Los muelles

El hada cubre su rostro y alas con una manta. Aferra a su pecho el báculo mientras camina junto a Noric bajo el cielo atardecido. De frente a ellos se encuentra el muelle.

-la metrópolis está del otro lado del río-, exclamó el elfo.

-tenemos que buscar un barquero…-, acota Nidra.

-descansemos esta noche, busquemos refugio, mañana cruzamos-, contesta Noric.

El hada confirma y cambia el rumbo.

                       Unas horas más tarde

 El fuego de una hoguera ilumina la cueva. Noric se recuesta de cara a una fría pared, mientras que el hada observa el fuego con sus ojos brillantes, aprecia su forma… En sus manos se posa el báculo, cubierto por las hojas del gran árbol, ella lo observa, suspira, siente miedo, tristeza… aprieta el mango, con fuerza y enfado, luego se tranquiliza, exhala el aire, cierra los ojos y lentamente destapa el báculo. Ante ella, el brillo del oro que la segaba, la belleza de un objeto con el poder de cambiar la historia de quien lo porte. Una lágrima choca contra este, y luego otra, Nidra mira su mano derecha, en su mirada una tímida esperanza se hace presente, entonces, lentamente, como con sigilo, sus dedos comienzan a acercarse al mango, casi puede sentirlo. 

El tiempo se detiene al compás de sus dedos, acariciando el brillo, intenta no temblar, pero es inútil, la respiración se acelera y el corazón grita en su pecho… y en un momento, como si estuviese escrito, empuña el báculo, lo toma en sus manos firmes, pero nada sucede… desespera y lo suelta, luego lo vuelve a tomar y nada, el llanto se apodera de ella, se maldice, recrimina cosas, pues asume que ella no gobernaría el bosque. 

El elfo, de espaldas y con los ojos abiertos, luce una mirada triste al escuchar el sufrimiento del hada, pero se limita a ser espectador de su dolor y no decir nada.

 El sol se asoma por el horizonte, el fuego ya no existe, solo quedan los restos. Noric despierta, despereza y se sienta, pero al voltear hacia Nidra se encuentra con ella sentada en la misma posición en dónde la despidió a la noche.

-¿Estás bien?, pregunta este, mientras observa los rastros de lágrimas en su rostro y el báculo desnudo en sus manos.

-todos murieron…-, balbucea el hada.

-¿qué estás diciendo?, No entiendo-, exclama Noric.

-el sabio estaba muriendo y aun así quiso ayudarme-, dice ella.

El elfo suspira con tristeza y contesta -fue su decisión, él sabía lo que llevaba en las venas y aun así nos ayudó por qué consideraba, como nosotros, que el bosque se merece otro destino-.

-Roberta… desconfié de ella y dio su vida por mí…-, dice nuevamente el hada mientras limpia algunas lágrimas. 

Noric agacha la cabeza, recuerda el rostro de la rana despidiéndose de ellos, luego contesta, -Roberta siempre confío en nosotros, y en la magia del bosque, ella por sobre todo confiaba en que el bosque volvería a florecer como una vez lo hizo, sé que su sacrificio no fue en vano-.

-claro que lo fue… no es mi destino… no sucede nada…-, retruca ella, luego se da la vuelta hacia él, le muestra el báculo y en llanto le exclama -no hace nada… lo toco y no pasa nada…-, luego se acerca a él e intenta tomar su mano -tómalo, tocalo vos… quizá seas…-.

Noric se echa para atrás, hasta chocar contra la pared, negándose a tocarlo -eso no me pertenece Nidra, ese no es mi destino-.

El hada se tranquiliza, pide disculpas, seca sus lágrimas y vuelve a ocultar el báculo con la manta de hojas, preparándose así, para seguir camino a la metrópolis. 

 Se acercan a orillas del río, allí, divisan varias barcazas esperando transportar. Se detienen y las observan, observan a sus dueños, sus rostros… Algunos reflejan dolor, otros maldad, pero todos tienen la necesidad de trabajar. Junto a ellos se encuentra un grupo de tres lagartos bípedos vestidos con trapos rotos. Estos lagartos los miran y perciben cierto aroma que los atrae, uno de ellos sigue el rastro de olor, hacia la princesa, se queda quieto mirándola como se aleja hacia las barcazas, luego vuelve con sus compañeros y dice -avisen a todos… un hada se dirige a la metrópolis-.

-¿cuánto para cruzar?-, pregunta Noric a un barquero.

El viejo sapo lo observa, mira sus ropas sucias, luego observa el báculo tapado en manos de Nidra y dice -¿Qué llevan ahí?.

Ella esconde aún más el objeto y contesta -nada… esto no entra en negociación-. 

Noric mete sus manos en los bolsillos, saca un pequeño saco y dice -tengo polvos mágicos, son de gran utilidad-, y los ofrece.

El barquero los agarra y contestó -¿y qué esperas que haga con esto?-, se lo devuelve.

Noric guarda los polvos y acota -no tengo nada más-.

A su lado, una rata erguida, joven y fuerte, vestida con finas telas, dice -yo pago por el viaje, vamos los tres-, y le avienta al barquero una piedra preciosa. 

-Zario, volviste a casa…-, exclama el viejo mientras guarda la piedra y prepara la barca para zarpar. 

-¿Quién eres?, Nosotros viajamos solos-, retruca Noric.

-Tranquilo elfo… necesitan moverse con alguien que conozca estos lugares-, luego le susurra al oído -ves los lagartos de más atrás, ellos ya saben que es un hada quien te acompaña… y no van a perder la oportunidad de sacarle jugo al asunto-, se aleja un poco, sube a la barca y exclama -entonces… vamos!, El río nos espera-. 

Nidra y Noric se miran, como con dudas, luego ambos suben junto con Zario y el barquero.

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