-Entonces… hija de Litich no gobernarás el bosque, como lo hizo tu padre-, exclama Calú, sentado a un lado de Nidra.
Ella, observando el río, contesta -en resumen así es…-
El mago rasca su mentón mientras acota -y está la posibilidad de que sea yo el elegido para serlo…-.
-así es-, responde ella y sigue -pero no tocarás el báculo hasta que esté enteramente segura de que eres el elegido-.
-¿y si lo soy?-, pregunta -¿Y si el oro macizo del báculo me eligió?...-, enmudece por un instante y concluye -no estoy seguro de querer gobernar.
La princesa se levanta, palmera su hombro y le dice -yo tampoco estoy segura de querer que seas vos…-, y lo deja solo.
Calú contempla el agua, ya no está tan oscura como tiempo atrás, además percibe que aún más barcazas las surcan y lo hacen sin temor, pues, también entiende que Stillrok debe estar muerto.
Un puñado de guerreros que pertenecen a los cuarenta se preparan a orillas del río para ingresar a las aguas, junto a ellos, decenas de criaturas hacen lo mismo.
Narów, a un lado, les dice -muchachos solo traigan lo necesario, no quiero que se queden a explorar-. Las ratas responden agitando sus cabezas y se lanzan. El gobernador levanta la cabeza y aprecia cómo las barcas van y vienen cargando alimentos, o insumos, se emociona al ver cómo el pueblo y la metrópolis crecen con el comercio.
Zario llega al lugar, observa a Narów, luego mira las aguas infestadas de barcas y le dice -emocionado viejo ratón-.
-maldita serpiente… Cuántos años de crecimiento nos negó-, contesta.
Zario suspira y pregunta -¿Crees que este muerto?-.
Narów se gira para mirarlo y exclama -¿Stillrok?, ¿Muerto?... No lo creo… algo me dice que vamos a volver a verlo-.
Zario gesta una mueca de afirmación y recuerda a la bestia gritándole que acabaría con su vida mientras, sangrando, se hundía en el fondo del río.
Nidra observa a Calú ayudando en la siembra a las ratas, encuentra humanidad en sus actos, es amable y honesto, al verlo entiende la posibilidad de que sea el elegido. Después camina hasta dónde se recupera Noric, lo encuentra sentado en la cama, de buen ánimo.
Nidra se sienta junto al elfo, lo abraza y le dice -nose como pude dejarte solo…-.
Noric también la envuelve entre sus brazos y contesta -el cazador de elfos… la bestia que el árbol dijo que me acechaba… era él-.
El hada se acomoda a su lado y dice -Zario lo hirió, pero sabe dónde estás… vamos a tener que movernos-.
-¿y Fernio?, ¿Cómo se está tomando todo esto?-, pregunta Noric.
Ella suspira y responde -no quiere ese destino, tiene dudas… miedos… pero por momentos lo observo, y en él, veo cualidades que lo hacen diferente-.
-¿Diferente a quién?, interroga el elfo.
-diferente a mí…-, responde ella y sigue -sé que con mucho trabajo y dedicación puede llegar a ser-.
-¿piensas darle el báculo?-, pregunta Noric.
-no lo sé…-, contesta ella, -no lo se-.
Unos días más tarde
El elfo se encuentra observando el río, en su mente se recuerdan las palabras del sabio cuando dijo "si hay amor en tu interior, que no nuble tu visión de lo correcto"... Entonces allí estaba él, perdido en pensamientos que lo ahogaban, intentando callar las voces de su corazón, y en ese momento, cuando el sol se estaba despidiendo en el horizonte, tomó la decisión y fue por Nidra. Marchó por los caminos del pueblo, se topó con Calú y Narów, ayudando en la construcción de otro almacén, saludó amablemente y siguió su camino. Más allá se encontraba Zario negociando con un comerciante, pues ahí estaba un futuro gran gobernador. Y en el extremo del camino, como si fuese destino, lo esperaba Nidra.
El elfo recoge aire y dice -Nidra… es momento de que hablemos… Necesito decirte esto-.
Ella acaricia su pelo, se pone nerviosa, como entendiendo el momento.
Noric se relame y comienza a hablar -yo…-.
Nidra reacciona y dice -espera…-, se acerca, acaricia su rostro, y sigue -estoy enamorada de Zario… perdón-.
Noric dirige la mirada al suelo, sus ojos despiden lágrimas, su corazón se siente destrozado, pues después de todo quizá sí había amor en él, luego se torna serio, levanta la cabeza y dice -mis sentimientos no son el porqué de esta confesión princesa-.
Ella se sorprende, no lo esperaba, entonces pregunta -¿Y qué es lo que me tienes que decir?-.
Noric se limpia la cara, sus manos tiemblan de los nervios, mira a un costado, como intentando encontrar las palabras y dice -yo… yo junto a otros tres elfos…-, se detiene, respira profundo y sigue -yo y otros tres elfos teníamos la misión de capturar y llevar ante nuestro líder a…-, ninguno parpadea, -al rey Litich… tu padre-, baja la cabeza y concluye -y así lo hicimos-.
El corazón de la princesa galopa con la fuerza del mar enfurecido y exclama -cómo pudiste…-, el aire entra y sale de sus pulmones de una forma rabiosa, luego, en un acto de puro reflejo, le encesta una cachetada al elfo, lo sigue mirando, y le da otra mientras grita -no quiero volver a verte elfo…-, y lo deja solo.
Las últimas luces del día se despiden para dar paso a la oscuridad. El rostro demacrado de Noric se perfila observando el otro extremo del río mientras el barquero ejerce la fuerza para mover la barca. En la orilla del pueblo, Zario observa como el elfo se aleja.
-ten cuidado elfo… que la suerte esté de tu lado-, dijo la rata al despedirse de él.
Noric se va del pueblo. Noric se va lejos del hada.
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