Octavo libro de la saga colores.
Lady Pepper Jones terminará raptada por un misterio rufián de poca paciencia y expresión dura, prisionera y en manos del desconocido, no tendrá más remedio que ser la presa del lobo, mientras que Roquer, lidiará con su determinación de cumplir con su venganza y la flaqueza de tener a una hermosa señorita a su merced.
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10. Intento de escape
...PEPPER:...
Después de andar de tres días, durmiendo a la intemperie, comiendo animales silvestre, nos hallamos con un poblado pequeño. El rufián me quitó la cadena y la guardó, solo me hablaba para eso, amenazando primero para que no se me ocurriera escapar o pedir ayuda a alguien.
No quería que otra persona muriera por esa causa, así que tendría que hallar otra forma de librarme de aquel mal humorado sin escrúpulos.
Había unas pocas casas, muchos campesinos y todo parecía estar lleno de barro, la gente vestía humildemente y trabajaba.
Nos observaron detenidamente cuando pasamos en el caballo.
— Pasaremos la noche en la posada de este lugar.
Se acercó a una pequeña posada de madera y de una sola estancia.
Bajó del caballo, lo ató y me sostuvo para bajarme.
Accedí por puro cansancio.
Quería una cama donde dormir.
Subió las escaleras del pórtico y tocó la puerta. Ya era tarde, así que las lámparas colgaban encendidas afuera de las casas.
Observé a la gente y ellos a mí.
Lucía peor de sucios que ellos, esas personas trabajaban cargando paja, cestas con frutas y verduras, había solo una herrería.
La calle era de barro.
Jamás estuve en un lugar así antes.
Una mujer gorda abrió la puerta.
— Diga — Gruñó.
— Queremos una habitación por una noche, con comida y servicio de baño — Dijo el rufián.
Este hombre estaba alimentado por el odio, por todo lo que mi padre le hizo. Estaba enojado con la vida, con el mundo, no me hacía falta conocerlo, al ver su forma de actuar y todo lo que me gritó a la cara sobre lo sucedido a su familia, los errores tenían enormes consecuencias, mi padre cometió una barbaridad en contra de esa pobres personas y ahora él era un asesino, sin piedad, ni compasión.
No podía ponerme en sus zapatos.
Hasta hace días atrás yo tenía una vida demasiado perfecta, nunca pasé hambre, tampoco frío, ni dolor, jamás estuve ante un asesino y no había presenciado como asesinaban a un hombre inocente.
En cambio mi raptor, él había vivido algo horrible a tan corta edad, no podía imaginar a un niño en las calles, hambriento e indefenso, lidiando con tantos peligros y dificultades.
Pobres pequeños.
Aún así, eso no le daba derecho a arruinar mi vida solo porque era hija del duque que le desgració la suya.
— Solo queda una — Dijo la mujer.
— Está bien, la queremos.
— Síganme.
Nos guió por un corredor de piedra.
Abrió una de las puertas, al parecer solo había dos habitaciones disponibles en aquel lugar, era una posada pequeña.
— El pago es por adelantado.
Entré a la habitación mientras él se quedaba en el umbral, pagando a la posadera.
Tenía piezas en esa mochila.
— Les traeré la cena en un rato, la tina siempre está lista para su uso — Dijo y él entró, cerrando la puerta.
Observé la cama, era un poco pequeña, del otro lado había una tina de madera, baldes con agua y también había una mesa, con una silla.
No podía olvidar la ventana en la pared del frente.
— Báñate — Ordenó.
— ¿Contigo viendo? — Arqueé las cejas.
— Te he visto desnuda, no hará una diferencia una segunda vez.
— Necesito privacidad.
— No estás atada, ni encadenada, así que debo vigilar — Se quitó la capa y la tiró en la silla, la mochila la dejó sobre la mesa, la chaqueta también terminó en la silla.
Las armas también pararon a la mesa, llevaba como diez dagas y una espada.
Se quedó en su camisa holgada y los pantalones de lona café.
La llave seguía colgando de su cuello.
— ¿Qué estás esperando? No tendrás otra oportunidad para bañarte... ¿O es qué ya te acostumbraste a apestar y lucir como una mendiga? Eso no sería muy de noble.
Caminé hacia la tina, tomando un balde, no pude alzarlo.
Él se aproximó y me lo arrebató, lo alzó y lo vertió para mí.
— Un balde para ti y uno para mí, es justo lo que necesitamos.
— Necesito más de un balde para bañarme y también jabón, escencia.
— Tendrás que conformarte con el agua — Gruñó, alejándose hacia la mesa — Agradece que esta posada tiene tina y orinales.
Ni siquiera había cortina para darme más seguridad.
Empecé a quitarme la ropa cuando se sentó en la silla, de espaldas.
Al menos eso ayudaba.
La ropa estaba sucia, la dejé toda en el suelo.
Se me hizo un poco complicado retirar el corset, mi doncella era la que me ayudaba con eso.
Entré en la tina y me sumergí por completo, hasta la cabeza.
Me froté los brazos, el cuerpo y suspiré.
La puerta sonó.
Él se levantó y abrió.
La mujer entró con una bandeja.
— La cena ha llegado, amor — Dijo él y tardé en comprender que hablaba conmigo, fingiendo por supuesto.
— Podría lavar la ropa de la dama — Dijo la posadera, dejando la bandeja sobre la cama.
— Solo nos quedaremos por una noche.
— En ese caso, le traeré una ropa, noté que la suya está demasiado sucia — Comentó — Tengo una que puede servirle. Claro, también debe pagar por ello.
— Tranquila, mi esposo pagará — Dije desde la tina.
Él me lanzó una mirada.
Caminó hacia la mesa y rebuscó en una mochila, sacando dos monedas de plata, se las colocó en la palma a la mujer.
— Gracias, señor.
Se marchó.
Me volví a frotar los brazos y el cabello.
— ¿Qué rayos te crees para decidir?
— La señora se ofreció a cambiarme esos harapos sucios, no tiene caso bañarme si voy a usar lo mismo.
Me dió una mirada fulminante.
— Ni se te ocurra pedir auxilio.
— Estoy harta de tu maldito mal humor, de que me trates como un animal — Dije, con desafío — Agradece que no pedí auxilio y que te estoy siguiendo el juego ridículo de la pareja recién casada — Hice un gesto de desagrado — Me sorprende que lo crea, jamás tendría tan mal gusto.
Estrechó sus ojos y luego metió las manos en los bolsillos de sus pantalones.
— Eres una noble, hasta donde se no deciden con quien casarte.
— Mi padre me iba a casar con un buen prospecto, Lord Leandro Mercier — Observé el agua, no quería que se viese mi cuerpo, pero se estaba tornando cada vez más turbia.
Era culpa de él que estuviese tan sucia y apestosa.
— Pero, el lord no quiso — Entornó una expresión burlona — Prefirió a mi hermana por encima de ti, él si tuvo buen gusto ¿Qué se siente que te desprecien a ti? La hija del duque.
Me estremecí, irritada por su comentario.
— Él me conseguirá otro pretendiente mejor.
— Lo dudo mucho, si llegas a volver a la capital, que no será así, te casarán con un anciano o algún hombre de panza enorme, tu reputación de señorita pura ya no será la misma y los buenos prospecto no te querrán.
— No sabes nada de la nobleza, eres un ladrón y un asesino.
— ¿Me equivoqué con lo que dije?
No sabía hacer otra cosa que tener esa cara de piedra y ese maldito mal humor.
No respondí, me concentré en el baño.
Rocé la herida en mi brazo y siseé, el corte aún no sanaba.
Seguía plantado allí, observando.
— Eres tan delicada.
— ¿Qué tiene de malo? — Fruncí el ceño.
La puerta volvió a sonar.
La costurera volvió con una ropa que acercó a mí, se llevó la sucia.
— Aquí está la ropa.
— Muchas gracias — Dije y sonrió.
Volvió a marcharse.
— Sal del baño, es mi turno.
— Aún no...
— La cena se va a enfriar.
— Date la vuelta — Pedí y puso los ojos en blanco.
Obedeció.
Me levanté y tomé una toalla que colgaba cerca.
Rodeé mi cuerpo y tomé la ropa.
Me acerqué a la cama para vestirme allí.
Caminó hacia la tina y quitó el tapón.
Volvió a llenar la tina con el balde.
Sus dedos oscuros fueron a los botones de su camisa.
Me sequé, sin que la toalla se despegara de mi cuerpo.
Observé de reojo como se quitó la camisa, revelando un pecho musculoso de color chocolate, con pocos vellos en los pectorales.
El abdomen era plano y estaba marcado.
Tenía cicatrices de todos los tamaños esparcidos por la piel.
Era un asesino, sus marcas mostraban la vida que llevaba.
Fue por el botón de su pantalón y desvié mi mirada para vestirme.
Escuché como se metía al agua y suspiraba.
La posadera me había traído un vestido color gris, muy sencillo, pero parecía cómodo y más decente que esa ropa de niño.
Al menos me trajo calzones, parecían limpio aunque me daba un poco de asco la desconocida procedencia de aquella ropa.
No tenía opción.
Me vestí mientras escuchaba el sonido del rufián bañándose, tomé las mismas botas que llevaba anteriormente y estuve lista.
— Necesito un peine — Dije, tocando mi cabello mojado y enmarañado.
— No voy a pagar otra maldita pieza por un peine — Dijo desde la tina.
Me evaluó, completamente empapado, con los brazos extendidos y apoyados en el borde.
— No lo pedí.
— Eres una noble, disfrutas pedir y que se te concedan tus peticiones, tienes que recordar que eres mi prisionera y que no soy un puto sirviente — Inclinó su cabeza hacia atrás y la apoyó del borde — Ese vestido será un estorbo, no entiendo ese en las mujeres empeño en usar esa ropa, da más ventaja a los hombres de levantar sus faldas.
Cerró sus ojos.
Corrí rápidamente hacia la mochila, la tomé.
— ¡Alto! — Gritó, levantándose de la tina.
— Adelante, Detenme ¿Eres demasiado rudo para salir desnudo con tu trasero al aire? — Siseé, extendió su mano.
La furia se notó en su respiración y su mirada, todo empapado y de pie tan gloriosamente desnudo.
— ¡Si sales de aquí voy a...
Tomé una daga corté su ropa y la arranqué en trozos.
— ¡Maldición! ¡Basta!
Le dí una mirada a su cuerpo, debajo del abdomen las líneas uve, había una enorme cosa color chocolate.
Tomé la espada.
Podía detenerme, pero la vergüenza era más fuerte.
— ¡Ojalá te pudras en el infierno!
Eso fue tan satisfactorio para mí.
Caminé hacia la puerta y salí.
Me alejé rápidamente, saliendo de esa posada, acudí al caballo y me coloqué la mochila.
— ¡Alto, muñeca! — Sentí la punta de una espada en mi espalda.
Observé de reojo y luego me giré.
Cuatro hombres de aspecto salvaje me rodearon.
— ¿Quiénes son ustedes? — Observé a todas partes.
Las personas corrieron a esconderse en sus casas.
¿Ninguno iba a ayudarme?
Uno de ellos extendiendo un papel.
El rostro dibujado del rufián apareció, con una cifra de piezas reales.
— Buscamos a tu compañero.
¿Cómo lo sabían?
—Tu debes ser Pepper — Otro papel fue extendido.
También había recompensa por quien me hallara o diera información.
— ¿Van a llevarme con mi padre?
Los hombres se observaron y rieron.
— Por supuesto.
No me pareció una verdad.
— Antes, apártate del caballo — Amenazó el de la espada — Queremos ver que estés completa.
Obedecí.
— Suelta el arma — Ordenó el otro.
La solté, dejándola en el suelo.
— Quítate la ropa — Rió otro, con mirada lascivia.
— ¡Alejense, buitres de mierda! — Gruñó el rufián, acercándose, tenía solo una toalla cubriendo sus vergüenzas.
— Miren al lobo, se quitó la piel — Dijo uno, burlándose, todos se rieron — Te ves muy amenazante, me dan ganas de salir corriendo.
— ¿Los conoces? — Pregunté al lobo y me lanzó una mirada de enojo.
— ¡Ésta mujer es mía, así que busquen otra cosa con que divertirse!
— Los cuellos de ambos valen mucho para dejarlos ir, la posadera tuvo la cortesía de informar a nuestra llegada, que se encontraban aquí.
— ¿Quién rayos te dijo donde encontrarme? — Siseó él.
— Uno de tus hombres.
Se colocó adelante de mí.
Su espalda era tan ancha, bajé mi mirada hacia su trasero, cubierto por la toalla, era abundante.
Yo era plana, pero este hombre tenía tanto a su favor, excepto su mal humor.
— La señorita te considera apetitoso, al parecer te la estás fornicando, deberías compartir — Dijo uno de los rufianes y me sonrojé, alejando mi mirada cuando lobo observó.
— Largo de aquí — Siseó.
— No nos vamos de aquí sin llevar tu cabeza a la guardia real.
— Entonces tendré que matarlos.
— ¡Oh, mírenlo luce como aquella vez, cuando todos jugaron con él! — Se burló y el lobo se quedó quieto — ¡Deberíamos repetirlo!
— Así que están lamiendo sus suelas — Dijo, ocultando su expresión, me dió curiosidad.
— Por supuesto, nadie te quiere ver más hundido que él.
Me empujó y caí al suelo, tomó la espada que estaba en el suelo con su pie y la aventó hacia arriba, la atajó, desenvainó.
Los cuatro hombres lo atacaron al mismo tiempo, desvió y detuvo los ataques, el sonido de las espadas chocando me hizo doler los dientes.
Cortó a uno en la garganta, encajó la espada en la entrepierna del segundo.
Me cubrí los ojos tarde, esto era tan impactante y sangriento.
Los otros dos recibieron cortes en el brazo y la pierna.
Salieron corriendo, intentó perseguirlo pero maldijo cuando se le aflojó la toalla.
Se acercó y me alzó, tomando mi brazo con firmeza.
— ¡Qué sea la última vez que rompes mi ropa!
— Voy a intentar escapar todo lo que pueda.
— Ya no puedes, hay más hombres de esos que nos van a cazar, ahora tienes que quedarte conmigo o ellos jugarán contigo antes de entregarte — Gruñó y se alejó hacia la posada.
— ¿A dónde vas?
— A recuperar las piezas que pagué.