Capítulo 12

– ¿Está seguro? –Preguntó, su mano

golpeando el brazo de su trono.

–  Sí, mi Señor. –dijo el Vampiro de

cabello rubio, mirando brevemente en mi dirección.

–  ¿Cuándo llegará la sacerdotisa? –preguntó

el Rey, atrayendo los ojos de los Vampiros hacia él.

–  Tres días. –respondió el rubio.

Me moví incómoda en

el trono que había aparecido de la nada. Claramente, el Rey se había preparado

para la pequeña posibilidad de que hubiera dicho que sí a su propuesta. Quiero

decir que lo hice, pero ese no era el punto.

La corona en mi

cabeza parecía pesada y me pesaba terriblemente, miré a William. Estaba acostumbrado

a usar la corona, pero estaba torcida en su cabeza, forzando su cabello negro

hacia sus ojos.

Desconecté su

conversación y traté de recordar por qué había aceptado ser la Reina Vampiro.

No era un vampiro,

pero de alguna manera sabía que eso iba a cambiar en algún momento. Me habría

asustado, habría suplicado seguir siendo humana, pero no me quedaba nada por lo

que ser humana.

William me había

dicho que me guiaría a través de la transición de sirvienta a reina y de humana

a vampira.

El Vampiro rubio

hizo una reverencia y se alejó y yo miré hacia William. Llevaba la capucha

echada y los anillos reales de sus dedos brillaban a la luz.

–  No creo que esto sea para mí. –dije

en voz baja.

El rey no me miró,

pero inclinó la cabeza para hacerme saber que escuchó.

–  Esto es solo para que te

acostumbres a estar aquí arriba y tratar asuntos de gran importancia. –respondió.

Fruncí el ceño.

–   Mi Señor, no sé lo suficiente

sobre este mundo o los Vampiros para tomar decisiones como una Reina tiene que

hacerlo. –respondí.

Me miró. Sus ojos

color plata enlazando mis ojos azules.

–  Supongo que tienes razón. –se

desvaneció, mirando hacia otro lado.

–   Mi Rey. –anunció una voz.

Ambos miramos hacia

arriba para ver a un anciano, estirando una gran sonrisa en su rostro.

–  ¡Víctor! ¿Qué te trae por aquí? –preguntó

el Rey, enderezándose en su silla.

–  Escuché que encontraste una reina,

las noticias viajan rápido para nosotros los vampiros, lo sabes. –dijo el

hombre, Víctor.

–  Aún no está coronada, esta es Jade.

–dijo el Rey, presentándome.

Me preguntaba quién

era él para tener la amistad y el respeto del Rey.

–   Hola. –dije, mirando de nuevo al

anciano.

Él sonrió.

–   Eres realmente deslumbrante, mi

lady. –dijo, inclinando la cabeza con respeto.

Miré hacia abajo a

su cumplido. El Rey observó a Víctor cuidadosamente como si buscara su

aprobación. Hice una nota mental para preguntarle al respecto.

–  He dirigido una hermosa canción y

agradecería que tanto el Rey como la Reina la bailaran. –dijo Víctor, lanzando

una sonrisa al Rey.

Los dedos de William

se crisparon.

–  Me temo que ninguno de los dos

hemos renunciado…. –estaba diciendo antes de que lo interrumpiera.

–  Sería un honor. –dije con firmeza,

poniéndome de pie.

El Rey me miró,

entrecerrando sus ojos plateados. Víctor hizo una reverencia cuando le hice un

gesto hacia el suelo. Suspirando, el Rey se puso de pie y me prestó su codo.

Bajamos las

escaleras para pararnos frente al músico.

–   Espero que sepas bailar porque si

me haces hacer el ridículo…. –decía el Rey mientras la música comenzaba.

William y yo nos

juntamos y empezamos a bailar. Sabía bailar. Después de años de sentarme frente

a la televisión y ver espectáculos de danza, lo aprendí con bastante facilidad.

–   Sigues sorprendiéndome. –murmuró

el Rey.

–  Tomaré eso como algo bueno, es posible

que debas creer en mí si quieres que tenga éxito en ser coronada. –dije con

firmeza mientras bailábamos.

William pareció acercarme

más.

–   Podría reemplazarte fácilmente. –respondió.

Una punzada de

dolor me atravesó, pero la aplasté.

–   Si quisieras reemplazarme, ya lo

habrías hecho. –respondí mientras el Rey me sumergía lentamente.

Volví a subir y William

definitivamente me abrazó más cerca, su voz y mejilla rozando mi oído.

–  Veo que ya asumes que me conoces,

solo porque te pedí que fueras mi Reina y solo porque sepas mi nombre no

significa que me conozcas. –me dijo al oído.

Un escalofrío me

recorrió la espalda. Dos podrían jugar a ese juego. Me incliné más cerca

también.

–  Solo porque puedas leer mis

pensamientos y solo porque acepté ser tu Reina, no significa que me poseas,

siempre he sido libre... He elegido quedarme aquí. –le respondí al oído.

Me alejé y giré,

riendo cuando William me atrapó. Me sumergió de nuevo y la canción terminó, mi

mano en el pecho del Rey.

–  Soy tu dueño, Jade, creo que

sigues olvidándolo. –gruñó.

–   Lo que quiera pensar, mi Señor. –dije

antes de darle un guiño.

Me aparté y me

volví hacia Víctor.

–  Eso fue hermoso, lo adoré. –dije

suavemente.

Dos manchas rosadas

aparecieron en sus mejillas.

–  Gracias, mi señora. –dijo,

inclinándose.

Mirando hacia atrás

al Rey, sus ojos plateados me observaron.

–  Mi Rey. –dije en broma mientras me

hundía en una reverencia.

Sonreí mientras

salía de la habitación. Seguí por el pasillo y vi a Berkis limpiando algunos

estantes.

–  ¡Berkis! –exclamé.

Se dio la vuelta y

sus ojos se abrieron.

–  Mi señora. –dijo rápidamente,

haciendo una reverencia.

–  No hagas una reverencia, soy solo

yo. –dije, frunciendo el ceño.

La sirvienta principal

se aclaró la garganta.

–  Eres la futura reina Jade, ya no

eres una sirvienta, necesito mostrar respeto. –dijo con rigidez.

–  No cuando somos solo nosotras dos,

no lo haces, somos amigas. –respondí.

Pareció relajarse,

pero inmediatamente enderezó la espalda.

–  Mi rey. –dijo, sus ojos moviéndose

por encima de mi hombro.

Me di la vuelta y William

se paró en la entrada, sus ojos plateados tormentosos y chispeando como un

relámpago.

–  Berkis, por favor continúa con tus

deberes.... –dijo con firmeza.

Fruncí el ceño y Berkis

hizo una reverencia y se escabulló. Me crucé de brazos.

–   Solo estaba diciendo hola. –le

dije mientras se escabullía lentamente en la habitación.

De repente me

recordó a un tigre, mirándome de cerca.

–  Eres un problema. –dijo con calma.

Levanté la

barbilla.

–  ¿Acabas de darte cuenta de eso? –Pregunté,

un poco sarcástica.

–  Sigo siendo tu Rey, y aún

necesitas mostrarme una señal de respeto, aún no eres mi Reina. –gruñó.

Mordí mi labio,

atrayendo sus ojos hacia él.

–  A Víctor le gustaste, dice que

tienes espíritu y trueno en tu alma. –continuó el Rey, acercándose aún más.

–   No era consciente de que iba a

complacerlo. –respondí, rígidamente.

William se paró

frente a mí y se estiró para agarrar mi mandíbula. La sostuvo suavemente, pero

de alguna manera pude sentir su toque quemar mi piel.

–  No debes complacer a nadie más que

a mí. –respondió con dureza.

Mi interior se rio

y no pudo evitar salir a borbotones.

–   Me alegro de que el baile haya

tenido algún efecto en ti. –le respondí, mientras me mantenía quieta.

Se inclinó.

–  No fue muy propio de una dama

dejar a un hombre así. –dijo, inclinándose aún más.

Nuestras bocas estaban

separadas por un suspiro.

–  Quien te dijo que era una dama,

mintió en serio. –le respondí.

De un solo golpe,

capturó mi boca y me obligó a retroceder. Mi espalda golpeó la pared detrás de

mí cuando William profundizó el beso. Gimió cuando mis manos fueron a su

cabello y accidentalmente le arranqué la corona. Cayó al suelo con un sonido

metálico, pero a ninguno de nosotros nos importó.

Soltó mi mandíbula

y se inclinó un poco, levantándome y sosteniéndome más firme contra la pared.

Envolví mis piernas alrededor de él, tanto como pude en este ridículo vestido.

William dejó mis

labios y presionó besos calientes en mi cuello hasta que se detuvo en lo que

sabía que sentía mi pulso. Se apartó abruptamente, pero lo sostuve.

–  Está bien, no tengo miedo. –dije,

mientras su labio superior comenzaba a retirarse.

Su ojo se abrió

cuando me incliné y lo besé, deliberadamente cortando mi lengua con uno de sus

colmillos. William gimió. Alejándome, lo miré.

No tenía miedo en

absoluto, me sentía en paz.

–  No tomes demasiado. –dije, antes

de inclinar mi cabeza.

–  Jade. –dijo con voz áspera.

– Está bien. –prometí.

Inclinándose,

presionó un beso en mi pulso y cerré los ojos antes de hacer una mueca cuando

sus colmillos perforaron mi piel. Me dejó un jadeo prolongado, mientras el

éxtasis llenaba todo mi cuerpo.

Me abrazó con

fuerza por un momento y mis ojos se pusieron en blanco antes de que él se

apartara, lamiendo sus labios. La vista de la sangre siempre me había hecho

vomitar en el pasado, pero ahora estaba increíblemente caliente. Fue el placer

corriendo a través de mi cerebro a medio correr o algo completamente diferente

lo que me hizo empujar a William de nuevo a besarme. Mi sangre manchó nuestras

bocas y me sentí drogada.

Nunca quise que

este sentimiento terminara…

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