El
hombre me arrojó dentro de la puerta y caí al suelo en un
montón. Levantando mi cabeza para mirar al hombre, él me devolvió la
mirada antes de cerrar la puerta de golpe.
– ¿Estás bien? –Una dulce
voz preguntó desde dentro de la habitación.
Rápidamente
me senté, ignorando el destello de dolor que se extendió por mi cuerpo.
– Estoy bien. – respondí.
Una
mujer salió de las sombras vistiendo un uniforme de sirvienta.
– Entonces tú debes ser Jade, la
mujer que el Rey salvó. –dijo, sus ojos verdes estudiándome.
– Él no me salvó, me secuestró. –respondí.
Una
sonrisa bromeó en sus labios.
– Puedo manejar el sarcasmo, pero
el Rey odia cuando alguien no sigue sus órdenes. –dijo, acercándose.
Extendió
sus manos y yo las alcancé y las agarré. Levantándome, miró mi cuerpo
magullado.
– Realmente hicieron un número
duro contigo. –dijo principalmente para sí misma.
Me
aclaré la garganta.
– Ven por aquí cariño, vamos a
darte un baño caliente y algo de ropa limpia. –dijo, tomando mi mano.
Seguí
a la anciana regordeta hacia el fondo de la habitación hasta otra
puerta. Subconscientemente, me pasé las manos irregulares por los brazos
sucios y me di cuenta de que probablemente parecía una mendiga asquerosa. Yo
había estado frente al Rey, luciendo así. No es que me importara lo que él
pensara, pero, aun así, necesitaba aferrarme a la pizca de decencia que me
quedaba.
La
puerta se abrió a un baño sencillo, la bañera lo suficientemente grande como
para ocultar todo tu cuerpo bajo el agua. Tenía un lavabo y eso era
prácticamente todo. Miré a la dama que se movió hacia un pequeño armario
detrás de la puerta. Estirándose, agarró un bulto.
– Ahí está la ropa de la
sirvienta, debes usar esto en todo momento... Tendrás un par de segundos para
ti también. –dijo, entregándome el bulto.
Lo
tomé con cuidado.
– Sé que esto no es glamoroso y
qué no, pero si haces tu trabajo y mantienes la boca cerrada, te tratan
bastante bien. –dijo la señora.
– Gracias…. –la interrumpí,
mirándola cuestionadamente.
– Berkis. –respondió ella sonriendo.
– Gracias. –dije de nuevo.
Ella
me dio otra sonrisa y asintió con la cabeza antes de cerrar la puerta y dejarme
en mi privacidad. Suspirando, me moví hacia el fregadero y coloqué mi ropa
antes de ir al baño.
Abrí
los grifos para tener la temperatura perfecta y esperé a que se llenara. Lentamente,
me despojé de mi viejo uniforme y lo puse en el suelo.
Me
metí en la bañera y me estremecí cuando el agua limpió los cortes y moretones
de mi cuerpo. Me hundí debajo del agua.
Solo
tenía una pregunta candente en mi mente.
¿Por qué el Rey me salvaría
solo para atraparme aquí y tener que obedecerle todas las órdenes?
Regresé
a la superficie y comencé a lavarme el cuerpo, con cuidado alrededor de mis llagas,
pero asegurándome de que estuvieran limpias. Froté un poco de jabón por mi
cabello, sin importarme si lo secaba.
Me
quedé en el agua hasta que mi piel comenzó a arrugarse. Salí, me sequé y
me puse el uniforme de sirvienta que estaba un poco suelto.
Tomando
mi lazo para el cabello, me recogí el cabello en un moño. Agarré mi montón
de ropa sucia y abrí la puerta del baño.
Berkis
estaba apoyada en el banco, esperándome con los ojos cerrados. Parecía una
elegante anciana que probablemente había estado atrapada aquí durante mucho
tiempo. Me aclaré la garganta. Abrió los ojos y me miró, brindándome
una amplia sonrisa.
– Eso se ve muy bien en ti, aquí
déjame tomar esos. –dijo comenzando a avanzar.
Tomando
mi ropa sucia, se dio la vuelta y la tiró a la basura. Observé la tapa
batiente mientras mi vida desaparecía.
– Ahora tus deberes son atender
al Rey, debes seguir todas sus órdenes, sígueme. –dijo suavemente.
Manteniendo
el suspiro para mí, seguí a Berkis fuera de la habitación mientras abría otra
puerta que conducía a un delicioso pasillo.
– Este es el pasillo de los
sirvientes, tiene acceso directo a todas las habitaciones importantes. –dijo.
Traté
de mantener toda la información cuando se detuvo frente a una puerta
dorada.
– Esta es la habitación del Rey,
para tener acceso... necesitas la llave, pero tienes que pedírsela, todo lo demás
vendrá solo con el tiempo. –dijo suavemente.
Se
acercó a otra puerta y la abrió.
– Está aquí, será mejor que te
des prisa. –dijo antes de hacerme un gesto para que avanzara.
Mis
ojos se abrieron y me escondí.
– Solo pídele la llave y usa tus
modales. –dijo, empujándome hacia adentro.
Tragué
saliva antes de caminar más adentro de la habitación. Mirando alrededor,
no pude ver a nadie. Un escalofrío me recorrió la espalda, me di la vuelta
y me tambaleé hacia atrás.
– ¿Te puedo ayudar en algo? –Preguntó
su voz de tono oscuro.
Incliné
la cabeza.
– Mi señor, iba a pedir la llave
de su habitación. –dije, tragando saliva.
– Veo que te estás hundiendo bien
en el papel de sirvienta. –dijo, dando un paso atrás antes de caminar hacia una
pila de libros.
Me
tragué mi respuesta sarcástica.
– Por supuesto, mi señor. –le
respondí.
Se
volvió para estudiarme antes de levantar una mano y quitarse una cadena del
cuello.
– Piérdela y pagarás el precio. –dijo
con seriedad.
El
Rey la tendió y me moví para agarrarla. Rápido como un rayo, me agarró la
muñeca y me retorció el brazo, de modo que quedé atrapada contra él y la
mesa. Su cuerpo presionado contra mi espalda.
– Si pones un pie fuera de la
línea, no dudaré en dejar que cualquier Vampiro te drene o mejor aún, lo haré
yo mismo, ¿entiendes? –Preguntó, su aliento me lavó la oreja y el cuello.
– Sí, mi señor. –dije con voz áspera,
antes de hacer una mueca.
– Bien, ahora vete. –espetó,
dejándome ir.
No
dudé. Salí corriendo de la habitación.
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