La Puerta Negra

Ya era tarde para recibir visitas y además Diana no tenía familia, tampoco le había dado la dirección a nadie del orfanato, fue apresurada hasta la salida y allí estaba él, Diego, iba todo de negro, esta vez iba en moto. El corazón de Diana se aceleró al instante, es que Diego era muy guapo y verlo así en plan macarra era toda una tentación, incluso para alguien tan puro como ella.

- Vine a ver cómo estabas, luego que te liberé del trabajo, hizo una pausa dramática, debo confesar que te extrañe. Por cierto estás preciosa con ese vestido.

Diana se sonrojó ante tanta sinceridad.

- Estoy bien gracias, ya todo se resolvió por aquí, no tengo problemas ya, gracias. Dijo con la cabeza gacha. No debiste molestarte tanto y venir. Lamento que te preocuparas por mí, seguro tienes mejores cosas que hacer.

- La verdad es que no, no tengo nada más importante que hacer que invitarte a cenar, dale vamos.

Le dijo mientras le pasaba el casco. Diana lo tomó y se lo colocó en la cabeza sin darle tiempo a pensar bien la propuesta. Subió a la moto y entrelazó sus brazos al abdomen de Diego, así sin más, como si fuera la cosa más normal del mundo. Al entrelazar sus brazos y tocar su abdomen sintió su tonificación, además tenerlo tan cerca pudo oler su aroma y olía demasiado bien. Diego sonrió al sentirla tan cerca de él, le gustaba Diana y haría lo imposible para que fuese suya.

La moto emprendió el recorrido hasta un pequeño lago en las afueras del pueblo, allí había un bello local, era una cabaña de madera con cristales en las paredes, el ambiente era agradable, tranquilo y familiar. Era un lugar neutro para disfrutar en pareja y con la familia. Ambos se bajaron de la moto, Diego tomó la mano de Diana y fueron adentro.

Tomaron asiento en un rincón del local, la luz era tenue, se podía apreciar la belleza del exterior desde allí, una muchacha fue a darles la carta. Diana observó cómo la muchacha miraba a Diego, pero él no le mostró interés, solo la mirada a ella y estaba atento ante cualquier pedido de Diana.

La cena fue tranquila, sirvió para que se conocieran más, resulta que Diego había perdido a padre siendo muy niño, su madre quedó a cargo de todos los bienes hasta que él cumplió la mayoría de edad y tomó el control. Ella se dedica a conocer el mundo ahora a modo de jubilación con su nuevo esposo así que él está prácticamente solo.

Diego omitió sus conquistas, pero quería saber si Diana había tenido muchas parejas, quedó helado al comprender que jamás había tenido novio. Diana era algo único en estos tiempos, como Diana casi no había nadie, saber de su ingenuidad la hizo amarla aún más. Diana se había convertido en su más preciado tesoro, no podía dejar de pensar en ella.

Luego de la cena dieron un pequeño paseo por los alrededores del local, fueron juntos al lago. El aire fresco les llenaba el alma así como en el corazón y crecían unos deseos locos de besarse. Sus deseos se unieron en un sentimiento mutuo, como si cada uno supiese sus sentimientos, se miraron a los ojos y sus rostros comenzaron a acercarse lentamente.

Cuando estaban próximo a besarse, Diana se alejó repentinamente, disimulando que un insecto la había picado una pierna, es que por su mente pasaron todas las advertencias de sus colegas de trabajo. Ella deseaba ese beso, pero sabía que si cedía no había vuelta atrás, no podía sufrir así por un hombre y menos con su primer amor.

Diego no se molestó, le siguió el juego, aunque la deseaba demasiado,, pero le daría su tiempo, ella lo valía. Luego la llevó al orfanato, se despidieron y ella entró en él. La hermana sol Inés la esperaba en la habitación para hablar sobre lo ocurrido, ella al verla quedó muy apenada, pero le aseguro que nada había pasado.

Luego de una gran charla, donde Diana le confesó lo que sentía, se liberó. No la juzgo solo le advirtió que ese tipo de hombres luego de obtener lo que desean, desechan a las mujeres, ella sabía que tenía razón. Antes de dormir rezo y pidió fuerzas para resistir la tentación.