Imagina un mundo donde lo virtual y lo real se entrelazan, y tu supervivencia depende de tu habilidad para adaptarte.
Aquí conoceremos a Soma Shiro, un joven gamer que recibe un misterioso paquete que lo transporta a NightRage. En este mundo, debe asumir el papel de guerrero, aunque con una peculiaridad, lleva una espada atorada en la boca.
NightRage no parece ser solo un juego, sino un desafío extremo que pone a prueba sus límites y su capacidad para confiar en los demás. ¿Logrará Shiro encontrar la salida, o quedará atrapado en este mundo para siempre?
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Capítulo 9
Apoyado contra una piedra húmeda de la cueva, sacó una poción de vida y la bebió. Pero, no podía permitirse el lujo de gastar todas sus provisiones; aún tenía la esperanza de volver a encontrarse con Sagi y Elizabeth, y sabía que ellos también necesitarían esos recursos.
—Ya casi está... —murmuró para sí mismo.
Sin embargo, justo cuando pensó que estaba a salvo, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Antes de que pudiera reaccionar, unas patas largas y afiladas lo envolvieron. Una araña que estaba esperando el momento para atacar, había
aparecido de las sombras.
Sus patas se enredaron alrededor de su cuerpo, y
antes de que pudiera liberarse, sintió el dolor agudo de dos patas perforando profundamente sus piernas.
—¡Argh! —gritó Tsukasa, mientras el dolor lo recorría como una descarga eléctrica.
La situación era desesperada. La araña lo había atrapado completamente, y su cuerpo estaba siendo aplastado entre sus patas mientras la sangre comenzaba a empapar su ropa.
El veneno de las garras le provocaba un ardor que no parecía detenerse. La escena era tan grotesca como desesperante. La sangre de Tsukasa goteaba al suelo, y la sonrisa macabra de la araña solo empeoraba el panorama.
A pesar del dolor, Tsukasa dejó escapar una sonrisa entre jadeos, con un rastro de
sangre en los labios.
—Maldita... araña —gruñó entre dientes —Admito que me has puesto en aprietos... pero no voy a morir aquí, no así. ¡TOMA ESTO!
Con un grito que resonó por toda la cueva, Tsukasa activó una habilidad que se estaba guardando.
—¡IGNÍFUGO!
Su cuerpo se envolvió en llamas brillantes, un fuego de colores intensos que brotaba de su piel. Las llamas lo rodeaban por completo, pero no lo dañaban a él. Sin embargo, todo lo que lo tocaba comenzaba a arder.
La araña soltó un chillido espantoso mientras las llamas la consumían. Sus patas, que antes perforaban las piernas de Tsukasa, comenzaron a chamuscarse y desintegrarse. Las llamas recorrían su cuerpo y la araña intentaba soltarse,
pero era demasiado tarde. El fuego envolvió por completo a la criatura, que comenzó a retorcerse y a gritar de agonía.
El fuego de Tsukasa lo liberó, pero él sabía que había un precio a pagar por usar esa habilidad. El Ignífugo, aunque poderoso, había consumido el resto de su maná, dejándolo vulnerable. Además, sus revólveres también se quemaban con las llamas, quedando inutilizables.
La araña cayó al suelo, reducida a cenizas, pero Tsukasa también estaba al borde de su límite. Aunque había logrado derrotarla, sus piernas seguían sangrando, y su cuerpo ya no respondía. Con sus armas destruidas y su maná agotado, sintió cómo la energía lo abandonaba.
—No... usaré... las pociones... —murmuró, mientras su visión se nublaba —Sagi... Elizabeth... voy a reunirme con ustedes...
Con las últimas fuerzas que le quedaban, trató de mantenerse en pie, pero su cuerpo no respondió. Cayó al suelo, desmayándose, mientras la sangre seguía manando de sus heridas. A pesar de la oscuridad que lo envolvía, había una chispa de esperanza en su interior. No iba a morir. Tenía la fe de que, de alguna forma, volvería a ver a sus compañeros.
Esa fe era lo único que mantenía su espíritu vivo mientras su cuerpo sucumbía al agotamiento.
Del otro lado, Elizabeth estaba atrapada en la lúgubre celda. El olor a sangre y muerte llenaba el aire, y sus manos temblaban mientras observaba a la criatura al otro lado de las barras. La bestia encapuchada devoraba a su última víctima,
emitiendo gruñidos sordos mientras su mirada demoníaca se clavaba en ella.
Sabía que no podía quedarse ahí, y tampoco podía esperar refuerzos. Era momento de actuar, o morir. Cerró los ojos y comenzó a conjurar un hechizo en un idioma antiguo.
—¡Sideréas orhn vela'k turos nagarïan! —recitó Elizabeth, mientras un círculo mágico comenzaba a formarse bajo sus pies, emitiendo un brillo violeta que iluminaba toda la celda.
Un símbolo arcano salió disparado desde la palma de su mano derecha, que estaba apuntando hacia las barras de su prisión. Sus ojos brillaban con una luz violeta intensa, y el poder que invocaba vibraba en el aire, casi desbordándose.
Con un grito final, lanzó el hechizo y un destello cegador salió de su mano, impactando contra las barras de la celda y desintegrándolas en una explosión de energía. Sin perder ni un segundo, canalizó el resto de su poder y lanzó otro rayo
de luz, esta vez dirigido a la monstruosa criatura que estaba devorando a su presa.
El hechizo lo alcanzó de lleno, pero algo extraño sucedió. La capa que cubría al monstruo comenzó a deshacerse, revelando su verdadera forma. Era una abominación grotesca, una mezcla de hombre y demonio. Su piel estaba cubierta de sangre seca y pedazos de carne colgaban de sus garras. El hedor era insoportable.
Elizabeth retrocedió un paso, paralizada por la repulsión y el miedo. El cuerpo del monstruo parecía haber resistido el impacto de su hechizo.
El monstruo la miró con ojos brillantes, saboreando su terror, y comenzó a avanzar lentamente hacia ella. No había tiempo para dudar.
Había gastado casi todo su maná en el último ataque, y no podía usar su hechizo de "Danza Floral". Sabía que su enemigo era impredecible y que, como aprendiz, no tenía muchas
opciones.
—Aún me queda una última opción...
Respiró hondo, reuniendo el poco valor que le quedaba, y comenzó a correr hacia su enemigo. La criatura, sorprendida al principio, comenzó a reír con una risa desquiciada, excitada ante la idea de atrapar a su presa. Sus ojos brillaban
de placer, y extendió sus garras hacia Elizabeth, listo para despedazarla