3 - Planeando

Entró a su habitación y dejó el té en el velador junto a su cama. Conociendo lo ruda y directa que era con sus palabras y lo escalofriante de su mirada, nadie hubiera imaginado que esa pieza le correspondía: las paredes estaban pintadas color rosa claro y había llenado de corazones, conejitos y objetos tiernos, muchos encajes, volantes y lazos. A Rei le encantaba todo lo lindo y lo súper lindo, pero también lo raro. Hace poco había comprado una muñeca con ojos de botón, cabello azul e impermeable amarillo que su mamá había considerado tirar en varias ocasiones debido al recelo que le producía.

—Cuando llegues a sentir algo por alguien… —intentó decir Mimi sintiendo un poco de inevitable e infantil superioridad.

—Jamás —la interrumpió—. Hablas igual que mamá —Rei nunca se había sentido emocionalmente atraída por alguien y no veía posible estar en dicha situación—. ¿Me imaginas llorando por un chico? —se lanzó a su cama mientras se quitaba los zapatos de plataforma usando solo sus pies. Se estiró para sacar sus audífonos con orejas de gatito del cajón de su mesita de noche y los conectó a su teléfono para tener mayor libertad y arreglarse un poco el cabello.

—Ja, ja, ja. La verdad es que se me haría bastante extraño verte con el corazón enternecido por alguien, hablándome de esa persona, sintiendo deseo por él —Mimi se encontraba sola en su habitación, pero bajó la voz instintivamente para que sus papás no la escucharan hablar de esos temas que la habían metido en problemas.

—Ay, qué terrible sería. Embobada por un sujeto, no me lo imagino —Sí se lo había imaginado, pero le daba demasiada vergüenza admitirlo. Aún no despertaban esas emociones tan tiernas en ella—. La verdad es que soy dura como una roca —Rei escuchaba cómo reía su amiga—. Me reiría contigo si pudiera.

—Lo sé, tonta. Cuando te haga reír voy a sacarte una foto. Será un momento épico.

Rei no reía ni sonreía. No era como si no fuera capaz de hacerlo, solo no le nacía. Muy pocas veces había sonreído débilmente con un costado de su boca, pero nada le hacía suficiente gracia como para emitir una risa, mucho menos una carcajada. Esa era una de las razones que la hacía ver tan extraña y atípica frente al resto de los chicos de su edad: La alegría y el entusiasmo no le fluían de forma natural, haciéndola ver gótica, engreída, sombría y siniestra con sus ojos enormes y bien abiertos. Incluso de bebé su madre la había llevado con especialistas para que evaluaran su caso, pero no le habían detectado ningún problema neurológico o físico. Era así y ya.

—Gracias, Rei… Por… estar ahí, llamarme, acompañarme, conversar, animarme. Eres una amiga genial —dijo Mimi después de un largo silencio.

—Lo intento —El enunciado de su amiga la había sonrojado un poco. Rei realmente quería hacer sentir bien a Mimi, después de todo era su persona más cercana y a quien le contaba todas sus infidencias—. Oye… —no sabía si retomar el doloroso tema—. Sabes que no van a poder hacer nada contra Penny y las demás porque son menores de edad. Con suerte les darán una pequeña multa a sus padres y nos impondrán un proyecto escolar repleto de sermones y carteles contra la divulgación de contenido y los efectos del bullying. Talleres de autoestima... —Le repugnaban todos esos intentos de los adultos de moldear a los jóvenes según sus deseos, creía que lograban el efecto contrario.

—Lo sé. De todas formas tengo que declarar contra las estúpidas —Mimi se tapó el rostro con la mano. Le dolía pensar en todo lo que estaba viviendo y solo quería distraerse e ignorarlo.

—Mmm… Es que creo que debieran pagar —dijo con facilidad Rei. Ya se había sentado cómodamente y disfrutaba de su té de fruta.

—No empieces —Mimi también se incorporó y comenzó a agitarse—. Nos han llevado a hablar con la asistente, el psicólogo, la orientadora y el director todo el año por defendernos de esas babosas. Nos dijeron que una más y…

—Una más y nos expulsan. Lo sé —completó Rei calmadamente—. Pero… esta vez sí se justifica con mayor fuerza que otras... sabes… —refrenó sus palabras concernientes a su plan—. Mmm… Creo que este tema es mejor hablarlo en persona.

—Ya te dije que no me permiten salir de casa.

—Entonces… ¿Podré pasar a verte?

—No… ya sabes que estoy castigada hasta nuevo aviso. Ya me dijeron un millón de veces que ni siquiera puedo verte a ti —ambas se quedaron pensando en posibilidades que les permitiera conversar cara a cara—. ¡Ya sé! —Se iluminó la mente de Mimi—. Mañana tengo una cita con el director y mis padres. Será después de la hora de colegio, cuando se van los alumnos. ¿Te parece si terminando pido permiso para ir al baño y me esperas allí?

—Excelente. Nos vemos ahí entonces. Adiós.

Apenas colgó el teléfono Mireya apareció en la puerta de la habitación de Rei.

—¿Qué estás planeando, enana? —dijo con los brazos cruzados mientras movía los dedos inquietamente.

—Nada —respondió inocentemente terminando su bebida caliente.

Mireya sabía que tramaba algo, fuera por su instinto materno, por su relación tan cercana con su hija o por la experiencia. “Esta chiquilla siempre se mete en problemas, no hay cómo hacer que se quede quieta, a pesar de lo tranquila que es frente a uno. Tiene alma de justiciera social”, se decía, con un dejo de orgullo. Aunque Rei la juzgara tan mal, ella había hecho lo que podía según sus circunstancias y lamentaba cómo se habían dado las cosas: desde su embarazo adolescente hasta su relación con un hombre casi veinte años mayor. Sí había sido irresponsable muchas veces por su inmadurez, pero estaba agradecida de la hija que tenía y el destino que había alcanzado junto a ella.

—Más te vale que esta vez no me llamen a hablar con el director —intentó ponerse seria e imponente.

—Como si te molestara que el viejo verde te alabe sobre lo joven y hermosa que eres — Mireya sacudió su melena castaña en una señal pretenciosa.

—Un poco de escote y el viejo cae rendido —Rei observó los pechos de su madre y los comparó con los de ella, que eran prácticamente la mitad en volumen.—Bueno, no todas nacimos tan bien dotadas como tú, mamá —Rei se levantó y caminó hacia la puerta—. A algunas nos toca ser inteligentes —Rei se fue rápidamente antes de que Mireya la reprendiera.

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