¿Te gusta el café?

Me fué difícil volver a respirar por un par de segundos, el contacto con su piel me resultó extrañamente agradable, al parecer más de lo esperado.

En cuanto salió del salón de clases pude tomar un poco de aire.

Mi cuerpo no sabía muy bien como interpretar lo que acababa de suceder y odiaba eso, estaba totalmente tensa y no podía dejar de mirar mi mano, por un instante volví a imaginar su mano sobre la mía.

Honestamente me tomo unos minutos poder volver a la normalidad, pero una vez que lo conseguí sus palabras resonaron nuevamente en mi cabeza, como si fuera una melodía. El tacto de su mano era cada vez más vívido y mi cuerpo comenzaba a aceptarlo como algo muy agradable. Tanto que empecé a sentir que no era apropiada la forma en la que me hacía sentir.

Vi la portada de mi libro y entonces decidí seguir leyendo, tal y como me lo había dicho el profesor; Tenía que distraer mi mente de algún modo.

Los primeros dos párrafos del texto fueron muy fáciles de entender e imaginar, pero justo a la mitad del tercero no lograba concentrarme y tenía que volver a comenzar. Lo intenté al menos unas cinco veces, pero mi mente leía sin comprender, como si el texto estuviera en otro idioma.

Fue tan desesperante que cerré el libro de golpe y lo puse bruscamente sobre mi pupitre, luego me recargué sobre el respaldo de mi asiento mientras miraba hacia arriba.

Nuevamente mi corazón se aceleró cuando volví a imaginar que él tocaba mi mano y decía mi nombre con su voz llena de seguridad.

—¡Diablos! —pensé y me levanté de mi asiento.

Mi garganta se había secado tanto por la forma en la que estaba respirando, así que salí del salón en busca de algo para tomar.

Sabía que había una máquina expendedora al final del pasillo y supuse que no sería problema toparme con un par de personas, si eso conseguía distraerme estaba bien. Así que salí del salón con la misión de ir por algo de tomar.

Para mí sorpresa, no había nadie en ese pasillo, estaba totalmente vacío, incluso al llegar a la máquina de sodas, nadie más estaba ahí.

Tomé una soda y la abrí para darle el primer sorbo.

Sentí la gaseosa pasar por mi garganta, luego a mi estómago, eso calmó un poco las sensaciones de hace unos instantes, así que tomé un poco más y caminé de regreso al salón de clases.

Mientras caminaba sentí la presencia de alguien más detrás de mi. Alguien que de repente ya estaba a mi lado, miré en su dirección para ver de quién se trataba. Era nada más y nada menos que la razón por la cuál había decidido salir del salón en busca de algo para mojar mi garganta, aún cuando no tenía intenciones de salir. Era el profesor Dylan Spencer.

Su mirada se encontró con la mía y entonces sentí como la sangre de mi rostro desapareció unos segundos y luego volvió de golpe.

Fue obvio que lo notó, pues apretó los labios intentando contener una risa, finalmente me sonrió.

—Hola otra vez, Némesis.

Despejé mi garganta ligeramente antes de poder hablar.

—Hola otra vez, profesor. —afortunadamente, mi voz sonó lo suficientemente calmada como para no parecer sorprendida ni nerviosa.

Seguimos caminando a lo largo del pasillo.

—Veo que sí te animaste a salir después de todo.

Volví la mirada al frente porque verlo estaba siendo demasiado para mí.

—Si, bueno, solo vine por una soda. —dije, tratando de dejar claro que no mentía cuando afirmé que no tenía intención alguna de salir.

—Pero al fin y al cabo saliste, ¿No? —dijo con una pizca de ironía y luego me sonrió.

No sabía que responder a eso, pero sonreí también.

—Si, es verdad. —dije dándome por vencida.

Mientras nos acercábamos al salón de clases, me preguntaba si se desviaría cuando yo llegara o si también se dirigía al mismo salón.

—¿Olvidó algo? —inquirí con curiosidad.

—Si, eso creo, no encuentro las llaves de mi oficina así que supongo que las olvidé en el salón. —ambos nos detuvimos frente a la puerta antes de entrar. —¿No las viste, o si?

—No, si fuera el caso ya se las habría entregado. —le afirmé.

Él miró dentro del salón.

—Bueno, revisaré de todas formas. 

Entró al salón y se dirigió a su escritorio. Yo lo seguí, caminando hasta mi pupitre. Me senté, saqué mi libro y busqué la página donde me había quedado antes.

Apenas encontré la página, levanté la vista por unos segundos para observar al profesor, quien estaba buscando las llaves en los cajones del escritorio. Antes de que se diera cuenta de que lo estaba observando, bajé la cabeza y me sumergí en mi libro, intentando leer.

Si antes me había resultado difícil concentrarme porque no podía dejar de pensar en él, ahora era imposible, ya que estaba ahí, moviéndose de un lado a otro en busca de sus llaves.

Permaneció inmóvil por un momento y yo alcé la mirada.

—Vaya, parece que no están aquí, —me miró enseguida. —tal vez se me cayeron en el camino.

Cuando dijo eso, instintivamente bajé la mirada al suelo y busqué desde mi asiento. Y entonces ví algo debajo del archivero, una pequeña correa negra con varias cosas brillantes, aparentemente de metal

Me levanté de mi asiento y caminé hasta el archivero. Luego, me arrodillé y miré debajo. Efectivamente, eran las llaves.

—¿Qué ves ahí? —dijo mientras se acercaba.

—Sus llaves están aquí. —le informé.

Extendí la mano para agarrarlas y sentí cómo todo el polvo del suelo se pegó a mi brazo. Fue una sensación muy desagradable, así que retiré la mano rápidamente.

Él también se arrodilló y echó un vistazo debajo del archivero.

—Tranquila, deja que yo lo haga. —dijo con confianza, luego se remangó la camisa hasta el codo.

Me levanté y, al hacerlo, no pude evitar notar su brazo descubierto. Era la misma mano con la que antes había tomado la mía.

Con un movimiento rápido, metió la mano bajo el archivero y agarró las llaves sin dificultad.

—¿Cómo habrán llegado hasta aquí? —se preguntó mientras les sacudía el polvo.

Sacudí mi mano suavemente para deshacerme del polvo sin usar la otra mano.

—Supongo que alguien las pateó al salir. —le sugerí mientras intentaba deshacerme del polvo telepáticamente.

Se puso de pié frente a mí.

—Si, seguramente eso pasó. —se sacudió el polvo de las rodillas.

Tomó un pañuelo de su bolsillo y lo extendió hacia mí.

—Ten, —dijo muy amablemente. —puedes limpiarte con esto.

Lo tomé entre mis manos.

—Gracias. —le dediqué una sonrisa amable y empecé a limpiar mi brazo, seguido de mis rodillas.

Él no dejaba de mirarme mientras lo hacía, así que me apresuré y una vez que terminé le devolví su pañuelo.

—Tenía la intención de darte algo que está en mi oficina, —dijo de repente. —pero no pude entrar porque, ya sabes, no tenía las llaves, y el receso ya está por terminar, así que, se me ocurrió invitarte a mi oficina después de clases.

Lo miré a los ojos, estaba totalmente incrédula, incluso creí que mi mente me estaba jugando una broma y estaba alucinando con ese momento.

—¿Ir a su oficina?

Sonrió con cierta timidez y después miró hacia la puerta.

—Si, está en este mismo piso. —me miró a los ojos una vez más. —Es la última puerta antes de tomar el pasillo que va hacia la biblioteca.

No estaba segura de qué tan correcto era ir a su oficina, pero dijo que quería darme algo y yo quería saber qué era eso.

—Está bien. —dije con una leve sonrisa.

Cuando mis labios pronunciaron esas palabras sentí que mi corazón comenzó a latir un poco más rápido. Él sonrió como si mi respuesta lo hubiera puesto realmente feliz, parecía totalmente aliviado y agradecido.

—Muy bien Némesis. —me dijo con una voz suave, y yo sentí que mi corazón se detuvo unos cuantos segundos. —¿Te parece bien a las dos?

Él tomó su mochila y la colgó sobre su hombro y me miró esperando por mi respuesta.

Traté de sonreír amablemente para mostrarme tranquila.

—Si, a las dos. —le aseguré.

—Bien, te veo en un rato. —sonaba alegre.

Me límite a observarlo mientras el se dirigía a la salida. Seguí de pié sin apartarlo de mi vista, una vez en la puerta me miró por ultima vez y sonrió, yo le sonreí de vuelta.

Pon fin se fué y tomé mucho aire y luego lo exhalé de golpe. Me sentía algo acalorada a pesar de que la temperatura ahí era muy baja.Traté de tranquilizarme pensando en el paisaje que había visto la semana pasada, de camino a la escuela.

Sorprendentemente funcionó, el paisaje de las carreteras que atravesaban el bosque se veían muy irreales, pensé "Ojalá hubiera podido disfrutar más", me quedé dormida en el auto porque en todo el vuelo no pude dormir debido a los nervios que tenía al viajar sola por primera vez.

Volví a mi pupitre y el ritmo de mi corazón había vuelto a la normalidad, mi respiración también. Pero tan solo duró unos cuantos segundos porque de repente él timbre de la escuela me asustó, fué tal el susto que salté ligeramente sobre mi asiento. Agradecí estar completamente sola, habría sido vergonzoso que alguien me hubiera visto.

Pasaron un par de horas y conocí a dos profesores más, Rodolfo, profesor de anatomía y Emma, profesora de artes visuales. 

Después de eso las clases terminaron y todos salimos del salón de clases. Mantuve la mirada en el suelo mientras caminaba por los pasillos, podía ver los pies de todos y pude notar que la mayoría caminaba en grupo o en pareja, yo era de las pocas personas solitarias.

Llegué a mi dormitorio en cuestión de minutos, dejé mi mochila sobre la cama y me acosté sobre ella mientras miraba el techo, luego recordé que tenía una cita con el profesor, si es que se podía llamar así.

Me levanté de la cama y me acerqué a mi espejo para verme de pies a cabeza. De pronto, una leve sonrisa surgió en mis labios, y me sentía extrañamente feliz.

Tomé mi teléfono, que había dejado sobre el tocador y después vi la hora. Aún no eran las dos, pero faltaban treinta minutos. 

Tenía tanta curiosidad de saber que era eso que el profesor quería darme, también me emocionaba la idea de conversar con él una vez más, así que decidí ir de una vez por todas.

Antes, tomé el perfume que estaba frente a mí, rocíe un poco sobre mis manos y luego las froté sobre mi ropa.

Revisé la hora por última vez, ahora faltaban veinticinco minutos, pensé que causaría una buena impresión al llegar antes de la hora acordada, y ya no podía esperar, así que sin más, abri la puerta, salí al pasillo y luego la cerré, finalmente me dirigí a su oficina.

Había leído el mapa de la escuela hace unos días y lo primero que aprendí fue como llegar a la oficina del director y la biblioteca, así que no tuve problemas en dar con la oficina.

Sentía una sensación rara en el estómago y mi corazón latía rápidamente como si estuviera corriendo, pero en realidad estaba caminando con tranquilidad.

Después de unos cuantos minutos por fin llegué, al pasillo que llevaba a la biblioteca y antes de él había una puerta ligeramente abierta, no estaba del todo segura si esa era su oficina, asumí que tal vez la había dejado abierta para que pudiese entrar, así que tuve el atrevimiento de empujar la puerta ligeramente.

Mientras se abría, pude ver al profesor recargado sobre su escritorio y luego ví a una chica de cabello rojizo, ella estaba demasiado cerca de él.

Al verme se alejaron uno del otro apresuradamente, lo cual para mí resultó bastante cuestionable. Al instante ella dió unos cuantos pasos atrás, yo sentí mucha vergüenza por mi entrada repentina y sin aviso.

—Lo siento, —dije muy apenada. —debí tocar antes.

Lo ví a los ojos y él se veía igual de avergonzado.

—No, ella solo vino a entregarme unos documentos que envío el director. —sonó como si estuviera disculpándose conmigo.

Ví a la chica y entonces, experimenté algo parecido al enojo.

Un punto de referencia que tenía para comparar esa situación, era de una ocasión en la que mi madre fué a mi habitación para desearme buenas noches; ella planeaba quedarse un momento para conversar conmigo, pero justo antes de que pudiera hacerlo, nuestro mayordomo, Roger, tocó la puerta y desde el otro lado de ésta, le dijo que mi padrastro la necesitaba.

El enojo que sentí ese día, fué algo similar, la única diferencia era que está vez el sentimiento también venía acompañado de incomodidad y vergüenza, ni siquiera sabía la razón de esta mezcla de emociones, no quería pensar que me había puesto celosa, no había forma de que fuera así.

La chica pelirroja tenía unos papeles en las manos presionados contra su pecho, y me estaba mirando con ligero desagrado, como si le hubiera echado a perder un momento importante.

Él profesor la miró y le entregó una hoja de su escritorio.

—Charlot, —ella lo miró rápidamente. —ya puedes llevarle los papeles al señor Anderson.

Ella no dijo nada y caminó hacia mí para salir de la oficina, no sin antes mirarme de arriba a abajo cómo si yo fuese algo repugnante, para luego pasar por un lado mío, tratando de evitar el más mínimo de los roces.

Yo me quedé de pie sin decir o hacer absolutamente nada, aún no podía asimilar tanta arrogancia, altivez y soberbia junta.

Él profesor, quien se veía tan incómodo como yo, se acercó a mí y me señaló una silla, luego sonrió como si nada pasara.

—Pasa, toma asiento. —dijo con tranquilidad.

La escena que había visto anteriormente me había desagradado totalmente, pero su sonrisa había purificado mí mente, como si nada de lo anterior hubiera ocurrido, y sin darme cuenta, ya me estaba aproximando al asiento.

—No tenía idea de que llegarías antes. —dijo tratando de pasar desapercibido lo que acababa de pasar, mientras cerraba la puerta.

Tomé asiento mientras pensaba en la respuesta adecuada.

—Lo siento, es que no tenía nada importante que hacer, ¿Hice mal? —pregunté con algo de pena.

Él se acercó a su escritorio.

—No, para nada, de hecho, hiciste bien. —respondió con tono animado.

Se sentó sobre su escritorio y me miró un par de segundos, y luego hubo un silencio incómodo, no sabía si debía ser yo quién lo rompiera, además tampoco sabía que decir.

—Te pedí que vinieras porque después de nuestra pequeña conversación al final de la clase, me dí cuenta de que la lectura romántica en serio te gusta, —tomó el libro que estaba a su lado. —y quería darte ésto.

Él me lo dió, y yo lo tomé entre mis manos.

—Lo he leído muchas veces desde hace algunos años, y pensé que tal vez podría llegar a gustarte tanto como a mí en su momento.

Vi el libro con atención, después abrí la pasta y acaricié su primera página para sentir su textura, y luego lo cerré.

—Gracias profesor, —lo ví a los ojos totalmente conmovida. —se lo devolveré cuando termine de leerlo.

—Nada de eso, es un regalo, ya es tuyo. —me afirmó con confianza.

Cada movimiento y palabra que pronunciaba irradiaba una confianza absoluta en sí mismo, esa confianza me intimidaba.

Mis labios se curvaron en una tímida sonrisa.

—Bueno, —agaché la cabeza para esconder mi rostro. —se lo agradezco.

—¿Te gusta el café? —preguntó repentinamente, e inmediatamente levanté la mirada.

Lo miré con una expresión de ligera confusión, me había quedado en blanco.

—Si pero...

—Bien, te prepararé uno. —se adelantó, antes de que yo pudiera terminar de hablar.

Él bajó del escritorio y se acercó a la mesa de su izquierda, donde había una cafetera y tres tazas pequeñas color blanco.

Mis nervios comenzaron a hacerme una mala jugada y el incidente de hace unos instantes vino a mi mente. El ambiente se volvió sofocante y todo empeoró, además, sabía que esto no era algo común entre una alumna y su profesor.

—No, ya debo regresar a mi dormitorio. —contesté con una mezcla de nervios e inquietud, luego me puse de pié.

Él se giró, me miró con una expresión de desconcierto y después se cruzó de brazos con una sonrisa en el rostro.

—Habías dicho que no tenías nada importante que hacer. —me hizo recordar lo que había mencionado antes.

Solté una risa nerviosa y luego lo miré a los ojos.

—Si, yo dije eso, —me arrepentí de haberlo hecho. —pero acabo de recordar que si tengo un par de cosas que hacer.

Se esforzó por no reír, apretando sus labios; estaba claro que sabía que estaba mintiendo.

—Vamos, —comentó con mucha calma. —solo un café.

Me tomé unos segundos para pensarlo, pero la incomodidad persistía.

—No lo sé.

—Si no quieres café puedo ofrecerte un té o simplemente agua, —me miró con una leve súplica en su mirada.—pero por favor no te vayas aún, me agradas, y me encantaría conversar contigo para poder conocerte mejor.

Permanecí estática ante sus palabras, le había agradado y quería conocerme mejor. De todas las personas a las que pensé agradar, nunca imaginé que sería un profesor, y mucho menos uno tan encantador como el profesor Dylan.

También tenía intenciones de conocerlo mejor, así que volví a sentarme.

—Está bien, solo un café. —respondí aceptando su propuesta.

Sonrió y se dio la vuelta para seguir preparando mi café mientras yo colocaba el libro que me había regalado en la silla a mi lado.

Mientras preparaba el café, no pude evitar observarlo. Su espalda era realmente tonificada, tenía un físico impresionante que sugería que se ejercitaba de vez en cuando.

Me sentí ligeramente apenada al estar pensando algo como eso, es decir, ni siquiera sabía que edad tenía, probablemente me doblaba la edad y solo estaba muy bien conservado; Y si ese era el caso, ¿Qué hacía realmente con la chica pelirroja de hace unos minutos?, tal vez ellos tenían una especie de relación.

Volví a sentir el enojo de hace unos minutos al recordar lo cerca que estaban. Me desagradó tanto que me revolvió el estómago.

Él profesor se dió la vuelta con una taza de café en las manos, se acercó a mí y me lo entregó.

—Ten cuidado, está caliente.

Tomé el café pero al hacerlo mis manos accidentalmente tocaron las suyas. 

—Deberías esperar a que se enfríe. —hablo con tono amable.

Esbocé una sonrisa de gratitud.

—Gracias. —dije con voz suave y luego el vapor me acarició las mejillas.

Me sentí extrañamente bien, sabía que esto era algo fuera de lo común, pero no me disgustaba en lo absoluto.

Tomó otra taza de café para él y movió la silla donde había dejado mi libro, colocándola frente a mí. Después, tomó el libro y lo colocó en el librero que estaba detrás de mí, finalmente se sentó.

—Muy bien, señorita, conversemos. —comentó con una voz encantadora.

Sopló con delicadeza su café y me sostuvo la mirada.

—Siéntete en completa libertad de preguntarme lo que quieras. —habló sin dejar de mirarme a los ojos.

En ese momento vinieron a mi mente muchas preguntas, pero me sentí algo intimidada con su mirada.

—No sé que preguntar. —agaché la cabeza y acaricié mi taza de café.

—No te preocupes, empezaré yo.

Alcé la vista y me encontré con sus ojos nuevamente.

—Seguramente después se te ocurrirá qué preguntarme. —me aseguró sin ninguna duda.

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1 Vaya coincidencia.
2 ¿Te gusta el café?
3 No te vayas.
4 Dime que no estoy soñando.
5 Es una sorpresa.
6 ¿Quieres que te muestre cómo lo hago yo?
7 No te contengas, yo quiero escucharte.
8 Mucho gusto Ben.
9 Eres mía.
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Vaya coincidencia.
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¿Te gusta el café?
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No te vayas.
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Dime que no estoy soñando.
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Es una sorpresa.
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¿Quieres que te muestre cómo lo hago yo?
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No te contengas, yo quiero escucharte.
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Mucho gusto Ben.
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