Un Ataque Inesperado
Días antes del trágico evento, Arturo había sentido una
corazonada de que algo malo estaba por suceder. La preocupación por la
seguridad de su familia lo abrumaba. Un oscuro presagio lo invadía, y tenía la
sensación de que debía proteger a sus hijos y nietos a toda costa.
En una llamada con su hijo, Osher, expresó su inquietud y le
aseguró que estaba allí para cuidar de su familia. Osher compartió sus temores
y le pidió a Arturo que los protegiera en su ausencia. Había una revelación que
Osher no había confirmado, pero que parecía una amenaza inminente: Jezabel, su
hija, no era su descendiente, sino que existía un oscuro secreto detrás de su
origen.
Arturo prometió a su hijo que los cuidaría y que haría todo
lo necesario para asegurar la seguridad de su familia. Sus nietos eran su
prioridad, y haría lo que estuviera en sus manos para protegerlos de cualquier
peligro que pudiera acechar.
Unos días después, la tragedia golpeó con fuerza. Cuando
Arturo llegó a la finca de su hijo, encontró al guardián de la entrada
asesinado y una sangre derramada que marcaba el inicio de una pesadilla. Temía
lo que encontraría al adentrarse en la propiedad.
Siguiendo el rastro de sangre, Arturo llegó a su nieta,
quien yacía en el suelo con un charco de sangre a su alrededor. El miedo y la
rabia se mezclaron en su interior. Era una imagen devastadora, y Arturo sabía
que debía alejar a su nieta de ese lugar para protegerla.
En su camino hacia la casa, descubrió a su hijo, Osher,
herido y tratando de detener la sangre que brotaba de su abdomen. La escena era
un caos de emociones. El tiempo apremiaba, y Arturo estaba lleno de enojo,
impotencia y conmoción. Lamentaba no haber llegado antes, pero aún tenía que
enfrentar la amenaza que se cernía sobre su familia.
Arturo activó el segundo nivel de seguridad en la casa,
mientras su mente se concentraba en la venganza. Sabía quién era el responsable
de ese ataque: Jezabel. Ahora, lo que menos quería era darle una oportunidad
para escapar de la justicia. Arturo estaba decidido a que esos malhechores
pagarían por lo que habían hecho a su familia.
En un enfrentamiento directo con la amante de su yerna,
Arturo no dudó en revelar la verdad. Se desató su ira y su furia. No permitiría
que nadie se interpusiera en su camino para proteger a los suyos. El deseo de
venganza lo impulsaba, y estaba decidido a enfrentar lo inesperado que la vida
le tenía preparado. La sangre derramada solo era el comienzo de una lucha que
prometía ser encarnizada.
La Partida
La venganza se gestaba en el corazón de Arturo. Aquellas
palabras despiadadas de su yerna, quien revelaba su intención de sembrar
tumbas, resonaban en su mente. Arturo sabía que debía prepararse para enfrentar
lo que vendría, pero su prioridad era su familia.
Con decisión, disparó al amante de su yerna en el pecho y en
la pierna, las mismas heridas que habían causado la muerte de su propio hijo,
Osher. Sabía que no podía permitir que aquel hombre quedara cerca de su
familia, y aunque estaba lleno de furia, decidió darle una oportunidad para
huir. No quería que sus nietos presenciaran otra muerte.
El hombre herido se alejó llorando, y Arturo se centró en su
hijo. Desafortunadamente, el doctor le dio la noticia que temía: Osher había
perdido la batalla por su vida. Había luchado con todas sus fuerzas, pero no se
pudo hacer nada. La tristeza y el pesar se apoderaron de Arturo. Sabía que
debía preparar el adiós a su hijo.
Con un dolor inmenso en el corazón, Arturo se acercó a
Osher. Le dio un beso en la frente y lo arregló, asegurándose de que se veía en
paz. Finalmente, cerró el ataúd, prometiéndole que siempre lo recordaría.
La tristeza se apoderó de la familia mientras sus nietos,
con rosas en mano, se acercaban al ataúd de su padre. Uno a uno besó la caja de
madera y lanzaron tierra mientras la tumba descendía lentamente. La pérdida de
Osher era una herida profunda que nadie podría sanar.
Una semana después, la familia se encontraba de pie frente a
la tumba de Osher. Había llegado el momento de partir. El encargado habló con
ellos y les anunció que era hora de irse, siguiendo la orden de su padre. La
partida era inminente, y los nietos de Arturo asintieron en comprensión.
El mayor preguntó a qué hora sería su partida, y la
respuesta confirmó sus planes. A las 9 de la mañana, debían emprender su nuevo
camino. Arturo los miró con determinación, sabiendo que estaba a cargo de
ellos, tal como su hijo lo había confiado. La partida era inevitable, y un
nuevo día estaba a punto de comenzar.
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