Mi novio comparte techo con su ex (él insiste en que son solo amigos). Las discusiones son frecuentes y mi intuición me alerta, aunque sin evidencias. Además, un niño con tendencia a los incidentes ha entrado en mi vida y ahora soy su tutora. ¿Por qué este joven ocupa tanto mi mente?
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El hermano de Iván
Después del caos "Leo Alonso" y yo, Lilly, Tita y yo tuvimos una merecida "noche de chicas".
La China estaba extasiada con el postre cortesía de "Leo Alonso". Yo, mientras tanto, le narraba mi encuentro cercano con la muerte (por culpa de un balón y una moto) y mi interacción... peculiar... con su benefactor involuntario.
Ella me escuchaba con una ceja permanentemente levantada, su forma silenciosa de decir "¡qué vergüenza!". Al día siguiente, la universidad transcurrió sin sobresaltos. Evitamos la cancha de baloncesto por si acaso, y afortunadamente, la zona estaba "libre de Leos".
Las clases pasaron volando, y para mi sorpresa, me crucé con Iván. Aunque iba con prisas, se detuvo para hablarme de ese "favorcito" que necesitaba. En resumen, me rogó que diera tutorías a su hermano menor. Al parecer, el chico estaba en plan "rebelde sin causa" y sus notas estaban en caída libre. Para colmo, sus padres tenían planeado que estudiara en nuestra exigente universidad—de las mejores del país, ojo—. Iván me aseguró que su madre me pagaría por mi tiempo, paciencia y sabiduría.
La oferta era tentadora, así que acepté sin dudarlo. Unos billetes extra me vendrían de maravilla para no tener que mendigarle a mi madre cada vez que quería darme un capricho. Tres meses de ingresos eran un regalo caído del cielo.
Antes de despedirse, Iván me encomendó una misión: decirle a Lilly que la esperaba en su partido del domingo con una pancarta de ánimo.
Lilly resopló y sentenció que llevaría una camiseta del equipo rival para maldecirlos. Así era ella, puro espíritu deportivo.
Los días se deslizaron rápidamente, marcados por el tic-tac del fin de semestre y mis nuevas tutorías. ¡Las vacaciones estaban a la vuelta de la esquina!
Las cosas con Javier habían tomado un respiro. Sasha, su ex, por fin se había ido de su apartamento. Se suponía que todo terminó cuando fueron juntos a denunciar al marido maltratador y padre de la criatura. Quien sabe que habrá sucedido después: tal vez una orden de alejamiento o directamente fue enviado a la cárcel.
Tuve la oportunidad de conocerla. Era guapa, a pesar de las "decoraciones" moradas que adornaban su piel. Y por su pancita, calculé unos seis o siete meses de embarazo. Su personalidad parecía dulce, pero por alguna razón, no terminaba de caerme bien.
Ella insistió, con palabras muy convincentes, en que entre ella y Javier solo había una amistad "sincera". Aun así, me sentí un poco fuera de lugar cuando fuimos a comer a un restaurante que era "nuestro" lugar. Me apretó el pecho al saber que él también la había llevado allí cuando eran novios. Supongo que siempre me creí única y especial para él. Pero no fue así. Era cierto cuando Tita decía: "Mija, todos vienen con el mismo chip de fábrica".
El domingo llegó en un abrir y cerrar de ojos.
Madrugué, lista para ir al partido en la universidad. Estaba en el apartamento de Javier, mi guarida de fin de semana. La noche anterior le comenté la invitación de los chicos, pero él declinó acompañarme. Aseveró que ya estaba algo mayorcito para la gracia.
No voy a mentir, su negativa me chocó bastante. Cuanto más quería estar con él, menos tiempo pasábamos juntos. Aunque tampoco podía culparlo, sus horarios laborales eran una completa explotación. Tanto, que ni siquiera quiso llevarme en coche, así que me tocó viajar en autobús.
En la entrada me esperaba Lilly, con la pancarta que Iván le había encargado y la camisa del equipo contrario. Moría de curiosidad por leer el mensaje.
—Lo verás cuando empiece el partido—me dijo con una sonrisa misteriosa.
Nos dirigimos a la cancha, ya llena de gente esperando el pitido inicial. Buscamos a Daniel entre la multitud, pero él nos encontró primero.
—¡Sabía que vendrían, chicas!—exclamó, acercándose para darme un beso en la mejilla. Cuando fue el turno de Lilly, aprovechó un segundo de distracción para plantarle una media luna, es decir, un beso en la comisura de los labios. Ella respondió con un codazo fulminante en su hombro.
—Haz eso otra vez, y te desfiguro la cara de una bofetada.
—¡Qué carácter! Así me gustas más. No me importaría ser tu saco de boxeo con tal de sentir tus suaves manos.
—Tanto romanticismo me da ganas de vomitar arcoíris.
Yo los observaba divertida, aunque por un instante creí ver a alguien familiar cerca de los vestuarios. Decidí ignorarlo y concentrarme en el juego.
Casi me atraganto de la risa al leer la pancarta de Lilly: "¡Deja de acosarme, Iván, y mete canasta de una vez!".
Por desgracia, nuestro equipo no tuvo en buen día, pero aún tenían posibilidades en el campeonato.
—¡Mi vida, perdóname! Perdí a pesar de tu apoyo—sollozaba Iván, intentando abrazar a Lilly.
—No sé por qué no me sorprende. Sabía que mi presencia era una pérdida de tiempo... ¡Y no me toques!—protestaba ella, intentando zafarse de su insistencia.
—Bro, ya párale. Solo la vas a enfadar más—intervino Daniel con una seriedad sorprendente.
Me quedé boquiabierta, pero no tanto como cuando un chico de pelo algo largo y gafas se acercó a nosotros con total naturalidad.
—Daniel, ¿hoy te echo una mano con esa misión imposible en la Play?—comentó, atrayendo todas las miradas.
—¡Ay, por Dios! ¿Tú qué haces aquí?—exclamé con una mezcla de horror y nerviosismo. Él me miró con esa calma que lo caracterizaba. Pensé que mi cerebro me estaba jugando una mala pasada cuando creí verlo cerca de los vestuarios.
—Pues lo mismo que tú, ¿no? Ver el partido.
—Ah, Helenita, él es mi hermano Leo, al que te pedí que ayudaras con los estudios—dijo Iván con la misma serenidad familiar.
—¡¿Qué?!—gritamos Leo y yo al unísono.
Diosito lindo. Sé que a veces dudo de ti y no soy la más devota, pero tu guerrera está en shock. Solo te pido una señal... o un meteorito, lo que llegue primero, antes de que mi dignidad haga ¡plof! frente a este chico más de lo que ya lo ha hecho.