María podía ver con mucha preocupación encima a su esposo, que levemente estaba pasando un momento de desconsuelo y miedo que le provocaba incertidumbre.
Ella, con la intención de mejorarle los ánimos a su hombre, le dijo gentilmente: "¡Amor, mira al bebé! ¡Es tan tierno y hermoso!".
La mujer alzó al bebé, que ni lloraba, y se lo acercó a Samuel. Solo este recién nacido disponía a observar su ambiente, algo demasiado extraño y peculiar que parece que pasó desapercibido por la nueva madre.
Samuel Acacio, desconcentrándose de sus negativos pensamientos, vio lo que lo rodeaba de otra manera, como si todo fuera más lúcido. Bajó unos centímetros la mirada y vio cómo su esposa le aproximó a su hijo. Una sonrisa yació en él cuando vio al bebé y una mirada paternal se avistó en sus reconfortantes ojos. Sosteniendo por primera vez a su bebé, acurrucándolo entre sus brazos en forma de cuna, le dio su dedo índice de la mano derecha para que jugara con él.
"Es hermoso..." exclamó cautivado por este bebé.
Las palabras sobraban para este momento, solo con observar las caras de ambos padres notabas el mágico y profundo sentimiento que le demostraban al bebé. El amor y más entre una familia es algo tan único como también inalcanzable para cualquier otra relación.
María Acacio rió tierna y cortamente, mientras acababa con una plena y satisfactoria sonrisa al observar a su hijo tapado en una manta celeste: "Jeje, no puedo dejar de mirarlo... Esperamos tanto por este momento que cuando está aquí ya no sé qué decir o qué hacer".
El hombre se inclinó hacia abajo para acercarse a su mujer, y dándole un pequeño beso a la vez que mantenía el bebé pegado a la cama, dejó su cabeza, más bien su frente arrimada a la de su esposa y dijo:
"No es necesario que digas nada. Ya pudimos tener un hijo y le daremos mucho amor. No hay nada más que protegerlo y amarlo con todo lo que tenemos".
La respiración de María Acacio al escuchar aquellas palabras se agitó y su corazón corrió a mil. Se la notaba ruborizada por aquella frase que la enamoró. En su mente revivía los felices y románticos recuerdos cuando conoció por primera vez a Samuel y las varias citas que tuvieron. Una relación que duró 6 años hasta la actualidad, donde ya hay un hijo de por medio.
María bajó unos centímetros sus ojos, observando con deseo los labios de su marido, y con una voz baja y un tono seductivo habló:
"Te amo..."
Los labios de la mujer se coordinaron con los del hombre dando por resultado un apasionado y largo beso, que terminarían siendo testigos el doctor y las dos enfermeras teniendo una empática sonrisa cuando ven a alguien feliz exhibiendo su amor hacia su pareja.
Al finalizar dicha muestra de amor, Samuel se quedó también un poco ruborizado, pero se le pasó al instante al pensar en lo que recordó. Le dejó a su hijo con la madre y se paró erguido, procediendo a acercarse a su amigo, el doctor y cabecilla de la operación.
El doctor, un hombre joven de unos 25 años, cabello café corto y flequillo estético, y unos ojos avellana hermosos que dan una sensación de que una sola mirada de aquellos ojos te conquista al instante. Viste una bata blanca típica en cualquier especialista cuando se trata de la medicina, debajo de ésta está una camiseta negra y un símbolo de una calavera rockera (una guitarra electrónica tiene al lado de ese cráneo humano medio aterrador). Un pantalón ajustado negro y unas zapatillas blancas de bajo costo, que tienen trazadas unas líneas en los dos costados en forma de onda, complementan su estilo.
El joven hombre, viendo a su amigo ir hacia él, se termina de apoyar en el mueble de la sala y también da unos pasos al frente. Justo en frente de la cama, éste amigo le dice en un tono cariñoso y curioso presenciando la cara seria de su ex compañero:
"¿Qué pasó, Sam?"
Samuel Acacio estiró por un segundo a un costado su cabeza, a la vez que apuntaba con su dedo gordo la puerta. Su amigo entendió lo que quiso decir y ambos salieron de la sala, mientras las dos enfermeras interactuaban con María.
El médico, confundido por esta repentina charla, se arrimó contra la pared y le preguntó francamente en qué piensa:
"¿Sucedió algo importante?"
Samuel dio un pesado suspiro y posteriormente
continuó apoyando sus manos sobre los hombros del joven médico y empezó a soltar unas lágrimas de sus brillantes ojos, repitiendo la misma palabra: "Gracias, Valen, gracias...". Su amigo no sabía qué hacer, estaba desconcertado y eso se experimentó en su cara mientras se echaba un poco hacia atrás para sacar las manos del lloroso hombre.
Valentín sabía que su amigo no se iba a quebrar ante su mujer, por eso, resguardando como un secreto este momento, le dio un fuerte e inesperado abrazo buscando la forma de calmar a Samuel.
"Cálmate primero, amigo. Luego, contáme cómo has estado todo este tiempo. Jaja, debe ser un buen día para ti, ¡ya sos padre!", le susurró al oído, guiando la conversación para hacer sentir consentido a su amigo.
Este abrazo habrá durado a lo mucho unos 10 o 15 segundos. Luego, el experimentado hombre quitó las manos de los hombros del médico y le contestó ya más tranquilizado:
"He estado bien, estudiando de más sobre la medicina porque pensaba construir un hospital que sea el mejor de Argentina. ¿Vos cómo haz estado? ¿Todo bien después de lo que pasó el mes pasado?"
Valentín, recobrando memoria de lo que aconteció en aquel mes, cerró sus ojos y llevó su cabeza apuntando al suelo y suspiró lamentándose de algo. Los abrió a cabo de unos segundos y respondió honestamente:
"Y... como sabes, la paciente sigue insistiendo que la opere del corazón, pero no tengo tanta experiencia para hacer eso y si fallé en alguna arteria o en alguna conexión cardiaca, podría morir sin saber cómo. Es todo un tema..." Cortó sus palabras y prosiguió ya al levantar la cabeza y dar una contemplada expresión alegre: "Bueno, lo que te iba a decir antes de que me olvide. ¡Me hace feliz saber que aquel maestro que me ayudó a hacerme un gran médico quisiera hacer un hospital! Si me necesitas para algo, llámame y haré lo que pueda".
Samuel comprendió la pesada carga de su amigo y ex aprendiz y le dijo: "¡Jaja!, entonces te lo pediré algún día", le dio una palmada para motivarlo sobre ese asunto y prosiguió: "Escúchame, no te hagas tanto problema con eso de la operación del corazón, sólo enfócate en que podrás hacerlo y verás cómo todo sale bien. El que no arriesga, no gana". Haciendo una media sonrisa más animada, le respondió agradecido: "Gracias por tu consejo, Sam. Veré cómo lo haré. Me diste la confianza que necesitaba".
Valentín se alejó paso a paso de su amigo, caminando hacia atrás pero mirándolo, y le dijo elogiándolo: "Por algo fuiste el mejor médico de Argentina antes de tu retiro. Ya verás, cuando vuelva te mandaré un mensaje diciéndote que lo logré. ¡Espéralo!" El joven médico se perdió en el largo pasillo, feliz y seguro de que podrá operar a una mujer de 30 años con cardiopatía coronaria, una enfermedad cardíaca que se produce cuando las arterias coronarias no pueden transportar suficiente sangre oxigenada al corazón.
Samuel observó unos segundos, expresando una bondadosa sonrisa, cómo se alejaba su querido amigo. Al ya no poder verlo más, se dio la vuelta y se dirigió a la puerta de la sala mientras pensaba: "Ja, ja, qué hombre... Es por eso que tiene tanto talento".
Al apenas tocar con su mano izquierda el picaporte de la puerta, apreció desde la ventanilla a su mujer sacándose unas risas con una enfermera, mientras la otra enfermera sostenía y admiraba a su hijo, conquistada por su belleza. Pero lo extraño no era eso, sino cómo del bebé nacía un aura desagradable y oscura que se interpretaba en una borrosa y ennegrecida capa que rodeaba todo su cuerpo.
"¡¿Qué mierda es eso?!" exclamó el hombre, sintiendo una sensación aterradora que yacía en su pecho y lo hacía agitarse.
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