#2

Me fué difícil volver a respirar por un par de segundos, el contacto con su piel me resultó extrañamente agradable, al parecer más de lo esperado.

En cuanto salió del salón de clases pude tomar un poco de aire.

Mi cuerpo no sabía muy bien como interpretar lo que acababa de suceder y odiaba eso, estaba totalmente tensa y no podía dejar de ver mi mano, por un momento volví a imaginar su mano sobre la mía.

Honestamente me tomo unos minutos poder volver a la normalidad, pero una vez que lo conseguí sus palabras resonaron nuevamente en mi cabeza, como si fuera una melodía. El tacto de su mano era cada vez más vívido y mi cuerpo comenzaba a aceptarlo como algo muy agradable. Tanto que empecé a sentir que no era apropiado la forma en la que me hacía sentir.

Vi la portada de mi libro y entonces decidí seguir leyendo, tal y como me lo había dicho el profesor, tenía que distraer mi mente de algún modo.

Los primeros dos párrafos del texto fueron muy fáciles de entender e imaginar, pero justo a la mitad del tercero no lograba concentrarme y tenía que volver a comenzar. Lo intenté al menos unas cinco veces, pero mi mente leía sin comprender, como si el texto estuviera en otro idioma.

Fue tan desesperante que cerré el libro de golpe y lo puse bruscamente sobre mi pupitre, luego me recargué sobre el respaldo de mi asiento mientras miraba hacia arriba.

Nuevamente mi corazón se aceleró cuando volví a imaginar que él tocaba mi mano y decía mi nombre con su voz llena de seguridad.

¡Diablos!. Pensé y me levanté de mi asiento.

Mi garganta se había secado tanto por la forma en la que estaba respirando, así que salí del salón en busca de algo para tomar.

Sabía que había una máquina expendedora al final del pasillo y supuse que no sería problema toparme con un par de personas, si eso conseguía distraerme estába bien. Así que salí del salón con la misión de ir por algo de tomar.

Para mí sorpresa, no había nadie en ese pasillo, estaba totalmente vacío, incluso al llegar a la máquina de sodas, nadie más estába ahí.

Tomé una soda y la abrí para darle el primer sorbo.

Sentí la gaseosa pasar por mi garganta, luego a mi estómago, eso calmó un poco las sensaciones de hace unos instantes, así que tomé un poco más y caminé de regreso al salón de clases.

Mientras caminaba sentí la presencia de alguien más detrás de mi. Alguien que derrepente ya estaba a mi lado, miré en su dirección para ver de quién se trataba. Era nada más y nada menos que la razón por la cuál había decidido salir del salón en busca de algo para mojar mi garganta, aún cuando no tenía intenciones de salir. Era el profesor Dylan Spencer.

Su mirada se encontró con la mía y entonces sentí como la sangre de mi rostro desapareció unos segundos y luego volvió de golpe.

Obviamente él lo notó porque apretó los labios un segundo como si intentase contener una risa.

—Hola otra vez Némesis. —sus labios se curvaron en una linda y agradable sonrisa.

Aclaré un poco mi garganta antes de hablar.

—Hola otra vez, profesor. —por suerte mi voz había sonado lo bastante tranquila como para que no pareciera que estaba realmente sorprendida y al mismo tiempo nerviosa.

Seguimos caminando a lo largo del pasillo.

—Si te animaste a salir después de todo.

Volví la mirada al frente.

—Si, bueno, solo vine por una soda. —dije, como si tratara de dejar en claro que no estaba mintiendo cuando había dicho que no tenía intenciones de salir para absolutamente nada.

—Pero al fin y al cabo saliste, ¿o no? —y luego me sonrió.

No supe que responder a eso, así que me límite a sonreir también.

—Si, es verdad. —me había dado por vencida.

A medida que nos acercábamos al salón de clases tenía curiosidad de saber si se iba a desviar en cuanto yo llegase o si también se dirigía al salón.

—¿Olvidó algo en el salón? —Me atreví a preguntar.

—Si, eso creo, no encuentro las llaves de mi oficina así que supongo que las olvidé ahí. —Ambos nos detuvimos frente a la puerta antes de entrar. —¿No las viste, o si?

—No, si fuera el caso ya se las habría entregado. —le aseguré.

Él miró dentro del salón.

—Bueno, revisaré de todas formas.

Entró al salón y caminó en dirección a su escritorio, yo entré después de él.

Caminé hasta mi pupitre y tomé asiento. Tomé mi libro y comencé a buscar la página donde me había quedado antes.

Una vez que la encontré levanté la mirada unos segundos y vi al profesor, él estaba buscando las llaves en los cajones del escritorio. Antes de que notara que estaba observándolo, bajé la cabeza y miré mi libro para tratar de leer.

Si antes me había resultado difícil hacerlo gracias a qué no podía dejar de pensar en él, ahora era imposible, porque él estaba aquí moviéndose de un lugar a otro en busca de sus llaves.

Se quedó quieto por un momento y yo levanté la mirada.

—Vaya, parece que no están aquí —Me miró enseguida. —Tal vez se me cayeron en el camino.

Cuando dijo eso instintivamente miré al suelo y busqué ahí desde mi asiento, entonces ví algo bajo el archivero, tenía una correa pequeña color negro y varias cosas brillantes, al parecer de metal.

Me levanté de mi asiento hasta llegar al archivero, después me puse de rodillas y eché un vistazo bajó éste. Efectivamente, eran las llaves.

—¿Qué ves ahí? —dijo mientras se acercaba.

—Sus llaves están aquí. —estiré la mano para agarrarlas y entonces sentí como todo el polvo que había en el suelo se adhirió a mi brazo, fué una sensación muy asquerosa, así que saqué la mano rápidamente.

Él se puso de rodillas también.

—Tranquila, deja que yo lo haga. —recorrió la manga de su camisa hasta su codo.

Me puse de pié, y mientras lo hacía no pude evitar ver su brazo expuesto, era la misma mano con la que antes había tomado la mia.

Metió la mano bajo el archivero y tomó las llaves rápidamente.

—¿Cómo habrán llegado hasta aquí? —se preguntó mientras les sacudía el polvo.

Sacudí un poco mi mano en un intento de deshacerme del polvo sin tocarme con mi otra mano.

—Supongo que alguien las pateó al salír. —le dije mientras intentaba limpiarme telepáticamente.

Se puso de pié frente a mí.

—Si, seguramente eso pasó. —se sacudió el polvo de las rodillas.

Sacó un pañuelo de su pantalón y lo extendió hacia mí.

—Ten, —lo tomé entre mis manos. —puedes limpiarte con esto.

—Gracias. —le sonreí amablemente.

Luego empecé a limpiar mi brazo y después mis rodillas.

Él no dejaba de mirarme mientras lo hacía, así que me apresuré y una vez que terminé le entregué su pañuelo.

—Tenia la intención de darte algo que tengo en mi oficina, —dijo derrepente. —pero no pude entrar porque, ya sabes, no tenía las llaves, y el receso ya está por terminar, así que, me gustaría que fueras a mi oficina después de clases.

Lo miré a los ojos, estaba totalmente incrédula, incluso creí que mi mente me estaba jugando una broma y estaba alucinando con ese momento.

—¿Ir a su oficina?

Él sonrió con algo de nervios y después miró hacia la puerta.

—Si, está en este mismo piso. —me miró a los ojos una vez más. —es la última puerta antes de girar al pasillo que lleva a la biblioteca.

No sabía que tan correcto era que yo fuera a su oficina, pero dijo que quería darme algo.

—Esta bien. —Cuando mis labios pronunciaron esas palabras sentí que mi corazón comenzó a latir un poco más rápido.

Sonrió como si mi respuesta lo hubiera puesto realmente feliz, incluso diría que lo ví totalmente aliviado y agradecido por haber accedido.

—Muy bien Némesis. —mi corazón se detuvo unos cuantos segundos. —¿Te parece bien a las dos?

Él tomó su mochila y la colgó sobre su hombro.

Traté de sonreír amablemente para mostrarme tranquila.

—Si, a las dos. —le aseguré.

—Bien, te veo en un rato.

Me límite a seguir sonriendo mientras el se dirigía a la salida. Seguí de pié mientras él salía.

Una vez que salió me miró por ultima vez y después lo perdí de vista. Tomé mucho aire y luego lo exhalé de golpe. Me sentía algo acalorada a pesar de que la temperatura ahí era muy baja. Traté de tranquilizarme pensando en el paisaje que ví la semana pasada, de camino a la escuela.

Sorprendentemente funcionó, el paisaje de las carreteras que atravesaban el bosque se veían muy irreales, ojalá hubiera podido disfrutar más, me quedé dormida en el auto porque en todo el vuelo no pude dormir por los nervios que tenía al viajar sola por primera vez.

Volví a mi pupitre y el ritmo de mi corazón había vuelto a la normalidad, mi respiración también. Pero tan solo duró unos cuantos segundos por qué derrepente él timbre de la escuela me asustó tanto que salté ligeramente sobre mi asiento. Agradecí estar completamente sola, habría sido vergonzoso que alguien me hubiera visto.

Pasaron un par de horas y conocí dos profesores más, Rodolfo, profesor de anatomía y Emma, profesora de artes visuales.

Después de eso las clases terminaron y todos salimos del salón de clases. Mantuve la mirada en el suelo mientras caminaba por los pasillos, aún así podía ver sus pies y pude notar que todos caminaban en grupo o incluso en pareja, al parecer yo era la única persona solitaria ahí.

En cuestión de minutos llegué a mi dormitorio. Dejé mi mochila sobre la cama y me acosté sobre ella mientras miraba el techo.

Entonces recordé que tenía una cita con el profesor, si es que podía llamarlo de algún modo, ¿una cita escolar? ¿ese término existe?

Me levanté de la cama, me acerqué a mi espejo y me ví de pies a cabeza. Derrepente me brotó una ligera sonrisa. Me sentía extrañamente feliz.

Tomé mi teléfono, que había dejado sobre el tocador y después vi la hora. Aún no eran las dos, pero faltaban treinta minutos.

Tenía tanta curiosidad de saber que era lo que el profesor tenía que darme y también tenía emoción de poder conversar con él una vez más, así que decidí ir de una vez.

Antes, tomé el perfume que estaba frente a mí, rocíe un poco sobre mis manos y luego las froté sobre mi ropa.

Revisé la hora por última vez, ahora faltaban veinticinco minutos, quería causar una buena impresión al llegar antes de la hora acorda, y ya no podía esperar, así que sin más, decidí ir de una vez por todas.

Salí al pasillo y cerré mi puerta, entonces me dirigí a su oficina.

Había leído el mapa de la escuela hace unos días y lo primero que aprendí fue como llegar a la oficina del director y la biblioteca, así que no tuve problemas en dar con la oficina.

Sentía una sensación rara en el estómago y mi corazón latía rápidamente como si estuviera corriendo, pero en realidad estába caminando con tranquilidad.

Después de unos cuantos minutos por fin llegué, al pasillo que llevaba a la biblioteca y antes de él había una puerta ligeramente abierta, no estaba del todo segura si esa era su oficina, asumí que tal vez la había dejado abierta para que pudiese entrar, así que tuve el atrevimiento de empujar la puerta ligeramente.

Mientras se abría, vi al profesor recargado sobre su escritorio y a una chica de cabello rojizo demasiado cerca de él.

Inmediatamente voltearon a verme y se alejaron uno del otro de manera un tanto cuestionable, fué tan rápido.

Al instante ella dió unos cuantos pasos atrás, yo sentí mucha vergüenza al haber entrado de forma repentina y sin avisar.

—Lo siento, debí tocar antes. —lo miré a los ojos.

Él se veía igual de avergonzado.

—No, ella solo vino a entregarme unos documentos que envío el director. —sonó como si estuviera disculpándose conmigo.

Ví a la chica y entonces, experimenté algo parecido al enojo.

Un punto de referencia que tenía para comprar esa situación, era de una ocasión en la que mi madre fué a desearme buenas noches, ella planeaba quedarse un momento para conversar conmigo, pero justo antes de que pudiera decirle algo, nuestro mayordomo, Roger, toco la puerta y desde el otro lado de ésta, le informo que mi padrastro requería de su presencia. El enojo que sentí ese día, fué similar a este. La diferencia es que está vez me sentí algo incómoda, nisiquiera sabía la razón de esta mezcla de emociones, tan solo tenía mis sospechas, pero no quise hacerles caso.

La chica pelirroja tenía unos papeles en las manos presionados contra su pecho, y me estaba mirando con ligero desagrado, como si le hubiera echado a perder un momento importante. Él profesor la miró.

—Charlot, —ella lo miró rápidamente. —ya puedes llevarle los papeles al señor Anderson.

Ella no dijo nada y caminó hacia mí para salir de la oficina, no sin antes mirarme de arriba a abajo cómo si yo fuese algo repugnante, para luego pasar por un lado mío, tratando de evitar el más mínimo de los roces.

Yo me quedé de pie sin decir o hacer absolutamente nada.

Él profesor, quien se veía tan incómodo como yo, se acercó a mí y me señaló una silla, luego sonrió como si nada pasara.

—Pasa, toma asiento.

La escena que había visto anteriormente me había desagradado totalmente, pero su sonrisa había purificado mí mente, como si nada de lo anterior hubiera ocurrido, y sin darme cuenta, ya me estaba aproximando al asiento.

—No sabía que llegarías antes. —dijo mientras cerraba la puerta.

—Lo siento, es que no tenía nada importante que hacer. —tomé asiento. —¿Hice mal?

Él se acercó a su escritorio.

—No, para nada, de hecho hiciste bien. —se sentó sobre su escritorio.

Luego de eso hubo un silencio incómodo, no sabía si debía ser yo quién lo rompiera, además tampoco sabía que decir.

—Te pedí que vinieras porque después de nuestra pequeña conversación al final de la clase, me di cuenta que la lectura romántica te gusta, —tomó el libro que estaba a su lado. —Asi que, quería darte este libro.

Él me lo dió, y yo lo tomé en mis manos.

—Lo he leído muchas veces desde hace algunos años, y pensé que tal vez podría llegar a gustarte tanto como a mí.

Vi el libro con atención, abrí la pasta y acaricié su primer página para sentir su textura, después lo cerré.

—Gracias profesor —lo miré a los ojos. —se lo devolveré cuando termine de leerlo.

—Nada de eso, es un regalo, ya es tuyo.

Mis labios se curvaron en una sonrisa involuntaria.

—Bueno, —agaché la cabeza para esconder mi rostro. —se lo agradezco.

—¿Te gusta el café? —preguntó repentinamente, e inmediatamente levanté la mirada.

—Si pero...

—Bien, te prepararé uno. —se adelantó, antes de que yo pudiera terminar de hablar.

Él bajó del escritorio y se acercó a la mesa de su izquierda, donde había una cafetera y tres tazas pequeñas color blanco.

Él se mostraba tan seguro que se veía reflejado en cada uno de sus movimiento y palabras.

Yo por otra parte me sentía realmente intimidada por esa personalidad tan segura, y después de lo que había pasado cuando llegue, el escenario me resultaba algo incomodo, a demás sabía que esto no pasaría normalmente entre una alumna y su profesor.

—No, ya debo regresar a mi dormitorio. —me puse de pié.

Él se giró, me miró algo confundido y luego se cruzó de brazos mientras sonreía.

—Habías dicho que no tenías nada importante que hacer. —me recordó lo que había dicho antes.

Me reí con algo de culpa y luego lo miré a los ojos.

—Si, yo dije eso, —me arrepentí de haberlo hecho. —pero acabo de recordar que si tengo un par de cosas que hacer.

Él trató de contener la risa apretando sus labios, era evidente, se había dado cuenta de que estaba mintiendo.

—Vamos, —dijo con bastante tranquilidad. —solo un café.

Lo pensé por unos segundos, pero aún me sentía algo incómoda.

—No lo sé.

—Si no quieres café puedo ofrecerte un té o simplemente agua, —me miró ligeramente suplicante —pero porfavor no te vayas aún, me agradas, y me gustaría conversar contigo para poder conocerte mejor.

Me quedé inmóvil ante lo que dijo, le había agradado y quería conocerme mejor. De todas las personas a las que pensé agradarle jamás creí que sería un profesor, mucho menos uno tan agradable como lo era el profesor Dylan.

También tenía intenciones de conocerlo mejor, así que me senté nuevamente.

—Está bien, solo un café.

Sonrió y se dió vuelta para seguir preparando mi café.

Dejé el libro que me había obsequiado sobre la silla que estaba a un lado de la mía.

Mientras preparaba el café lo observé de espaldas, tenía un físico impresionante, parecía que se ejercitaba de ves en cuando.

Me sentí ligeramente apenada al estar pensando algo como eso, es decir, nisiquiera sabía que edad tenía, probablemente me doblaba la edad y solo estaba muy bien conservado; Y si ese era el caso, ¿qué hacía realmente con la chica que estaba aquí hace unos minutos?, tal vez ellos tienen una especie de relación.

Volví a sentir esa sensación de enojo de hace unos minutos, cuando los ví tan cerca, me desagrado recordar eso, tanto que me revolvió el estómago.

Él profesor se dió la vuelta con una taza de café en las manos, se acercó a mí y me lo entregó.

—Ten cuidado, está caliente.

Tomé el café pero al hacerlo mis manos accidentalmente tocaron las suyas.

—Deberías esperar a que se enfríe. —dijo muy amablemente.

—Gracias. —dije y luego el vapor me acarició las mejillas.

Me sentí extrañamente bien, sabía que esto era algo fuera de lo común, pero no me disgustaba en lo absoluto.

Tomó otra taza de café, está era para él. Tomó la silla dónde había puesto mi libro y la jaló para que quedara frente a mí.

Agarró el libro que me había obsequiado y lo puso en el librero que estaba atrás de mí, luego tomó asiento.

—Muy bien, señorita, conversemos. —sopló ligeramente a su café.

—Siéntete en completa libertad de preguntarme lo que quieras. —dijo mientras me miraba a los ojos.

En ese momento vinieron a mi mente muchas preguntas, pero me sentí algo intimidada con su mirada.

—No sé que preguntar. —agaché la cabeza y acaricié mi taza de café.

—No te preocupes, empezaré yo, —levanté la mirada y me detuve en la suya. —seguramente después se te ocurrirá que preguntarme.

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