12 - Amigas Equivocadas

–Ja –dijo Rei y miró a Mireya como esperando que le dijera que era una broma o algo por el estilo.

–Cariño… lo siento… –Rei se afirmó la cabeza con una de sus manos para procesar lo ocurrido.

–Entonces… Penny fue la que tramó esto… Necesito llamar a Mimi –se levantó rápidamente.

–¡Rei, no! Escucha –gritaba infructuosamente–. Mírame por favor, corazón –era inútil. Rei ya estaba marcando a Mimi, pero no contestaban su llamado–. Rei, hija, ¡basta!

Tras el quinto llamado Rei lanzó su teléfono a la cama, el que rebotó varias veces para luego caer al piso flotante de la habitación.

–¡Zorras malditas! –Exclamó la aún confundida chica –¡Mimi idiota! ¡¿Cómo pudo... mentir con tanto descaro?!

–Rei, me llamaron del colegio. Tienen pruebas contra ti, así que…

–¿Pruebas? ¿A qué te refieres? –caminaba inquieta de un lado a otro como pensando qué hacer ahora. Realmente quería una venganza sucia y su cerebro ya estaba manos a la obra.

–Ayer… alguien se metió a tu casillero y…

–Las fotografías… –Tontamente había dejado allí los polaroids que había tomado de sus enemigas para que Mireya no las encontrara por la casa–. Oh, qué idiota fui. Claro, Penny las vio y supo que fui yo. Aunque ya debieran haberlo sospechado, por eso abrieron mi casillero… Debe haber ido a hablar con Mimi y arreglado el asunto a su favor. Qué niña más estúpida.

–Rei –Mireya hizo que se sacara las manos de su cabello y la mirara directo a los ojos.

–¿Cómo divulgar fotografías es un crimen mayor a hurgar en casilleros ajenos? –continuaba pensando sin cesar.

–Rei, escúchame. El problema ya fue solucionado. No van a presentar querellas contra ti, no vamos a ir a juicio ni nada por el estilo, así que no hay de qué preocuparse.

–¿Cómo lo solucionaron?

–No importa.

–¡¿Cómo?! ¿Te acostaste con su papá o algo?

–¡Rei!

–¡Probablemente te arrodillaste frente a él como haces con otros para bajarles los pantalones y… –Mireya le dio una cachetada que le volteó la cara.

–¡Te estás pasando, enana irrespetuosa! –Estaba realmente furiosa, tanto que lloraba de ira–. ¡¿Cómo puedes pensar así de tu madre?!

–Mireya, yo… –Rei se retractó de inmediato de sus dichos y apenas lograba tocar su rostro que le ardía palpitantemente.

–¡”Mamá”! ¡Soy tu mamá! Seré idiota, seré infantil, promiscua, loca y fiestera. Pero, escúchame bien, TÚ, de entre todas las personas que conozco… –esta vez lloraba de pena– no me vas a venir a decir prostituta en la cara.

–Lo siento… –en medio de su dolor había lastimado también a su madre. Las lágrimas comenzaron a surgir de su rostro a borbotones–. Lo siento –repitió.

–¿Sería capaz de algo como eso? Por ti, Reina, sí… probablemente sería capaz… –el llanto de las dos ya era incontrolable –pero no me vengas a decir que es la forma en la que arreglo los problemas.

–No quise decir eso… –se abrazaron fuerte. Rei sentía ganas de desmayarse por todas las emociones que estaba experimentando.

Mireya salió un momento, enojada y dolida, cerrando la puerta de entrada tras de sí. Rei cayó como muerta en vida sobre la alfombra felpuda que adornaba el piso y se quedó ahí llorando, intentando dejar de analizar todo. Mireya volvió un tiempo después con chocolate caliente y pastelitos que había comprado en una pastelería cercana a su hogar. Se sentaron juntas en el suelo de la habitación para comer.

–Gracias –dijo Rei arrepentida–. No creo que seas una cualquiera, mamá… solo sales con muchos tipos desde que terminaste con papá.

–Ay, Lex y yo nunca iniciamos nada. Sabes que siempre fui la segundona para él –masticó un pastel con cubierta de chocolate que se desparramó por su cara.

–No es así. Papá te quiere…

–Pero no fue capaz de dejar a su esposa por mí –un silencio tenso las envolvió–. En fin… –intentó cambiar las vibras de la conversación–. Él, el apuesto salvador ricachón fue quien corrió a atender a su princesita y aquí estamos ahora.

–¿Papá? ¿A mí? –Claro, por eso Mireya no le quería decir. Siempre sentía disminuida su participación frente a Lex, el papá de Rei.

–Pagó, por supuesto. Así que no empeores más las cosas, que prácticamente ofreció su honor y el tuyo en esto. Te conseguiré nuevo colegio y… –Rei se levantó de golpe. Se puso botas y salió corriendo de la casa–. ¡Rei! ¡¿A dónde vas?! ¡Maldita enana! –Se levantó para seguirla, pero ya no había rastro de ella. Fue a buscar su auto al estacionamiento subterráneo para poder encontrarla, pero Rei ya se encontraba lejos.

Rei corrió a través del viento otoñal para llegar a casa de Mimi. Esta vez, en lugar de tocar su puerta, subió por un árbol que se encontraba junto a la ventana de la pieza de la chica. Se le hizo extremadamente difícil, porque estaba húmedo. Si alguien veía lo que estaba haciendo, de seguro las cosas empeorarían mucho más para ella, pero necesitaba hablarle.

La vio llorando tendida en su cama. Tocó la ventana suavemente con un golpecito de puño y Mimi, exaltada, miró hacia la fuente del sonido. Rei temió que Mimi corriera a decirle a sus padres. En ese caso no le daría tiempo de bajar del árbol y huir, y quedaría como la “acosadora” de la capital o algo por el estilo. Agraciadamente no fue así. La chica en su habitación se levantó y cerró la puerta de entrada con seguro, luego se dirigió a la ventana. Dudó un momento. Rei le hizo gestos con las manos que le indicaban que solo quería hablar. Mimi abrió lentamente y dejó entrar el viento frío a su pieza.

–¿Qué… qué quieres? –dijo cabizbaja con timidez y vergüenza. Rei se acercó lo que pudo.

–¿Qué fue lo que pasó? –preguntó con seriedad. Comenzaban a caer gotitas nuevamente. Agraciadamente el árbol cubría en parte a la enferma chica.

–Yo… no sé…

–¿Por qué lo hiciste? –insistió sin dejar ver desesperación o arrebatos de ninguna clase.

–Porque Penny…

–¿Qué hizo? ¿Te chantajeó?

–No… –Mimi no podía mirarla a los ojos, solo los movía de un lado a otro con pena–. Dijo que podría ser amiga de ellas… si…

–¡Mimi! No me digas que…

–Encontraron tus fotos… y yo… ya estaba furiosa contigo.

–Pero… se supone que éramos amigas… Yo hubiera hecho lo que fuera por ti… –ya no aguantó las lágrimas–. ¿Cómo pudiste confiar en esas perras?

–¡Porque tienen razón! –los arrugados ojos de Mimi se dirigieron al fin hacia los de Rei–. Tú solo haces lo que quieres y ya. No escuchas a nadie. Me dijeron que no se juntaban conmigo porque estaba contigo y… y que siempre empeoras las cosas. Dijeron que me dejarían de molestar si declaraba que habías sido tú… y que si no lo hacía, armarían un alboroto contra ti con las pruebas en su poder.

–¿Te das cuenta del poco sentido que tiene todo lo que me acabas de decir? ¿Qué te asegura que te van a dejar en paz o que van a ser amigas? ¿Cómo pudiste culparme por algo que no hice sin pensar en las consecuencias que podría tener eso para mí?

–¡Tú tampoco pensaste en eso hacia mí!

–¡Pensé que te iba a ayudar de esa forma! ¡Tú solo me perjudicaste injustamente! –un feroz silencio cortó la conversación.

Rei comenzaba a resbalarse del árbol mojado con sus botas de goma. La fiebre comenzaba a aparecer nuevamente, pero necesitaba terminar con todo esto de una vez.

–Rei… hoy voy a salir con ellas… me invitaron a comer con varios chicos para celebrar…

–¿Celebrar qué? ¿Que me expulsaran de todos los colegios particulares de la ciudad?

–¡No! ¿Quién dijo que te… –Mimi se asomó por la ventana para ver a Rei más de cerca.

–Así es… voy a ir a una escuela pública ahora. No es como que me importe… pero tú… vas a quedar sola. Esas chicas jamás serán tus amigas y… –Rei refrenó los cuchillos que escapaban de su lengua. No era necesario hacerla sentir mal–. Solo… espero que te traten bien –sus ojos eran dos fuentes de agua abiertas a tope–. Dale las gracias a tus padres por haber aceptado no llevar todo esto más lejos… –le temblaban las manos con las que estaba aferrada–. Gracias por ser mi loca amiga –Una sonrisa estaba a punto de salir de los labios de Rei cuando se desmayó y cayó del árbol.

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