Aidan sabía que había llegado la hora de despedirse de Lorenzo y su hermano, así que luego de caminar una calle más, se separaron. Sus conocidos se fueron en dirección a su casa, mientras que nuestro aventurero y enigmático joven maniobró hacia el hospital Hernandez, justamente donde él nació y ahora donde está internada su madre.
Se detuvo y miró hacia atrás a ver si seguía en su visión los hermanos Martínez, pero observando que no estaban, devolvió la mirada hacia el frente y empezó a correr de forma desesperada. A Aidan se lo notaba con miedo por llegar a perder a su madre, su paronia hacía su trabajo y aumentaba la incertidumbre y el pánico.
Al cabo de media hora entre corrida y caminata rápida llegó al hospital Hernandez, en pleno centro de Buenos Aires. Las puertas automáticas de la institución se abrieron y el joven entró con una respiración agitada, sudor se deslizaba por su frente y bajaba hasta sus cachetes, su ropa estaba manchada en agua salada por la misma traspiración y la cara de miedo escénico daba una sensación de que él vivió una experiencia traumática. Así se presentó ante el mostrador del hospital.
En el hospital se podía apreciar una gran cantidad de sillas de espera de color azul conformada en cuatro filas de diez sillas cada una, estando conectadas la una a la otra, como si fueran un solo cuerpo unido. Ampliando la escena, todo es blanco, las paredes el techo y el pilar por la cual está instalado el televisor para que los clientes puedan esperar pacientemente. Solamente hay un mostrador, que tiene un tipo de protección trasparente por posibles agresiones o robos. Todo puede suceder en este mundo.
La sala es muy espaciosa, generando que varias publicidades, ya sean políticas o de algún producto se llenen en los letreros tecnológicos por donde pasan imágenes o un vídeo de lo antes mencionado. Cada letrero está colocado consecutivamente uno al lado del otro por arriba del mostrador, unas barras de metal los sujetan y los hacen quedar inertes en el aire, mientras que éstas se agarran fuertemente del techo blanquecino.
La mujer que lo atendió pensó que necesitaba ayuda de urgencia, pero el joven lo único que le dijo fue: "¡Dime donde puedo encontrar al Dr. Echeverría!". La chica de asistencia primaria del hospital Hernandez se llevó una inesperada sorpresa cuando Aidan le dijo eso. Lo ayudó llamando a un enfermero, un hombre de unos treinta y pico de años, de cabello marrón y ojos claros, con el uniforme completamente blanco que todos llevan en los hospitales.
"¿Podrías ayudar a este chico, por favor? Está buscando al Dr. Echeverría", le dijo la mujer del mostrador al enfermero con un tono persuasivo.
El enfermero llevó su mano a su mentón y miró hacia el techo y dijo: "Dr. Echeverría.., Echeverría... ¿Donde lo ví?", meditó el hombre para tratar de recordar a donde lo había visto. "-¡Ah!- ¡ya se donde fue!", chasqueo los dedos al poder recordar efectivamente en que lugar lo vio.
"No hay problema, yo lo llevaré hacia el Dr. Echeverría", contestó el hombre al pedido que había hecho la mujer del mostrador.
La mujer se alegró mínimamente y le agradeció por la ayuda. Mientras, por otro lado, el enfermero, estiró su mano a un costado dejando su cuerpo de perfil y luego la trajo de vuelta hacia adentro, dando una clara señal de lo que dijo a continuación: "Ven, acompañame pibe. Te llevaré ahora con él".
Vagaron unos cinco minutos por los pasillos, recorriendo la parte más profunda de la institución sanitaria y por ende, en donde hay más circulación de agentes de salud. El joven anduvo más lento por estos sectores ya que pasaban médicos, asistentes especializados con sustancias o instrumentos médicos, o también corrían paramédicos que llevaban en camilla a un paciente en estado vegetativo.
Al pasar por estos pasillos concurridos con frecuencia y agitación, pasaron a un sector con mucha más tranquilidad y silencio. Como si fueran totalmente opuestos, este sector solo había personas serenas caminando lentamente sosteniendo con sus manos registros de los pacientes; aparte, varias puertas con letreros que marcan un número y debajo un nombre se contemplan desde el campo de visión de Aidan que mira su alrededor ya perceptiblemente perdiendo la virtud de la paciencia.
"¿Señor, ya llegamos?", suspiró el joven a su acompañante al comprender el entorno de habitaciones que ahora lo rodeaban.
El enfermero soltó un breve "si" sin abrir su boca, oyéndose más como un tatareo que una repuesta, y siguió caminando con esa expresión impasible. Esto inquieto más al joven que ya no sabía que decir o que hacer; la desesperación se apoderaba de su cabeza y la carcomía.
"¡Maldición, parece que tendré que buscarlo yo mismo!", pensó el joven impacientado al no obtener una satisfactoria repuesta por parte del enfermero. Pero apenas quiso hacer el movimiento para irse en contraparte, el enfermero se detuvo para sorpresa de Aidan. Teniendo el brazo doblado a la altura de sus cabeza señaló con su dedo gordo la puerta que se encuentra justo delante del hombre, y dijo: "Aquí es donde lo vi. Si salió de esta habitación o no, ya no lo se. Espero haberte ayudado". Pegó media vuelta y se fue sin mediar ninguna palabra más.
"Gracias por todo, señor", contestó Aidan ante el accionar generoso del enfermero.
El joven hombre de ojos diferentes se acercó a la puerta para tocarla, cuando de pronto la puerta se abrió y apareció el doctor Echeverría, Rodolfo Echeverría. Un viejo hombre de aparente sesenta y cinco años, con sus respectivas señales de esto: canas, arrugas, etc. Tiene un pelo que sólo rodea su cabeza y es de color blanco, sin pelo en la parte de arriba y aparte una esponjosa barba del mismo color se asenta en su mentón, ésta sube y se interrelaciona con el barbudo bigote. De ojos celestes y vestido de bata blanca, complementando su vestimenta un holgado pantalón de color café y unas zapatos de cuero formales de color marrón.
Este especialista en salud al ver a Aidan que quedó perplejo por su repentina aparición e inquietud en su mirada por saber que ocurrió con su madre; se lo tomó con calma: primero cerró lentamente la puerta y bajo su brazo para dejar de revisar el registro que está documentado en aquella tableta. Dio unos pasos hacia Aidan y sobrepuso su mano en el hombro izquierdo del chico, diciendo en tono serio:
"Lo que voy a decir puede ser difícil de conllevar... Así que pido que tengas paciencias y me escuches claramente, ¿ok?".
El joven expectante por lo que va a decir el doctor, asiento con la cabeza como repuesta a la pregunta retórica del hombre. Rodolfo suspiró y terminó ya con cualquier tensión del momento:
"Tu madre ya despertó del coma..."
Un silencio se oyó en el pasillo en donde están los dos conversando, empezando así una turbulenta situación. Aidan que se esperaba lo peor de todo, se indignó por lo que le dijo Rodolfo, expresando una cara inexpresiva que denota molestia y enojo discretos.
"¿Vos me estás jodiendo, no?", le reprocha el joven ante la revelación del doctor que no llegó a terminar sus palabras. "¡¿Me estás cargando vos, no?!", insistió Aidan ya notándose su indignación.
Rodolfo Echeverría puso su mano derecha que está libre con la palma mirando al suelo, insinuando e incitando a la calma de su interlocutor que se estaba alterando dramáticamente. "Calmate, calmate... Dejame terminar, dejame terminar", le dijo el doctor tratando de apaciguar aguas.
Aidan descontento con la situación y como lo hicieron preocuparse todo el camino por ese maldito mensaje, dejó continuar al doctor haber que decía. Aunque se percibía en su cara su exasperación.
"Tu madre despertó del coma, pero está muy mal mentalmente, es posible que haya iniciado un brote psicótico. Por eso te advierto que la puedes ver, pero ten cuidado". Completó con su advertencia el anciano, abriendo posteriormente la puerta para que entre el joven.
El hijo de María sentía otra vez su respiración revoltosa cuando daba cada paso para ingresar a la habitación, que tiene un letrero en el centro de la puerta que dice: "Habitación #040. María Acacio". Su cuerpo precensiaba la tensión y la angustia de ver a su familiar otra vez, especialmente una madre que estuvo ausente durante largas semanas.
Las preguntas merodeaban su cabeza: "¿Me recordará? ¿Me seguirá amando? ¿Viviremos felices como antes?", son algunos pensamientos que perturbaban la psiques del joven que golpeaba intensamente su cordura.
Dio el paso final para entrar a la habitación y la vio a oscuras, tampoco tanto porque la luz del pasillo llenaba una porción de la sala médica, dando como resultado verse desde el suelo la silueta de la puerta y el joven, destacándose por el brillo. Observó una cama articulada con la sombra de una persona recostada en ésta, inmóvil y soltando feroces respiros que se oían igual a la respiración de un depredador, precisamente la de un tigre en asecho. Varios muebles entre instrumentos médicos intregraban los accesorios a esta especial habitación.
"Como estas viendo tuvimos que ponerle algún suero para que se quede en la cama. Estaba muy frenética y no tuvimos otra opción", agregó Rodolfo tratando de explicar la situación de porque está así María.
Aidan no le dio tanta atención a esto y siguió en la suya: avanzar para ver cara a cara a su fraternal madre. Se acerco muy lentamente a la cama y escuchaba con más intensidad el sonido provocador que salían de su faringe ya que respiraba por aquel orificio. Segundos de tensión tuvieron que transcurrir para que el joven hijo este al lado de la cama y permitirse ver a su madre.
Su pelo está desordenado y amontonado y la piel escamosa y mohosa libraron un hedor con manchas insípidas ennegrecidas por no bañarse en anchos períodos. Estaba en mal estado de aseo y mentalmente por haberse despertado recientemente de un coma.
Aidan mirando tiernamente con una afable sonrisa que demuestra todo su amor y preocupación consternados por una posible pérdida, se quedó unos segundos apreciando a su madre como si fuera una obra de arte. Luego, procedió con estirar su mano y alcanzar su frente para acariciarla en ese lugar.
Pero, desgraciadamente, María Acacio fuera de sus cabales, abrió sus ojos y comenzó a atacar a su propio hijo de forma descontrolada y maniática. Aidan trataba desesperadamente de defenderse sólo cubriéndose con sus brazos cruzados delante de su rostro.
El joven cayó al suelo haciendo un sonido fuerte y bruto que alertó a Rodolfo Echeverría que estaba fuera de la habitación, esperando a que salga el familiar de su paciente. Cuando entró a la habitación vio una distinguida sombra haciendo movimientos bruscos que se manifestaban en violentos ataques a otro que, interpretándose en la posición en la que está, seguro que a quien sea que este atacando está debajo suyo.
"¡Maldita sea, como puede pasar esto! ¡Tenía puesto el suero!", exclamó nervioso el doctor al analizar el momento.
Se introducio a la habitación mediante unos veloces pasos y forcejeo para liberar a Aidan de los incesantes golpes de lo que es ahora un depredador atacando a su presa.
"¡Hijo de put*, alejate de mi! ¡Te odio! ¡¿Me oyes?! ¡Te odio!", gritó sin escrúpulos la mujer apellidada Acacio a su propio hijo a la vez que continuaba atacando. Ella tiene alucinaciones con demonios que la visitan y esto se alimenta al ver la imagen de Samuel, que para ella los abandonó y ese rencor marcó un profundo resentimiento en su corazón.
"¡No puedo ayudarte, muchacho! ¡Esta fuera de sí!", alzó su voz entrando en pánico el doctor sin tener la suficiente fuerza para ayudar al joven.
Aidan no se preocupó por ello ya que podía protegerse, aunque está situación lo estresaba lo único en lo que pensaba es en no ser asesinado por su propia madre. "No te preocupes por mi, yo me encargaré de todo...", le dijo el joven tirado en el suelo cubriéndose con una vacía sonrisa que transmitía su dolor.
Rodolfo estaba sumamente desesperado, su horror se decrifra en su expresión que miró para todos lados buscando lo que sería un botón de color rojo. Y encontró la repuesta: apretó el botón rojo que está colocado justo al lado de la puerta, que justamente estaba tapado por ésta.
Las alarmas sonaron y alarmó con precaución a todo el sector de descanso del hospital. Rápidamente la llamada de ayuda se notificó en la guardia, y dos enfermeros en conjunto de dos guardias asemejados más a policías se dirigieron con rapidez a la habitación cuarenta.
En cuestión de un minuto totalmente en el punto clímax de tensión e inquietud, llegó la ayuda la cual se quedaron espantados por la escena. Aidan seguía luchando con su propia madre fuera de control, por otro lado, el doctor había salido de la habitación para gritar que lo ayudasen con este grave problema.
Los dos enfermeros sostenieron con pura fuerza física a la mujer desde los brazos y la sacaron de arriba del joven, ella seguía tratando de pegarle ahora con sus piernas. Los guardias se percataron de esto y le retenieron las piernas también. Sus extremidades estaban todas encadenas por los brazos que se sobreponían por la diferencia en fuerza.
La mujer grito un par de veces lo que finalizó con el corazón bondadoso de Aidan y volverse tan frío como el invierno mismo: "¡Maldito demonio, no te quiero ver! ¡Fuera de mi vida, bastardo! ¡¡Fuera!!"
Los cuatro hombres pusieron a la mujer en la cama articulada mientras que Rodolfo armaba el suero de vuelta en la jeringa para inyectársela.
"¡Retengala un momento que le voy a colocar el suero!", exclamó el especialista acercándose a la cama.
"-Ugh- ¡No creo que podamos retenerla mucho tiempo más!", le contestó agitado uno de los enfermeros notando la increíble fuerza que tenían que hacer para contener a María.
"¡Suéltenmen, malditos! ¡Me liberaré y los mataré a todos, jajaja!", se oían los quejidos y carcajadas de la mujer dando sus últimos esfuerzos.
Rodolfo Echeverría se puso encima de la madre del joven y le corrió la cara a un lado, dejando al descubierto su cuello. Puso sus dedos entre el émbolo de la jeringa y con su dedo gordo lo colocó en el apoyo del émbolo y apretó con fuerza para pincharla en la parte más crucial del cuerpo.
Al inyectarle el suero, segundos después dio resultado: ella dejó de forcejear y automáticamente se calmó, para posteriormente dormirse profundamente. Los cuatro hombres que la tuvieron detenida se hecharon al suelo exhaustos, su ritmo cardiaco fluyó como un rayo en esos momentos de adrenalina.
Aidan contempló la situación con horror y escalofríos que recorrieron todo su cuerpo espantando cualquier tipo de esperanza o alegría que todavía conservaba. Su cabeza se dirigió hacia abajo con arrepentimiento y su cabello opaco la vista de la parte superior de su rostro. Se levantó y se fue sin decir nada.
El viejo doctor se fijó en esto y también salió de la habitación, acompañando al joven en ese duro momento.
Aidan se recostó con su espalda en una pared, todavía seguía parado, y colocó su antebrazo encima de sus rostro. Solamente se escuchó un suspiro que expresaba lamento. Rodolfo se avecinó al hijo de su paciente, compasivo y tomando la seriedad que corresponde, le dijo: "¿Estás bien, muchacho?".
"...Si, no te preocupes", respondió notándose en su tono el cansancio y el estrés acumulados.
El doctor pensó en su mente con cierta perspicacia, y una cara inexpresiva: "Pero no se te ve bien para que no me preocupe, mocoso...".
Rodolfo en ese instante recordó algo, para que el hijo lo sepa por adelantado. "Para que ya lo sepas desde antes, voy a pedir que tu madre sea trasladada a un hospital psiquiátrico. Posiblemente, después de este suceso acepten mi pedido. No se donde será, así que pronto te mandaré los detalles", le dijo mostrando su empatía al joven. Y concluyó: "Si necesitas algo, puedes llamarme en cualquier momento".
Aidan se paró medio encorvado, decaído se lo veía, y así hizo un vago saludo con su mano y respondió con un tono sin ganas: "Si, gracias por tu ayuda...". Se fue por el largo pasillo con esa metodología de caminar muy miserable.
"Pobre muchacho, trabaja y estudia a la vez y cuida de su hermana, y ahora le pasó esto con su madre... ¿Que tan trágica puede ser la vida?", reflexionó el doctor sobre las circunstancia en la cual vive Aidan.
El joven abandonó el hospital con sus manos dentro de sus bolsillos y la mirada baja, comenzó a llover y las fuertes gotas de la tormenta mojaban a Aidan. Más pronto que tarde se encontraba empapado.
En ese precisa ocasión la voz del ser misterioso habló de nuevo y terminó de destruir al abatido joven.
"¡Jajaja, que persona más desgraciada eres, humano! La oscuridad te persigue, dejate tragar, ¡jajaja!".
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