Sinopsis: Camila es una apasionada estudiante de arte que decide participar en un programa de voluntariado en un hospital, buscando dar un sentido más profundo a su vida y su arte. Allí conoce a Gabriel, un joven carismático que enfrenta una dura batalla contra el cáncer. A pesar de la gravedad de su situación, Gabriel irradia una energía contagiosa que transforma el entorno del hospital.
A medida que Camila y Gabriel pasan tiempo juntos, su amistad florece. Camila descubre que el arte puede ser una poderosa herramienta de sanación, mientras que Gabriel encuentra en ella una fuente de inspiración y alegría. Juntos, crean un mundo de colores y risas en medio de la adversidad, compartiendo sueños, miedos y momentos de vulnerabilidad.
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Que peluda sorpresa.
Camila sentía la mezcla de nerviosismo y emoción que la acompañaba cada vez que se acercaba a su turno de voluntariado en el hospital. Miró a su alrededor, observando a sus compañeros de clase, quienes ya se habían dispersado, ansiosos por salir del aula. Levantó su cabeza hacia el reloj de la habitación y se dió prisa en guardar sus cosas, no quería llegar tarde. Ahora su mente estaba completamente centrada en el hospital y en Gabriel.
Gabriel había sido un rayo de luz en su vida desde su primer día como voluntaria. La forma en que había sonreído, su espíritu indomable y su risa contagiosa la habían cautivado desde el primer momento. Ahora se habían convertido en amigos inseparables, y cada visita al hospital era en una oportunidad para fortalecer su vínculo.
Salió del aula y se dirigió rápidamente a su bicicleta. Normalmente llegaba al hospital caminando, le tomaba veinte minutos llegar hasta allí. Pero esa vez necesitaba llegar a tiempo, pues se encontraba emocionada por el evento que estuvieron preparando toda la semana, un picnic en el jardín cerca del lago. El sol brillaba intensamente en el cielo azul, creando el ambiente perfecto para el evento. Camila pedaleó con entusiasmo, imaginando las risas, juegos y la alegría que siempre inundaba el lugar durante estos eventos. Llevaba en su mochila el material necesario para realizar retratos que luego plasmará en lienzo.
Al llegar al hospital, el bullicio del lugar la recibió de inmediato. Las risas de los niños resonaban en el aire mientras los voluntarios se movían de un lado a otro, organizando manteles de cuadros rojos y blancos y preparando la comida deliciosa que todos disfrutarían. Camila se unió a sus compañeros de voluntariado y comenzaron a colocar los manteles sobre la hierba fresca del jardín, al borde del lago. Revisando que fuera seguro para los niños.
—¡Camila! —la llamó una voz familiar. Era Gabriel, quien la saludó con una sonrisa brillante que iluminaba su rostro pálido. Camila sintió que su corazón se aceleró al verlo.
—¡Hola, Gabriel! —respondió, acercándose a él—. Estoy emocionada por el picnic, ¿tú también?
—¡Por supuesto! —dijo él, mientras ayudaba colocando pequeñas decoraciones de flores sobre el mantel—. Siempre es divertido, pero hoy creo que será aún mejor.
Mientras organizaban el espacio, los niños comenzaron a llegar, sus ojos brillando de emoción al ver los manteles, las cestas y las decoraciones. Camila se dedicó a poner diademas de flores en las cabezas de los pequeños, riéndose con ellos al ver lo emocionados y felices que se veian. La risa era contagiosa y el ambiente se llenó de felicidad.
El evento comenzó con alguien leyendo cuentos de fantasía, dónde todo era posible para los pequeños, luego se abrieron las canastas para darle paso a los sandwiches, pasteles y todas esas delicias que se habían preparado con tanta dedicación para ellos.
Mientras todos comían, un perro callejero apareció corriendo por el jardín. Su pelaje desordenado y sus ojos curiosos captaron la atención de todos. Los niños comenzaron a gritar de alegría, motivando al perro, que movía la cola con entusiasmo al oírlos
—¡Mira, Camila! —exclamó Gabriel, señalando al perro—. Creo que se coló un invitado.
Sin embargo, los guardias de seguridad, alertados por la aparición del perro, comenzaron a acercarse para intentar sacarlo del área. La risa se convirtió en tristeza cuando los niños vieron que el perro estaba siendo retirado.
—¡Se ve que es un buen perro! —gritó uno de los niños, tratando de defender al animal.
Gabriel no dudó ni un segundo. Se levantó de su lugar y se interpuso entre el perro y los guardias.
—¡Esperen! —dijo con determinación— Él solo quiere jugar con los niños.
Los guardias se detuvieron momentáneamente, sorprendidos por la audacia de Gabriel. Ellos solo cumplían con su deber.
—Sabes las reglas Gabriel, no se permiten animales. —Dijo Ester la encargada de los voluntariados que se había acercado.
—Y lo sé—continuó Gabriel—. Pero estamos en el jardín, no estamos dentro del hospital, además debe estar hambriento. ¿Podemos dejarlo hasta que acabe el evento?.
La encargada lo miró dudosa, todos los niños presentes le rogaban que por favor no lo echarán.
Los guardias miraron a la encargada esperando sus indicaciones, finalmente decidieron dejar al perro en paz. La alegría regresó al picnic, y Gabriel comenzó a acariciar al perro.
—...y manténlo alejado de los niños, no sabemos cuán manso es, puede ser peligroso. Tampoco si está vacunado. —Gabriel no dejaba de asentir con una sonrisa, mientras cada tanto miraba a Camila desde donde se encontraba. —Y no creas que se quedará en el hospital, debes encontrarle un lugar.
Gabriel tuvo que alejarse del lugar donde hacían el picnic, alimentó y jugó con el perro, y a lo lejos Camila lo observaba. Decidió llamarlo "Lucky". Pues era una suerte haberlo encontrado.
El día pasó volando pues Camila se propuso hacer borradores para luego tener ideas de futuras pinturas, pero un par de niñas tomadas de la mano le pidió que las dibujara, y así más niños se acercaron con la misma petición. Al acabar con el último retrato se dió cuenta que el evento estaba por acabar.
El sol comenzó a caer, marcando el final del evento. Los niños empezaron a hablar sobre cómo querían que el perro se quedara con ellos, y la idea se volvió un tema recurrente entre risas y juegos. Sin embargo, la realidad de que Lucky era un perro callejero pronto se hizo evidente.
—No podemos dejarlo aquí, ¿verdad? —dijo uno de los niños, con los ojos llenos de lágrimas.
Gabriel miró a Camila, y ella supo lo que él estaba pensando. La conexión que habían forjado con Lucky era innegable, y no podían simplemente dejarlo regresar a las calles.
—Camila —dijo Gabriel—, ¿qué te parece si lo llevas a tu casa? No podemos dejarlo aquí. Sería temporal, me aseguraré de encontrarle un hogar.
Todos los niños se giraron para mirarla, Camila se sintió presionada con esas tiernas miradas rogando en silencio. Compartía una casa rentada con dos chicas más, y tenían una política estricta: no se permitían mascotas. Sin embargo, ver la tristeza en los ojos de los niños y la determinación de Gabriel la hicieron reconsiderar.
—No sé si eso sea una buena idea, Gabriel. Mis roomies no querrán un perro en casa o no precisamente mis roomies, sino el casero—respondió, sintiendo un nudo en el estómago.
—Podemos ocultarlo, al menos por un tiempo —insistió Gabriel, con una sonrisa encantadora—. Además, seguro que tus roomies se encariñarán con él. Mira este rostro.
—¡SI, Camila, mira ese rostro! —Corearon los niños que allí se encontraban. Camila suspiró, pero en el fondo sabía que era difícil resistirse a la idea. Al final, la decisión se tomó. Gabriel y ella, tomaron a Lucky y se dirigieron a la casa de Camila, sintiendo una mezcla de nerviosismo, si sus roomies se negaban no había nada que ella pudiera hacer.
Al llegar a casa, sus dos roomies, Laura y Ana, estaban en la sala. La expresión en sus rostros se iluminó al ver a Lucky.
—¡Pero qué cosita tan hermosa! —exclamó Laura, arrodillándose para acariciar al perro.
—¿De dónde lo sacaron? —preguntó Ana, con una sonrisa de oreja a oreja.
Gabriel miró a Camila, quien le guiñó un ojo. Todo parecía estar saliendo bien.
—Es un perro callejero, y no podemos dejarlo en la calle —explicó Camila rápidamente, tratando de mantener la calma. —Llegó al hospital mientras realizabamos el picnic.
—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Laura, llenándose de emoción.
—¿Podemos dejarlo aquí? al menos hasta que podamos encontrarle un hogar —dijo Gabriel, con una chispa en sus ojos.
Las tres chicas se miraron entre sí, y tras un breve intercambio de miradas, acordaron un pacto silencioso. Lucky sería parte de su hogar, al menos por ahora. Se comprometieron a alimentarlo, cuidarlo y mantenerlo alejado de su casero, que solía visitar la casa regularmente para supervisar.
Al final, Camila presentó a Gabriel a las chicas, y estos se llevaron de maravilla. Prometió visitarlas más seguido pues debía aligerar la carga con Lucky ya que había sido su idea.
Durante los siguientes días, Lucky se convirtió en una parte integral de su vida. Las risas y la alegría que el perro traía con él eran invaluables. Camila y sus roomies se turnaban para sacarlo a pasear, alimentarlo y jugar con él. A pesar de los desafíos de ocultarlo, la felicidad que Lucky les brindaba hacía que cada pequeño esfuerzo valiera la pena.
Sin embargo, la preocupación de Camila nunca desapareció del todo. Sabía que, eventualmente, tendrían que enfrentar la realidad y encontrar una solución permanente para Lucky. Pero por ahora, disfrutaban de cada momento, cada ladrido y cada juego en el jardín. Su vida se había vuelto un poco más caótica, pero también mucho más llena de amor y alegría.
—¿Ves? —dijo Gabriel una tarde, mientras acariciaban a Lucky en el sofá—. A veces, lo que parece un problema puede convertirse en la mejor decisión de nuestras vidas.