Imagina un mundo donde lo virtual y lo real se entrelazan, y tu supervivencia depende de tu habilidad para adaptarte.
Aquí conoceremos a Soma Shiro, un joven gamer que recibe un misterioso paquete que lo transporta a NightRage. En este mundo, debe asumir el papel de guerrero, aunque con una peculiaridad, lleva una espada atorada en la boca.
NightRage no parece ser solo un juego, sino un desafío extremo que pone a prueba sus límites y su capacidad para confiar en los demás. ¿Logrará Shiro encontrar la salida, o quedará atrapado en este mundo para siempre?
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Capítulo 8
Nunca había escuchado algo así, y eso solo aumentaba sus ansias por enfrentarse a lo que les esperaba. Era un desafío como nunca antes había visto.
Ahora, mientras cruzaban el umbral de la mazmorra, la conversación seguía dando vueltas en su mente, y no podía evitar sentir una mezcla de emoción y temor. ¿Qué clase de monstruos nos aguardan aquí?, se preguntaba mientras
avanzaban.
El interior de la mazmorra era frío y oscuro. Al principio, las paredes estaban cubiertas de moho y enredaderas, con gotas de agua que resonaban en la penumbra. Tsukasa, siempre atento, tenía su habilidad para detectar enemigos, pero para su sorpresa, no detectó nada.
—No hay nadie cerca… por ahora —dijo en voz baja, aunque la tensión en su tono era evidente.
Sagi avanzaba con los ojos muy abiertos, atento a cualquier cosa que pudiera saltar de las sombras. Elizabeth, por su parte, mantenía una posición en la retaguardia, lista para lanzar un hechizo en cualquier momento.
A medida que avanzaban, la mazmorra se volvía cada vez más oscura. Las antorchas en las
paredes comenzaban a apagarse, y la sensación de opresión aumentaba con cada paso que daban. El eco de sus propios pasos y las gotas que caían al suelo eran los únicos sonidos que llenaban el espacio.
—Esto... no me gusta nada —murmuró Elizabeth.
De repente, sin previo aviso, el suelo debajo de ellos comenzó a temblar. Antes de que tuvieran tiempo de reaccionar, el piso se abrió bajo sus pies y los tragó en un abismo. El grupo cayó en diferentes túneles, separados unos de otros.
Tsukasa cayó rodando por un túnel estrecho, su cuerpo chocando contra las paredes de piedra hasta que finalmente se detuvo en una cueva oscura. Mientras se levantaba, desorientado, escuchó un sonido inquietante, un ruido seco y
pegajoso, como algo arrastrándose.
Encendió una pequeña antorcha que llevaba consigo y las vio, arañas gigantes, con ojos brillantes y mandíbulas afiladas, colgaban del techo de la caverna. Se movían en silencio, tejiendo telarañas gruesas que envolvían restos de lo que antes parecían ser aventureros
desafortunados.
—Esto es peor de lo que pensaba... —murmuró, sacando sus revólveres con calma, aunque su corazón latía con fuerza.
Las arañas, atraídas por su presencia, comenzaron a moverse hacia él. Eran rápidas y coordinadas. Tsukasa sabía que tenía que mantener la calma. No era solo una cuestión de dispararles, si no las detenía de la forma correcta, lo envolverían en telarañas en cuestión de segundos.
Esto va a ser interesante, pensó, mientras se preparaba para la pelea. Elizabeth, por su parte, cayó con fuerza en un suelo de piedra fría.
Cuando se levantó, sintió el olor nauseabundo de la sangre seca y los huesos rotos a su alrededor. Estaba en una celda, cuyas paredes estaban manchadas de sangre. Además, restos de otras víctimas estaban esparcidos por el suelo, y el aire estaba cargado de muerte.
—¿Dónde... dónde estoy? —murmuró, con su voz temblando.
Con el corazón acelerado, alzó la mirada y vio algo al otro lado de los barrotes, una criatura encapuchada, alta y delgada, que se inclinaba sobre un cadáver. La criatura estaba devorando lo que quedaba de su última víctima, arrancando
carne y huesos con voracidad.
Elizabeth dio un paso atrás, su cuerpo temblando de miedo. La criatura levantó la cabeza, y desde las sombras de su capucha, dos ojos rojos brillaron en su dirección. Soltó un gruñido, como si hubiera detectado su presencia.
—No, no, no... —murmuró Elizabeth, mientras buscaba desesperadamente una salida.
Pero, estaba atrapada, la criatura se levantó lentamente, sus movimientos eran antinaturales, casi mecánicos. Elizabeth sabía que no tenía mucho tiempo. Alzo su mano derecha y se preparó para luchar, pero el miedo la paralizaba…
Sagi, por su parte, tuvo una caída mucho más suave. Al aterrizar, se encontró en lo que parecía ser un campo de flores brillantes y multicolores. Al principio, parecía haber tenido suerte. El lugar era hermoso y tranquilo, una vista totalmente opuesta a lo que cabría esperar en una mazmorra oscura y peligrosa.
Pero algo estaba mal. El suelo bajo sus pies comenzó a moverse, como si el campo estuviera vivo. Las flores, que antes eran inofensivas, comenzaron a agitarse, como si respondieran a una fuerza desconocida.
—¿Qué...? —pensó. he intentó dar un paso atrás, pero el suelo parecía hundirse con cada movimiento.
Entonces, frente a él, una criatura etérea apareció entre las flores. Era una especie de hada, pero no una cualquiera. Tenía un aspecto siniestro, con una sonrisa maliciosa y ojos brillantes. El hada parecía controlar el terreno a su antojo, manipulando el campo de flores como si fuera una extensión de su propio cuerpo.
Sagi comprendió que había caído en una trampa, y estaba en el dominio total de este monstruo, ya que el terreno mismo era su enemigo. Sabía que su situación era crítica, pero aún no tenía claro cómo enfrentarse a algo así. Sin embargo, la emoción del desafío lo invadió.
En cuanto Tsukasa, él se movía entre las sombras de la cueva, disparando sin descanso contra las arañas que lo acorralaban. Cada disparo que acertaba eliminaba una de ellas, pero con cada araña que caía, sentía el dolor de los rasguños que recibía a cambio.
Las mandíbulas de las criaturas chasqueaban, y
sus patas afiladas como cuchillas lo atacaban desde todas direcciones. Era una batalla de pura supervivencia.
Jadeando, sintió que por fin había acabado con todas. El silencio lo envolvió, solo interrumpido por su propia respiración agitada.