– Jade. –preguntó una voz
tranquila y profunda, atrayendo mi atención hacia él y no hacia las ventanas
que estaba limpiando.
– ¿Mi señor? –pregunté
sorprendida de verlo.
Se
suponía que estaría fuera del castillo por otro día, pero supongo que llegó
temprano a casa.
– ¿Cómo estuvo su viaje? –Yo
pregunté.
Sus
ojos se apartaron antes de mirar sus manos. Miré hacia abajo también para
verlo sosteniendo una caja.
– Sé que ayer fue tu cumpleaños y
pensé que podrías disfrutar esto. –dijo, antes de aclararse la garganta.
Parecía
nervioso. Tomé la caja con cuidado, dejé mis utensilios de limpieza y
desenvolví el regalo. El rey se movió incómodo. Reveló un libro
encuadernado en cuero, probablemente tan antiguo como el propio Rey.
– ¿Qué es esto? –Pregunté,
temerosa de abrirlo y dañar algo.
– Un diario perdido de Leonardo
Da Vinci. –respondió.
Mi
boca se abrió.
– ¿Conocías a Leonardo Da Vinci? –pregunté,
sorprendida.
El
rey pareció toser.
– Conocí al hombre que la gente
llamaba Jesús. –respondió antes de apartar la mirada.
– Presuntuoso. – respondí, sonriendo
mientras miraba mi libro.
Una
sonrisa cruzó el rostro del Rey antes de que pudiera parpadear,
desapareció.
– Gracias por el regalo. –dije,
tocando el lomo del libro con cuidado.
– De nada, camina conmigo. –dijo,
siendo más una orden que una pregunta, lo seguí.
– Jade, sé que no ha sido lo
mejor para ti aquí y no he sido muy amable contigo, pero espero cambiar eso. –se
fue apagando.
Tragué
saliva, pero mantuve el paso con él. Caminamos hacia las puertas
delanteras.
– He estado solo por mucho tiempo
y una parte de mí todavía quiere lastimar y lastimar a todos por mi propia
soledad. –continuó mientras me conducía a los jardines.
Nunca
las había visto de cerca, solo desde las ventanas, pero apenas podía mirar las
flores. Me concentré en el Rey y pude sentir lo incómodo que estaba.
– Está bien, mi Señor. –dije
suavemente.
Miró
hacia arriba, nuestros ojos atrapándose mutuamente.
– William. –dijo suavemente.
Levanté
una ceja.
– Mi madre me nombró William,
preferiría que lo dejaras solo entre nosotros. –respondió, dándose la vuelta.
– Claro. –respondí confundida.
¿Por
qué me diría su nombre cuando nadie más lo sabía?
– Jade, quiero preguntarte algo. –dijo,
sonando inseguro.
Mi
corazón latía salvajemente y sabía que él podía oírlo.
– Quiero que estés a mi lado. –dijo,
mirándome.
El
shock me recorrió antes que la confusión.
– ¿No lo estoy? ¿Soy tu
sirvienta? –Pregunté, confundida.
– No como mi doncella, como mi
esposa. –dijo con firmeza, pareciendo controlar su repentina timidez.
Di
un paso atrás y me senté en el banco de madera que daba al jardín.
– ¿Qué? –pregunté
confundida.
– Nunca me han rechazado, y
odiaría que fueras la primera en hacerlo. –respondió, la autoridad filtrándose
de nuevo en su tono.
– ¿No entiendo por qué? ¡Soy tu
sirvienta, eso es todo! –exclamé.
Él
suspiró.
– Nunca fuiste solo una sirvienta,
desde que te salvé, has estado bajo mi vigilancia y siempre estuviste destinada
a tomar la corona como la Reina a mi lado. –dijo con firmeza.
– Pero me hirieron, me golpearon
y ¿esperas que olvide todo eso y diga que sí a ser tu esposa? ¡Creo que no! –exclamé.
– Jade…. –se apagó.
La
ira se apoderó de mí.
– ¡No te importo para nada, no te
importó mi cumpleaños! ¡Trajiste este libro para ablandarme y bajar mis
defensas! –Rompí.
Me
puse de pie y empujé el libro encuadernado en cuero en su pecho. Tropezó
hacia atrás, de alguna manera elegante.
– Jade. –dijo con firmeza cuando
comencé a alejarme.
– ¡No puedes negar mi orden! ¡Soy
tu Rey! –Él chasqueó.
Me
congelé y giré la cabeza para mirarlo.
– No, no eres un rey para mí, no
soy uno de tus esclavos vampiros sin mente, ¡soy un ser humano con un corazón
latiendo y sentimientos! –exclamé de vuelta.
– ¡Pareces pensar que yo quería
ser así! –gruñó.
Estudié
su rostro.
– ¡Tenía una esposa y un hijo! ¡Tenía
una familia y era feliz! –Exclamó antes de que se le rompiera la voz.
Se
aclaró la garganta mientras caminaba hacia mí.
– Quédate con el libro, lo creas
o no… fue un regalo por tu cumpleaños... ¡un día aprenderás que no todo el
mundo es tu madre! –Dijo, poniendo el libro en mis manos.
Me
empujó y desapareció de regreso al castillo. Volví a mirar el libro que
tenía en las manos. Al abrir el libro con cuidado, un trozo de papel
suelto casi se cae al suelo, pero lo atrapé.
Un
pergamino elegante estaba garabateado en la nota.
“Para
Jade, por tu amor por las lenguas antiguas”
Mordí
mi labio y miré hacia el castillo antes de suspirar. Decidiéndome, comencé
a correr. Sabía que tenía la velocidad de un vampiro, pero tenía la
sensación de que no estaba de humor para usarla.
Corrí
al vestíbulo del castillo y lo vi subiendo las escaleras antes de desaparecer
de la vista. Suspirando, sentí que algo pesado tintineaba en mi bolsillo.
¡La llave de su dormitorio!
Corrí
hacia la puerta más cercana y salí al pasillo del rey, casi derribando a una
criada. Corrí hacia la puerta del Rey, patiné frente a ella y agarré la
llave. Empujándola en la cerradura, la giré y caí en su habitación.
– ¡Qué pasó con tocar! –Un
chasquido llamó desde la habitación.
Mis
ojos se abrieron como platos cuando un Rey muy descamisado estaba de espaldas a
mí. Rápidamente se puso una capucha sobre la cabeza y se dio la
vuelta. Mis manos temblaron.
– ¿Qué quieres? –Preguntó,
mientras cerraba la puerta.
Se
echó hacia atrás la capucha para que pudiera verlo con claridad.
– Sé que no eres mi madre, y sé
que eres cruel... –Me detuve.
Entrecerró
los ojos.
– Sinceramente espero que vayas a
alguna parte con esto Jade. –gruñó.
– Sí. –dije con firmeza.
Parecía
confundido.
– ¿Si qué? –Él chasqueó.
No
dije nada, solo lo miré y de repente se dio cuenta.
– Sí. –repetí.
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