A Rei le gustaba fastidiar a su mamá, y a Mireya le gustaba ver cómo se estaba desarrollando la mente de su hija, era su juego eterno. La verdad era que Rei la adoraba, pero estaba entrando en su etapa rebelde y sentía mucho rencor por haber sido tenida tan joven, y no solo eso, Mireya la había descuidado bastante en sus primeros años al punto de que Rei le decía “mamá” a la vecina que la cuidaba cuando su verdadera madre trabajaba o salía a distraerse. Además sentía celos al ver cómo se llevaba la atención de todos con su elocuente y llamativa personalidad y vestimenta. Rei era todo lo opuesto a ella, y no comprendía porqué su mamá prefería divertirse con hombres que terminaban en relaciones fallidas en lugar de pasar tiempo con su hija.
“Como sea, tampoco quiero ser así”, pensó Rei. Tomó su libro de bocetos, se puso el abrigo negro que había confeccionado ella misma viendo un tutorial en internet y salió a caminar con la esperanza de apaciguar sus pensamientos que, sin razón aparente, la perturbaban.
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“Se miraron directamente a los ojos y supieron que querían pasar toda la vida juntos.
—Te amo, Alphonse —el joven tomó suavemente su mentón y acercó sus labios temerosos hasta sellar su amor con un beso”
Rei solía pasar tiempo en soledad leyendo novelas o cómics románticos. Muy en el fondo deseaba sentirse así de enamorada, pero le costaba lograr acercarse a los demás. En general la juzgaban, primero por su físico. “¿Son realmente aterradores mis ojos?” se preguntaba mientras se miraba al espejo. A ella le gustaban. Y luego, la rechazaban por su personalidad: Era callada, pero cuando hablaba, era bastante cruda y directa. “Sí, quizás soy un poco sarcástica”.
Pero ella no era solo un cascarón de odio y frustración. Tenía una gran fascinación por inventar ropas extravagantes y estaba aprendiendo de forma autodidacta a diseñar y confeccionar ropa. Pensaba hacer un curso formal durante las vacaciones de invierno, lo que la entusiasmaba muchísimo. También le encantaba la fotografía, así que su padre le había comprado una cámara vintage de impresión instantánea. Normalmente retrataba chicos y chicas con estilos particulares de vestimenta, animales tiernos y paisajes melancólicos, pero esta vez tenía otra cosa en mente. Con precaución logró reunir imágenes vergonzosas de quienes divulgaron las fotografías comprometedoras de Mimi: La espalda velluda de Melanie, Penny sin maquillaje, las nalgas postizas de Johanna y las uñas sucias de los pies de Andrea. También grabó un video con su teléfono celular donde Victor Thomsons se besaba con un chico. No podía esperar para mostrárselas a Mimi.
Tal como acordaron, Rei la esperó después de clases en el baño de la escuela mientras su amiga tenía su cita con el director. Se metió a uno de los vestidores y se quedó tejiendo un sweater que quería regalarle a Mimi para su cumpleaños. Apenas escuchó que se abría la puerta, guardó todo con rapidez para mantener el factor sorpresa y se asomó para asegurarse que fuera la persona que esperaba. En efecto era Mimi, pero no venía en condiciones de conversar sobre un posible complot: lloraba a mares apenas dejando espacios para respirar. Rei tomó un montón de papel higiénico y se acercó corriendo para saber qué ocurría.
—¿Qué te pasó? —le entregó el papel para que se limpiara el rostro; pero Mimi, en vez de tomarlo, le mostró su teléfono.
—Lo hicieron, Rei. Me expusieron. Ahora sí que se acabó mi vida —habían subido las imágenes comprometedoras de Mimi a la red desde una fuente anónima. Mimi la abrazó con fuerza—. Ya no puedo más con este tema, Rei. Me han llegado mensajes horribles durante todo el día, ya no sé qué hacer. ¿Por qué me quieren hacer daño? ¿Qué les hice yo a ellas? Yo solo quiero que me dejen en paz y hacer amigos.
La verdad es que sí habían atacado antes a las chicas malintencionadas, pero, como indicaba Rei cada vez que conversaba con las autoridades del colegio, era en defensa propia. El pecho de Rei se llenó de adrenalina: quería salir corriendo y partirles el rostro a los desgraciados causantes de la pena de su amiga, pero no tenían pruebas de quiénes eran. Lo mejor que podían hacer era esperar las investigaciones de las partes judiciales correspondientes, o tomar la justicia por sus propias manos.
—Mira —Rei le mostró su colección de fotografías—. Con esto podemos atormentarlas mientras tanto ideamos un plan que les haga pagar mejor lo que han hecho. Las subimos a la red tal cual lo hicieron ellos.
—No, Rei. Esto no es suficiente para todo el mal que me están causando —apartó las fotografías suavemente y con pesar—. Van a sentirse avergonzados y ridículos, pero… lo mío… lo mío me va a perseguir de por vida… ¿Cómo pude ser tan idiota?
—Mira, por favor —Rei le acercó el video de su teléfono—. Victor besando a un chico. De seguro sus padres y todo el colegio enloquecerán cuando se enteren.
—¡¿Qué?! ¿Vic? —Mimi quedó impactada por el descubrimiento—. No sé… ya no tengo fuerzas para continuar… Me muero de pena, Rei… —Mimi se fue sin mirar atrás y Rei se quedó inundada de sentimientos de impotencia.
Llegó tarde a casa luego de ir a darse una vuelta por la playa. Siempre le ayudaba cuando estaba atormentada o confundida. Había hecho suyo el malestar de Mimi.
Esa noche intentó comunicarse con ella sin éxito, y al día siguiente hizo lo mismo durante el transcurso del día; pero su amiga no contestó, así que decidió continuar con su plan como se lo había manifestado. Tomaría venganza por ella, pero aun así no podía lograrlo sola.
Meditó en su casa las opciones que tenía hasta que le llegó a la mente la persona perfecta para ayudarla. Reunió los datos que necesitaba en el directorio escolar, salió de casa y se fue caminando a un complejo de departamentos nuevos cercanos a la playa. Los rayos de sol de otoño calentaban sus manos frías por el clima cambiante. Entró al lugar sin mirar a los guardias de recepción y tomó el ascensor que la dirigió al piso 11.
—No tengo otra opción —se convenció. Dio un respiro profundo antes de tocar la puerta de Ken Kennet, un chico larguirucho de lentes que iba en su salón y que se le declaraba cada vez que podía. Tras el llamado, Kennet abrió la puerta de entrada y se quedó en blanco cuando la vio frente a su casa.
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