para los amantes de los libros. Las estanterías de madera cubrían las paredes, repletas de volúmenes antiguos y encuadernados con cuero. Los sillones cómodos invitaban a sentarse y sumergirse en las páginas de historias olvidadas y conocimientos perdidos.

El jardín, extenso y exuberante, se extendía más allá de la vista. Las flores y arbustos cuidadosamente dispuestos creaban un paisaje encantador, donde el perfume embriagador se mezclaba con el canto de los pájaros. Caminaba por los senderos empedrados, dejando que el césped suave y verde acariciara mis pies mientras disfrutaba del espectáculo de la naturaleza en pleno esplendor.

En cada rincón de la mansión, podía sentir la historia que se respiraba. Cada espacio tenía su propio encanto y misterio, y yo me sentía afortunada de ser parte de ese legado. Aquella mansión se había convertido en nuestro refugio, nuestro hogar, donde podíamos escribir nuestra propia historia y dejar una huella indeleble en sus paredes.

Las habitaciones de la mansión eran un reflejo de la personalidad de mi esposo. Su dormitorio era una mezcla de opulencia y sobriedad, con muebles de caoba y cortinas de terciopelo oscuro que parecían esconder más de lo que revelaban. En el centro de la habitación, una cama con dosel de seda blanca se alzaba majestuosamente, invitando a la intimidad y al romance.

Mis días se llenaban de actividades que llenaban mi tiempo, pero no mi corazón. Paseaba por los jardines cuidadosamente diseñados, donde rosas de colores intensos se abrían en un derroche de fragancia y belleza. En cada sendero, en cada rincón, podía percibir el eco de sus pasos, de sus miradas furtivas que me seguían en la distancia. Su presencia se había vuelto omnipresente, tanto en mi mente como en mi corazón.

La biblioteca de la mansión se convirtió en mi refugio. Las estanterías llenas de libros antiguos y polvorientos se alzaban como guardianes silenciosos de historias y conocimientos perdidos en el tiempo. Cada tarde me sumergía en aquel mar de sabiduría, dejando que las palabras de los grandes escritores y filósofos me transportaran a otros mundos. Pero incluso en ese lugar solitario, el recuerdo de mi esposo persistía.

Alexander, con su mirada penetrante y sus rasgos imponentes, se sumergía en sus asuntos personales durante gran parte del día. Sus días parecían estar llenos de misterio y secretos, y siempre me preguntaba qué se ocultaba detrás de su expresión impasible. Era como si llevara consigo el peso de un pasado turbulento y oscuro, uno que no se atrevía a revelar.

Nuestras interacciones eran limitadas, llenas de palabras medidas y gestos formales. Sin embargo, había momentos en los que podía ver un destello de vulnerabilidad en sus ojos, un atisbo de anhelo y deseo. A veces, cuando nuestros cuerpos se rozaban accidentalmente en un pasillo estrecho o nuestras manos se encontraban en la mesa del comedor, podía sentir la electricidad que fluía entre nosotros, amenazando con desencadenar una pasión irrefrenable.

Una noche, mientras paseaba por los jardines iluminados por la luna, Alexander apareció frente a mí, su figura destacando contra el oscuro horizonte. El suave brillo lunar resaltaba sus rasgos, revelando un matiz de ternura en su mirada habitualmente enigmática.

"Isabella", susurró su voz profunda, envuelta en un tono lleno de intensidad y anhelo. "Hay algo que necesito decirte."

Mis labios temblaron mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas, pero antes de que pudiera responder, sus dedos rozaron suavemente mi mejilla. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal cuando su aliento cálido rozó mi piel.

"Es hora de dejar atrás los muros que nos separan, Isabella", continuó, su voz cargada de pasión contenida. "Ha llegado el momento de descubrir lo que realmente hay entre nosotros."

Mis ojos se encontraron con los suyos, llenos de una intensidad arrebatadora. En ese momento, supe que algo había cambiado irrevocablemente entre nosotros. Una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo cuando sus labios se unieron a los míos en un beso ardiente y prohibido.

En medio de aquellos jardines bañados por la luz de la luna, todo se desvaneció a nuestro alrededor. Solo existíamos él y yo, entregados a la pasión que había estado latente desde el momento en que pronunciaron nuestras promesas matrimoniales. En ese instante, los secretos y las traiciones quedaron relegados a un segundo plano, y nos sumergimos en un éxtasis que solo el amor verdadero puede otorgar.

Entre susurros apasionados y caricias que encendían nuestros sentidos, nos adentramos en un territorio desconocido. Allí, en los brazos de mi esposo, descubrí una pasión arrolladora y un deseo que trascendía todas las expectativas. En aquella noche mágica, los misterios de nuestra unión forzada comenzaron a revelarse, abriendo las puertas hacia un amor que desafiaría todos los límites y desataría emociones salvajes en lo más profundo de nuestros corazones.

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