Ante la súplica de la pequeña ternura; Gabriel resopló vencido para luego sonreírle a la pequeña aunque ésta no podía disfrutar de la cálida sonrisa de Gabriel debido a su ceguera.
—Está bien pequeña
—Me llamo Daya y gracias por ayudarme Señor.
Agradeció tiernamente mientras alargaba la mano esperando un estrechón de mano.
—Oh. No tienes que agradecer pequeña Daya, mi deber es hacerte feliz.
Gabriel dudó un segundo en si estrechar o no las manos de la niña; apretó los puños al ver cómo la dulce hadita de cuentos de piel blanca y labios rojos sonreía con inocencia.
Consiente de lo que estaba a punto de hacer se mordió el labio inferior y estiró la mano.
La pequeña mano frágil y suave de la niña emitía un calor especial que aquel ángel nunca había experimentado en su vida inmortal.
Rápidamente se soltó al sentir corrientes eléctricas. Era la primera vez que tocaba la piel de un niña humana.
Con un chasquido detuvo el tiempo para luego introducir dentro de la casa a la mujer que flotaba en el aire.
Ningún se humano debería verlo en acción por lo que siempre debía de ser precavido.
Mientras caminaban hacia la casa la pequeña hizo varías preguntas curiosas. Tenía muchas ganas de conocer a su amigo.
—¿De dónde vienes?.
—De un lugar muy lejano.
—¿De otro país?.
—Mmmm se podría decir que si.
—¡Que genial! ¿y cuántos años tienes?.
—3018, digo 18 años. Eso creo.
Carraspeó mientras dejaba a la mujer ebria en un pequeño sofá de una triste sala.—Y tu, cuántos años tienes pequeña?.
—8, tengo 8 años Señor. —La pequeña se rió por las respuestas inseguras de Gabriel.
Cuándo entraron Gabriel se quedó absorto viendo el lugar tan pequeño y desordenado que parecía un hueco de un ratón. Había varias botellas de alcohol esparcidas por la sala.
A simple vista el lugar llevaba varios días sin una buena limpieza.
—Ah.—Respondió distraído sin dejar de observar el terrible lugar.—Daya ¿te parece si vamos a fuera a charlar? tu mamá estará bien.
La pequeña asintió con la cabeza. Con el pequeño palo de madera empezó a moverse hacia la salida.
Se sentaron en un pequeño banco de madera que había delante de la casa.
—Daya—Preguntó el sin dejar de ver su inocente rostro. —¿Te gustaría cambiar de vida?.
La pequeña frunció el ceño sin entender.
—No comprendo señor.
—Por ejemplo tener otros padres.... que sean amorosos y vivir feliz.
La pequeña se quedó pensando por un largo momento.
—No. Soy feliz con mi mamá, se que sufre mucho y es por mi culpa ella me necesita.—Suspiró y se agarró las pequeñas manos como si así obtendría fuerzas. —Soy lo único que tiene.
El asombro de Gabriel crecia cada vez más en admiración por la pequeña que era la reencarnación misma de amor y compasión.
En otros tiempos había tenido la oportunidad de cuidar a un sin fin de niños desdichados que a la primera insinuación anhelaron cambiar sus vidas y sus deseo eran concedidos.
Las pequeñas criaturas querían escapar como sea de sus desdichadas vidas de sufrimiento. Y el todo poderoso les enviaba a hogares llenos de amor dándoles una nueva identidad. Esto solo era posible si la criatura lo anhelaba de todo corazón porque no podían ir en contra de su voluntad.
De esta manera su ángel tenía que quedarse cerca hasta cumplir los 12 años.
Pero esta niña era diferente.
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Comments
Clara E.
Menos mal que a pesar de todo el dolor sin saberlo cuenta con Gabriel ❤️❤️. Espero que eso sea bueno...
2022-10-16
2
Clara E.
💔💔 más indefensa está todavía...
2022-10-16
0