Capítulo 4

No

podía llevar la cuenta de cuántas horas o días estuve atrapada en esa

celda. Hacía frío por la noche y tuve que abrazarme a mí misma para

mantener, aunque sea una pizca de calor.

La

única interacción que tuve fue cuando un hombre de aspecto cansado dejó caer

comida en mi celda. Nunca lo comí, sin importarme el hambre que tuviera.

Empecé

a marcar las paredes con marcas de arañazos, hechas con un pequeño trozo de

vidrio que había encontrado en la esquina de mi celda. Era el tercer día

cuando escuché movimiento.

En

este momento, ni siquiera levanté la cabeza. Esperando al anciano, no abrí

los ojos.

–   ¡Tú! ¡Humana! –Una voz

ladró.

Mis

ojos se abrieron y me senté.

–  Levántate del piso sucio, el

Rey quiere verte. –frunció el ceño el hombre.

Usando

la pared, me levanté, pero la falta de comida y agua hizo que mis rodillas

flaquearan.

–  Por el amor de Dios, los

humanos son inútiles. –dijo el hombre, abriendo la puerta de la celda.

Entró

y agarró mi muñeca. Apreté mis ojos dolorosamente y traté de levantarme de

nuevo pero el hombre comenzó a caminar, arrastrándome detrás de él.

Mis

caderas golpeaban cada escalón mientras subía las escaleras, pero no hice

ruido. Si iba a morir, quería morir en silencio.

De

repente todo movimiento se detuvo y el hombre me soltó el brazo, haciéndome

caer al suelo de un manotazo.

–  De rodillas, debilucha. –espetó

el hombre.

Levantando

la cabeza, mis ojos se abrieron para ver que estaba en una lujosa habitación,

decorada con dorados y lilas profundos, colores reales. El hombre frente a

mí, el hombre que me había sacado de mi vida cotidiana, se sentó en un trono.

Sus

ojos plateados me miraron, su corona parpadeando a la luz del fuego que se

proyectaba desde la chimenea junto a la pared.

–  ¡De rodillas! –El hombre

que me había arrastrado exclamó.

Me

levantó y me soltó, haciéndome caer de rodillas. Junto a mi secuestrador

estaban los dos modelos que había conocido por primera vez. Escuché un

golpe y vi que el rey golpeaba con los dedos el brazo de su trono.

– El maestro de la mazmorra me

dice que no estás comiendo ni bebiendo. –dijo el Rey, entrecerrándome los ojos.

Solo

lo miré, sin saber si quería una respuesta o no.

– ¿Por qué? –Preguntó.

Tragué

y pensé en un licuado de mango para lubricar un poco mi garganta.

–  Prefiero morir. –dije con voz

áspera.

Algo

brilló en su rostro... ¿respeto? no

sabría decir

–  Eso se puede arreglar. –dijo el Rey, moviendo su mano hacia adelante.

Los

dos modelos mostraron sus colmillos.

–  Crees que eso me asusta, ya

pasé el punto de asustarme. –le respondí, chorreando sarcasmo.

El

Rey se puso de pie y todos de repente se inclinaron. Dio unos pasos hacia

mí y se detuvo justo a mi alcance.

Como

una serpiente, su mano salió disparada y me agarró. Salté hacia adelante.

–  Ahora me perteneces, te sugiero

que te comportes. –dijo el Rey, sus frías manos agarrando con fuerza mi

mandíbula.

Mis

ojos se vieron obligados a mirar fijamente sus orbes de astillas.

–   ¿O qué? –Pregunté,

apretando los dientes.

–   O vivir en este castillo será

mucho más difícil para ti. –respondió, frunciendo el labio.

–  ¿Cómo estar atrapada en un calabozo?

–Pregunté, mi voz apenas un susurro.

Los

modelos se miraron antes de dar un paso atrás.

–  Fuera. –dijo el Rey, con

aspereza.

–  Mi señor…. –comenzó a decir el

hombre que me había arrastrado.

–  ¡Dije que te fueras! –El

Rey rugió.

Rápidos

como un rayo, todos salieron corriendo de la habitación. Mis ojos se

quedaron fijos en los del Rey.

–   Nadie se atreve a desafiarme,

aún no eres capaz de entender lo que puedo hacerte. –dijo el Rey con una calma

mortal, levantando la mano.

Con

eso, me levanté.

–  Tal vez simplemente no te tengo

miedo. –repliqué.

Inclinándome

más de cerca, pude sentir su aliento en mi mejilla.

–  Deberías tenerlo. –gruñó.

–  Si querías otro esclavo sin

sentido que se inclinara mientras pasabas, entonces elegiste a la chica

equivocada. –respondí.

–  Seguro que disfrutaré

aplastando tu fuerza de voluntad y convirtiéndola en polvo. –dijo entre

dientes.

–  Algo que esperar entonces. –respondí,

antes de hacer una mueca.

El

dolor en mis hombros comenzó a palpitar sin piedad.

–  Eres mi esclava ahora, te sugiero

que te acostumbres a que te dé órdenes. –dijo el Rey, sus dedos recorriendo mi

mandíbula por un momento.

–  Entonces te sugiero que te

acostumbres a decepcionarte. –respondí con dureza.

El

Rey miró hacia arriba, mirando alrededor de la habitación.

–  Una boca inteligente para

alguien que podría morir con un chasquido de mis dedos. –respondió, mirándome.

–  Si voy a morir, quiero seguir

mi camino. –respondí, siseando mientras el Rey agarraba mi muñeca con la otra

mano.

Sus

ojos plateados se encontraron con los míos por un momento,

estudiándome. Este hombre era un monstruo, quién sabe cuántas personas

había matado como el hombre que había atacado en el restaurante.

Por

un momento, juro que vi margaritas y una mujer sonriendo en sus ojos, pero

parpadeó y me apartó. Caí al suelo y grité cuando el suelo áspero me raspó

la piel.

–  ¡Levántate! –El Rey gruñó.

Levanté

la cabeza débilmente.

–  ¡Levántate! – El grito.

Mis

palmas golpearon el suelo mientras las presionaba, levantando mi pecho y luego

todo mi cuerpo. Mi cuerpo me gritó de dolor, pero contuve la sangre que

había en mi boca.

–  Eres un monstruo. –susurré al

suelo.

El

Rey se rio, un sonido malvado y desagradable.

–  Ya te lo he dicho, debilucha. –espetó.

Poniéndome

de pie, enderecé mi cuerpo a pesar del dolor para mirarlo.

– A algunos monstruos les queda

un atisbo de humanidad, pero tú... eres una causa perdida. –dije seriamente.

Mi

cabeza se balanceó hacia un lado cuando me golpeó en la cara. La sangre

llenó mi boca y sin importarme lo que hiciera, escupí la sangre al suelo.

–  Fuera de mi vista antes de que

decida matarte. –dijo el Rey, respirando con dificultad.

Las

puertas se abrieron de golpe y el hombre que me había traído arriba apareció y

me agarró del brazo bruscamente. Ni siquiera me estremecí.

–  Envíala con las sirvientas, ellas

pueden encargarse de ella. –dijo el Rey, dándose la vuelta.

Su

capa ondeaba detrás de él mientras subía las escaleras hacia su trono. Se

sentó justo cuando el hombre comenzaba a arrastrarme.

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