Arabela es una adolescente que la mayor parte del tiempo se la pasa perdida en sus pensamientos, tratando de entender el interés que despertó en una de sus compañeras de salón, cuando antes de jugar botella ambas eran invisibles en la vida de la otra.
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CAP 6. NO HAY NADA
Sonó la chicharra, comencé a guardar mis cosas viendo el salón vaciarse.
Rebeca camino desde el otro lado del salón y me esperó parada al lado de la primera banca de la segunda fila. No entiendo su forma de guardar las cosas de todo el grupo, ¿únicamente avientan su cuaderno en la mochila y listo? Yo necesito acomodar lápices, plumas y libretas para que no queden hechos una obra de arte de color azul y negro en un lienzo cuadriculado.
Alce la vista para avisarle que pronto estaría lista, ella sonrió de manera cordial y jugó con sus pies un momento.
— ¡Ya estoy listo! —César llegó hasta ella, de nuevo la abrazó por el cuello e intentó llevarla fuera
—¡Deja de hacer eso!
Enseguida Rebeca se safó de esa llave y me lanzó una mirada de preocupación, yo fingí seguir acomodando mis cosas pero tenía mi oído activo.
—Bueno, ya vámonos, no quiero compartir mesa con los nerds—quiso abrazarla por la cintura. Rebeca evitó que sucediera.
—Por qué no te adelantas y buscas un lugar—lo empujó hacia la puerta.
—¿Para qué te quedas?
—¡Ve! —le ordenó con semblante irancundo, y la quijada apretada.
—Bien...—César le dio un manotazo a la puerta y se retiró.
—César, cuidado con el inmueble —intentó advertirle la maestra.
Cuando terminé de guardar mis cosas escuché la voz de Marlen atrás de mí:
—¿Te espero?
—No te preocupes, voy enseguida —asintió mientras cruzaba por detrás de mí, cuando quedó al frente le sonreí y tras su espalda encontré el rostro de Rebeca. Su mirada estaba fija en mis movimientos. Luego vigiló los pasos de Marlen al darse cuenta de que ella era cercana a mí.
Caminé hasta ella intentando distraer su mirada amenazante hacia mi amiga.
—¿Lista? —preguntó con amabilidad. Yo asentí.
—Arabela, ¿puedes quedarte un momento?
—pidió la maestra desde su escritorio.
Ambas volteamos.
—No te preocupes, tú ya puedes ir a receso —se dirigió a Rebeca.
—Pero...— intentó decir la chica rebelde.
—Anda y cierra la puerta al salir —la maestra la miró con seriedad. La chica de cabellos color negro, puso los ojos en blanco y nos dejó a solas.
—Arabela, quiero que sepas que puedes confiar en mí —mi entrecejo se arrugó al escuchar hablar a la maestra —conozco bien el comportamiento de Rebeca y su novio, si te están molestando por favor no te quedes callada —intenté negarlo agitando la cabeza hacia los lados —tú antes no tenías relación con César y cuando llegué el tono con el que se estaban hablando no parecía nada amigable. Si tú en este momento me dices que algo malo está pasando, yo te apoyaré.
Me quedé callada, pensando en que la maestra en serio lo conocía, sabía también de lo que era capaz Rebeca, y más si confabulaba con César, seguro no era nada bueno.
—He estado en la dirección varias veces con Rebeca y con él. No quisieras saber las razones por las que terminaron ahí.
—No está pasando nada —respondí dirigiéndome a la salida.
—Eres una de mis alumnas que he llegado a apreciar por el esfuerzo y dedicación que pones en tus ensayos. No me gustaría verte involucrada en alguna situación que te ponga en riesgo —me detuve regresandola a ver.
—Gracias, maestra —respondí al abrir la puerta.
Cuando asomé la cabeza hacia el pasillo me di cuenta que Rebeca seguía ahí.
—Creí que estabas con César —cerré con cuidado la puerta y me acerqué a ella bajando el tono de voz.
—¿Porque estaría con él? Quiero hablar contigo.
—No sé, tal vez porque a él no le ha quedado claro que ya no son nada. Lo que me hace pensar si es verdad que se lo dijiste.
Rebeca giró la cabeza como un espasmo y arrugó las cejas.
—No te mentiría.
—¿Cómo puedo estar segura? No te conozco.
—Ven, hablemos —me tomó de la mano y trató de jalarme.
—No —me solté.
—¿Por qué actúas así? Ya habías aceptado.
—Solo ya no quiero.
Rebéca me miró confusa abriendo un poco la boca sin asimilar lo que estaba ocurriendo.
—¡Ven! —me tomó la muñeca y comenzamos a forcejear —esa maestra te dijo algo que te hizo cambiar de opinión, ¿verdad? ¡Dime!
—Vuelve con tu novio.
—Ya no lo es.
—¡Suéltame!
Se escuchó la puerta del salón abrirse.
—Arabela, puedes entrar un momento se me olvidó mencionarte algo.
Rebeca por fin me soltó.
—Creí que ya estabas en tu receso. Ve antes de que se te acabe el tiempo para comer algo —le comentó la maestra mientras yo entraba de nuevo.
—Está bien —remilgo Rebeca y se fue azotando los pies.
—¿Qué pasó ahí? — preguntó la maestra.
Me quedé en silencio, con la cabeza baja.
—Reitero lo que dije hace un momento. Sé que puedes tener miedo, pero confía en mí, quiero evitar que vivas una mala experiencia. Tal vez piensas que no soy de fiar porque soy tu maestra, o quizá temas que se vuelvan en tu contra por habérmelo contado. Arabela sé lo que puede pasar si te están molestando, ya he tratado con situaciones así, y es mi responsabilidad proteger tu integridad como mi estudiante.
La miré.
—¿Me prometes que lo pensarás y acudirás a mí si vuelve a pasar?
Asentí.
—Bien, ahora ve a tu descanso.
Al salir no quería ir al comedor o a las jardineras de enfrente donde estaba la mayor parte del relajo adolescente, y mucho menos quería toparme con Rebeca y su tonto novio. Decidí ir a la vieja jardinera abandonada detrás de las canchas. Ahí nadie iba.
Me senté en el cemento con pintura verde añeja y suspiré, lo malo era que no había comprado nada para comer por evitar a ciertas personas. Ni modos, ese fue el costo de mi tranquilidad.
La jardinera con el árbol que siempre parecía estar en otoño era un buen sitio para hablar, tal vez habría sido un buen sitio para estar con Rebeca, en vez de llevarla cerca de la sala de profesores. ¿Por qué seguía pensando en ella? Según la maestra, la chica tiene un historial problemático, y me quería envolver a mí. O ¿no era así? ¿Por qué siento que no era así?
Cuando me soltó, yo quería que siguiera sosteniendo mi mano, sentía que ella quería seguir haciéndolo, como un abandono, como una pérdida, como si la felicidad se le estuviera escapando y yo quería devolvérsela. Pero a ella no le gustan las mujeres, tiene un novio o ¿tenía?, yo quería ser su novia. ¿Qué estaba diciendo? No, no es cierto, no quiero nada con ella, no la conozco y se ve que es muy tosca. ¿A quién le gustan esos labios?, ¿quién le mira esos ojos?, por favor, nadie pone atención en sus clavículas, ni en su piel, ni en sus mejillas con chapitas rojas en sus pómulos, y su sonrisa, esa sonrisa tan tierna que me regala solo a mí. ¡Espera, Arabela! ¿otra vez? Tú no le gustas, solo está jugando contigo. Y ¿si no fuera así?, ¿ qué tal si le gustas un poco?, ¿cómo sería nuestra relación? Muchos besitos, pocos abrazos, coqueteo, ¿me tomaría de la mano frente a las demás?, ¿frente a César? Eso me gustaría verlo.
Agité la cabeza como regañándome.
Quiero decir, eso sería interesante verlo.
Escuché pisadas en el pasto seco.
—Estás aquí —dijo Marlen.
—Sí, preferí un lugar tranquilo.
—Ah, hoy no tienes ganas de socializar. Entiendo. Me quedaré a un lado —se sentó en el otro extremo de la jardinera.
Tenía razón, no estaba de ánimos para socializar. Vaya, en un solo día me convertí en una lesbiana asocial con problemas inexistentes en el amor. ¡Qué vida!
—Todo por ella —dije en voz alta.
—¿Qué? — preguntó Marlen, sosteniendo un pedazo de sandía de su cóctel de frutas.
—Nada.
—¿Quieres? No te he visto comer.
La miré dándome cuenta de algo mientras tomaba una rodaja de manzana. Rebeca me hizo vivir el desamor más fugaz que nunca se vio, porque todo estaba pasando sin que pasara.