Profundo sentimiento.

GABRIEL.

Acompañé todo el trayecto a esa chiquilla, tras no encontrar nada en su habitación.

Busqué y busque y no di con mi pañuelo. Deduje que quizás lo llevada con sigo.

Me impresionó mucho que ella no pueda sentir mi presencia. Cómo debió de serlo desde siempre.

Si que es una pequeña grosera. No sabe respetar a sus mayores. Su corazón debió de ser reemplazado por un trozo de hielo.

Entramos a un gran salón, muy pulcro y elegante. Con muchas personas en trajes a medida quiénes disfrutan de una buena bebida.

Ni bien notan a la pequeña salvaje, todo el mundo gira a verla sin dejar de murmurar.

—¿No es ella Daya?.

—Creo que si.

—Es ciega.

—Esto es real. Caramba, pobre de ella.

Me acerco para ver su expresión de la humana.

Está sería, pero veo que quiere llorar, sus ojos brillan. A mí no me engaña.

— ¿Cariño quieres esperar en el auto?. —Pregunta el tío.

—No. Solo quiero ir al baño. —Responde más fría que el polo norte y despliega su bastón.

—Está a la izquierda y dob...

—Puedo ir sola. El lugar no está lejos.

DAYA.

Salgo con un nudo en el corazón. Y entro al baño.

No puedo evitar que una lágrima resbale por mis mejillas. Provocar lástima me hace sentir enferma.

Después de estar sentada por unos minutos en la taza, respiro para calmarme. La excusa del baño ayudó para escapar de los murmullos por un momento.

Estoy por girar la perilla de la puerta cuando escucho la voz de Blue Adamari, que conversa con alguien más.

—Daya, Daya Ferreti está acá. ¿Puedes creerlo?.

—Vaya, y pensar que un momento la idolatraba. Quise ser una gran pianista como ella.

—Pues lo estás logrando querida. Ella está enterrada y tú carrera está subiendo como espuma. Si que será un golpe a su orgullo cuando seas tu quien toque para el público. Pobre Encima sigue ciega

Me muerdo el labio inferior, Blue debe de estar feliz por mi caída ya que siempre me estubo pisando los talones. Queriendo igualmente, o mejor aún superarme.

Escucho sus pasos alejarse. Hay un gran silencio entonces decido abrir la puerta.

De pronto empiezan a sonar las melodías del piano. Esa pieza hace doler mi corazón en gran manera, no lo soporto y me dirijo a otro lugar.

Saco el pañuelo de uno de mis bolsillos y los ajusto con todas mis fuerzas. Cómo si se se tratara de mi propio corazón.

Gruesas lágrimas cubren mi rostro al instante.

GABRIEL

El fabuloso espectáculo concluyó. Pero no veo a la rabiosa por ningún lado.

Todos felicitan a la muchacha de cabello corto por haber tocado tan hermoso. El hombre de anteojos del fondo ameniza el lugar:

—Todos levanten sus copas, para hacer un brindis por el vigésimo aniversario de la COMPAÑÍA STEINWAY SONS —Anuncia.—Tenemos la dicha de disfrutar de la presencia de Daya Ferreti.

Veo que la Dama elegante que apapachó a la humana hace unas horas, ponerse muy nerviosa mientras habla con la pianista.

Así que me acerco.

—Tenemos que callarlo. —Le susurra a la joven, Blue, creo que así se llamaba. No entiendo a qué viene todo.

La joven sale muy a prisa.

—DAYA Ferreti. La dueña de COMPAÑÍA STEINWAY SONS está con nosotros. —Mira por todos lados — ¿Daya? ¿Se encuentra acá?.

Veo que la pianista se detiene a unos pasos del hombre en terno negro, que mantiene el micrófono en manos.

Ella se gira y sonríe mientras aprieta los puños.

La gran multitud empieza a ponerse impaciente.

Entonces la pianista susurra algo al oído del hombre.

¿A qué viene tanto misterio?. Bueno no es de mi incumbencia. Solo quiero tomar mi pañuelo y marcharme.

Justo cuando el hombre está por anunciar algo por el micrófono, se abren las puertas y la salvaje entra junto a su tío.

La multitud contiene el aire por un segundo para luego hacer retumbar el salón con aplausos.

Ella pasa al frente y toma el micrófono.

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