En un mundo dominado por vampiros, Louise, el último omega humano, es capturado por el despiadado rey vampiro, Dorian Vespera. Lo que comienza como un juego de manipulación se convierte en una relación compleja y peligrosa, desafiando las reglas de un imperio donde los humanos son solo alimento. Mientras Louise lucha por encontrar a su hermana y ganar su lugar en la corte, su vínculo con Dorian pone en juego el equilibrio del reino, arrastrándolos a ambos hacia un destino oscuro y profundo, donde la lealtad y el deseo chocan.
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Estrategias
Mientras las tensiones seguían aumentando, Dorian se veía obligado a planificar sus próximos movimientos con más cautela. La amenaza de Magnus y su creciente influencia entre los nobles del imperio exigía una respuesta, pero Dorian no podía arriesgarse a iniciar una guerra interna que podría debilitar a todo el reino. Consciente de que el equilibrio era delicado, buscó una manera de utilizar las fortalezas y debilidades de quienes lo rodeaban, aprovechando cada oportunidad para consolidar su posición.
Para sorpresa de Louise, Dorian comenzó a involucrarlo más en las discusiones estratégicas. Al principio, el joven pensó que se trataba de otra forma de manipulación, de un intento más del vampiro por hacerlo sentir importante para luego usarlo en su beneficio. Sin embargo, con el tiempo, Dorian demostró que valoraba realmente sus opiniones, aunque estas fueran más ingenuas y menos experimentadas que las de sus generales. En las noches, Louise y Dorian se sentaban en la gran mesa de mapas de la sala de guerra, sus sombras proyectadas sobre los territorios que componían el imperio.
—Dime, Louise, si fueras Magnus, ¿cuál sería tu próximo movimiento? —le preguntó Dorian una noche, mientras movía una pieza en el mapa, simbolizando a los rebeldes de Magnus acercándose a una fortaleza clave en la frontera oriental.
Louise, aunque al principio desconfiaba, empezó a tomarse en serio las preguntas. Observó el mapa, los puntos de control, y trató de entender la lógica detrás de las maniobras. Dorian le había enseñado lo básico de la estrategia militar, y aunque aún no se sentía un experto, había algo en el desafío que le resultaba adictivo. Sabía que su vida y la de su hermana podrían depender de la estabilidad del imperio, y quizás, al entender mejor las tácticas de Dorian, podría encontrar una manera de ganar su libertad.
—Yo... creo que atacaría por el flanco oeste —dijo finalmente, señalando una de las rutas menos defendidas en el mapa—. Allí los recursos son limitados y la mayoría de tus tropas están concentradas en el sur. Si Magnus quiere debilitarte, podría tratar de cortar tus líneas de suministro.
Dorian lo observó en silencio durante un momento, sus ojos rubíes brillando con una intensidad que casi hacía que Louise apartara la mirada. Pero para su sorpresa, el rey vampiro sonrió, un gesto genuino que rara vez mostraba.
—Es una buena observación, Louise. Has captado la debilidad que yo mismo intentaba cubrir. Es un riesgo que debo tener en cuenta.
Louise sintió un extraño calor en el pecho ante ese reconocimiento, una sensación que lo confundía profundamente. Sabía que no debía confiar en Dorian, que el vampiro lo estaba utilizando, pero esa pequeña muestra de respeto, ese breve momento donde Dorian lo miraba como a un igual, lo hacía bajar la guardia sin darse cuenta. Y Dorian, astuto como siempre, no dejó pasar la oportunidad de aprovechar esa fisura en la resistencia de Louise.
Las sesiones de estrategia se volvieron más frecuentes. Dorian le contaba de los movimientos de Magnus, de las intrigas de los nobles y de las alianzas inestables que mantenían la paz en el imperio. Louise escuchaba con atención, absorbiendo cada detalle, intentando entender las complejas redes de poder que definían la política de Vespera. Sin darse cuenta, empezó a sentirse parte de ese mundo, aunque solo fuera como un espectador.
Pero la manipulación de Dorian no se limitaba a la estrategia. El vampiro sabía que para asegurar su lealtad, debía hacerlo sentir valorado, indispensable incluso. En cada conversación, sembraba la idea de que Louise era un aliado clave, alguien cuya visión podía marcar la diferencia. Louise, acostumbrado a ser tratado como una presa, comenzó a creer que había algo más en él, que tal vez podría influir en el destino del imperio, incluso si su posición era débil.
—El futuro de este reino podría depender de aquellos que menos esperamos —le decía Dorian en un tono enigmático, dejando que sus palabras flotaran en el aire—.
Estas palabras, dichas con la cadencia hipnótica de Dorian, se clavaban en la mente de Louise. A veces se sorprendía pensando en el futuro del imperio, en qué pasaría si Magnus tomaba el control, y en cómo afectaría eso a su propia vida. Aunque su razón le decía que debía mantenerse al margen, que no debía involucrarse en los asuntos de Dorian, su corazón comenzaba a latir con una urgencia nueva, impulsado por la necesidad de entender ese mundo y su lugar en él.
Las intrigas de la corte también llegaron a oídos de otros vampiros poderosos, que veían con interés cómo un simple humano comenzaba a ser considerado por el rey. Algunos pensaban que Dorian había perdido la cabeza, mientras que otros sospechaban que Louise podía ser una herramienta oculta, un as bajo la manga del vampiro. Entre esos observadores estaba Lucian, un antiguo aliado de Dorian, cuya lealtad estaba marcada por una historia de camaradería y rivalidad.
—Ten cuidado, Dorian —le advirtió Lucian en una de sus reuniones privadas—. Jugar con un humano como si fuera una pieza de ajedrez es peligroso. Ellos no entienden nuestro mundo, ni nuestras guerras. Pueden ser volubles.
Dorian se limitó a sonreír ante la advertencia de su viejo amigo, mostrando la confianza que siempre lo había caracterizado.
—Louise no es un peón, Lucian. Es algo más. Tal vez un comodín. Y si sabes jugar tus cartas, un comodín puede cambiar el curso de una partida entera.
Lucian no insistió más, pero las dudas comenzaron a crecer entre los allegados de Dorian. Mientras tanto, Louise, ajeno a estas conversaciones, continuaba siendo arrastrado más y más hacia el centro de la red de intrigas, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, había encontrado un lugar donde su presencia importaba.
Pero en su corazón, la confusión seguía creciendo. Cada palabra de aliento de Dorian era un veneno dulce que lo hacía dudar de sus propios sentimientos, que lo hacía preguntarse si había algo real en las atenciones del vampiro. Y así, mientras el imperio se preparaba para el enfrentamiento con Magnus, Louise se debatía entre el odio que había sentido por Dorian desde el principio y la extraña fascinación que lo consumía cada vez que lo miraba a los ojos.
En cada estrategia discutida, en cada mirada de complicidad, se tejía un vínculo que desafiaba la lógica, un vínculo que, como el propio imperio, pendía de un hilo que podría romperse en cualquier momento. Y mientras la oscuridad se cernía sobre el reino, Louise se encontraba en el centro de la tormenta, sintiendo que, de alguna manera, su destino estaba cada vez más entrelazado con el de Dorian.