Inmigrante

Los días se deslizan, trayendo consigo el innegable progreso de nuestro plan de trabajo. Poco a poco, el "Rincón del Café" empieza a funcionar con una nueva fluidez, las operaciones se coordinan mejor y la eficiencia aumenta. Sin embargo, este avance, aunque palpable, también subraya una verdad ineludible: la necesidad apremiante de incorporar más personal. Las jornadas se alargan, la demanda crece, y el equipo actual, a pesar de su esfuerzo, comienza a sentir el peso de la carga.

En medio de esta dinámica, un rumor llega a mis oídos, uno que me genera una punzada de preocupación: Berta, al parecer, está manifestando su deseo de trabajar doble turno. La noticia me deja perpleja. No es que la considere una mala persona, pero la realidad es que ya me resulta un desafío manejarla en un solo turno, lidiar con sus constantes objeciones y esa sutil resistencia a la autoridad. La idea de tenerla a mi cargo durante dos turnos diarios, duplicando la interacción y, por ende, el potencial de conflicto, se antoja una quimera agotadora. Es una tensión constante, una cuerda floja sobre la que camino a diario, intentando mantener la armonía sin ceder en mis decisiones.

Fue precisamente por esta razón, y con la intención de establecer una estructura de trabajo clara y equitativa para todos, que Don Pascual y yo tomamos una decisión firme: cada empleado solo podría trabajar un turno. Esta medida, aunque pudiera parecer restrictiva, era vital para la sostenibilidad del equipo y la preservación de la paz laboral. Como decía mi abuela con esa sabiduría popular que tanto la caracterizaba: "A buen entendedor, pocas palabras bastan". Y con Berta, esta máxima resonaba con particular fuerza. La decisión no necesitaba ser explicada con argumentos detallados; se trataba de una norma general, justa para todos, y su implicación para cada uno debería ser obvia. Esperaba que la indirecta fuera captada, que la política se entendiera como una regla universal y no como una directriz personal contra su ambición de doble turno. Sin embargo, con Berta, uno nunca sabe. Sus reacciones suelen ser tan impredecibles como obstinadas.

Más allá de la organización interna, la urgencia de la contratación de nuevo personal era innegable. Las entrevistas iniciales, sin embargo, habían sido desalentadoras. Los candidatos que se habían presentado no demostraban las aptitudes necesarias para un local como "El Rincón del Café", un espacio donde, más allá de servir café, se debatían con frecuencia secretos empresariales y se cerraban acuerdos de gran calado. La discreción, la profesionalidad y la capacidad de discernimiento eran cualidades no negociables. Por ello, quedó claro que el clasificado de búsqueda de personal debía extenderse, y, más importante aún, debíamos idear un modo de ser más eficientes en la selección, afinando el ojo para detectar a los perfiles idóneos.

Recordé otra de las sentencias de mi abuela, una que siempre me impulsaba a la acción frente a la adversidad: "A pan duro, diente agudo". Este refrán, que evoca la necesidad de agudizar el ingenio y la perseverancia ante las dificultades, se convirtió en mi motor. Me puse manos a la obra con determinación, dispuesta a elaborar una estrategia de contratación que garantizara la llegada de personal eficiente y acorde a las exigencias de nuestra clientela.

Analicé a fondo el perfil ideal de un empleado de cafetería que atiende a clientes tan importantes y exigentes. La lista de requisitos comenzó a tomar forma:

• Excelentes Habilidades de Servicio al Cliente: Fundamental para interactuar con una clientela que valora la atención personalizada y la anticipación de sus necesidades. Esto implica ser amable, atento, proactivo y capaz de generar una experiencia memorable para cada visitante.

• Conocimientos Profundos de Café y Bebidas: No solo dominar la preparación de los diferentes tipos de café, desde un espresso perfecto hasta un latte art impecable, sino también conocer los perfiles de sabor de cada grano, los orígenes y las variedades de té, para poder ofrecer recomendaciones precisas y satisfacer los gustos más exigentes. El dominio de técnicas de barismo y el manejo experto de la maquinaria son, por supuesto, imprescindibles.

• Capacidad de Discreción y Profesionalismo: En un ambiente donde se negocian importantes acuerdos, la discreción es oro. El personal debe ser capaz de mantener un ambiente de respeto y confidencialidad, evitando interrupciones innecesarias o comentarios inoportunos. La capacidad de mantener conversaciones relevantes y agradables, sin excederse, es un arte.

• Puntualidad y Responsabilidad: Valores intrínsecos que garantizan el correcto funcionamiento de los turnos y la fiabilidad del servicio.

• Capacidad de Trabajo en Equipo: La coordinación entre compañeros es vital para asegurar un servicio fluido y sin interrupciones, especialmente en los momentos de mayor afluencia. La colaboración efectiva es clave.

• Gestión del Tiempo: Ser capaz de manejar múltiples tareas simultáneamente, priorizar y optimizar el tiempo para atender a todos los clientes de manera eficiente.

• Higiene y Seguridad Alimentaria Impecables: Un manejo riguroso de las normas de higiene y seguridad alimentaria es no solo una obligación legal, sino una garantía de calidad y seguridad para nuestros productos y servicios. La presentación personal y del espacio de trabajo debe ser intachable.

• Adaptabilidad: Capacidad para adaptarse a diferentes situaciones y tipos de clientes, incluyendo aquellos con necesidades especiales o peticiones particulares. La flexibilidad es un valor añadido.

Una vez diseñada esta propuesta detallada de trabajo y los requisitos bien definidos, procedí a publicar la oferta. Ahora solo quedaba esperar, con la esperanza de que esta estrategia más específica nos permitiera atraer y, finalmente, contratar al personal eficiente que tanto necesitábamos.

Pero estos días, a pesar de los avances en el plan de trabajo y la esperanza de nuevas contrataciones, no todo es color de rosa. Los problemas con Berta no cesan y, debo admitirlo, me desgastan. Cada interacción es una pequeña batalla, una confrontación velada que consume mi energía. Siento que, a pesar de mis esfuerzos por mantener una relación cordial y profesional, ella insiste en poner obstáculos, en cuestionar mis decisiones y en generar un ambiente de tensión que me resulta agotador.

Sin embargo, en estos momentos de frustración, resuena en mi mente la voz de mi abuela, con su infinita sabiduría: "La paciencia es amarga, pero su fruto es dulce." Este refrán se ha convertido en mi mantra, un recordatorio constante de que a veces, la clave para superar los desafíos reside en la persistencia y la templanza. Me aferro a la esperanza de que, con el tiempo y con la llegada del nuevo personal que aliviará la carga de trabajo, la situación con Berta pueda mejorar. Quizás, al ver la eficiencia y el profesionalismo del nuevo equipo, y al tener menos contacto directo en turnos compartidos, su resistencia se disipe.

Pero si la paciencia no rinde frutos, si la situación no mejora y el conflicto con Berta continúa socavando el ambiente laboral y mi propia capacidad para gestionar el equipo eficazmente, no me quedará otra salida. Por doloroso que sea, la estabilidad y la prosperidad de "El Rincón del Café", así como mi propia salud mental en este nuevo rol, dependerán de una decisión drástica. Llegado el punto límite, no dudaré en pedir a Don Pascual que la despida. Es una medida extrema, pero a veces, para que un proyecto florezca, es necesario podar las ramas que impiden su crecimiento.