No era necesario que ocultaran todo. Yo, Bianca Chevalier, primera princesa de este imperio y heredera del archiducado Chevalier, rompo mi compromiso contigo, duque Paul Mesellanas. — Bianca habló con tanta fuerza en su voz que todos escucharon con claridad.
Bianca se dio la vuelta, ignorando el torrente de lágrimas que caían por las mejillas de la novia. Los presentes la miraban con desaprobación, considerando que había arruinado un momento tan especial y que había ofendido a la novia.
Pero, ¿quién era la verdadera ofendida? ¿La mujer que lloraba desconsolada porque su matrimonio había sido opacado, o la mujer que había sido traicionada por su prometido y decidió enfrentarlo ante todos?
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¡Bianca Chevalier!
— Señorita Bianca, despierte, no se haga la remilgosa, sus padres la están esperando. — Mi nana jala mis frazadas con todas sus fuerzas.
Pero yo sigo aferrada a ella como si mi vida dependiera de ello, y no la pienso soltar; hoy nadie me saca de mis aposentos.
— Nana, déjame, no me quiero despertar, quiero seguir revolcándome en mi miseria. — Jalo con más fuerza de mi frazada, enrollándome en ella de pies a cabeza.
No quiero salir de mi cama y enfrentar mi cruel situación, porque soy tan desdichada.
— ¡Bianca Chevalier! Sal ahora mismo de tu lecho. — Salí de inmediato de mi cama.
No pude protestar más; con mi madre no podía negociar igual que con mi padre.
— Excelencia, lo lamento, no pude conseguir que esa remilgosa saliera de su lecho. — Mi nana no tiene pudor al acusarme con mi madre.
¿Cómo puede ser tan cruel? Yo soy su niña consentida.
— No te preocupes, Eloise, sé muy bien lo difícil que es hacer que esta señorita despierte temprano. — Su cara de enfado lo decía todo.
Pero yo pongo mi mejor cara de agravio; yo despierto temprano, bueno, solo cuando me conviene.
— Conmigo no sirven tus chantajes. En veinte minutos te quiero en el recibidor. El padre de tu tía, la emperatriz, falleció ayer y tenemos que asistir a su sepelio. No quiero retrasos, Bianca. — Solo pude asentir.
Mi nana me ayudó a terminar todo con agilidad. Mi vestido fue sencillo, al igual que mis joyas; era un momento para apoyar a la familia, no para ostentar.
El palacio estaba espléndido, pero los ánimos estaban por el suelo. La segunda y tercera princesa estaban con sus miradas gélidas; los príncipes tenían los ojos rojos de tanto llorar, y el rey del norte consolaba a sus pequeños hijos, quienes lloraban por su abuelo.
El antiguo duque Mesellanas fue un gran hombre que no hizo distinción entre sus nietos; a todos los amaba sin reserva. Hasta yo fui adoptada como su nieta. Me llenaba de tristeza saber de su partida, y más en las pésimas circunstancias en las que murió. Ese hombre se ganó a pulso mi amor, mi respeto y ferviente admiración.
Al terminar los ritos fúnebres, cada uno de nosotros pasó a despedirse del difunto y a dar las condolencias a la familia.
Era un momento melancólico, pero la interrupción de los Mesellanas arruinó la despedida.
— ¿Qué creen que hacen aquí? —preguntó Victoria, tajante.
Si algo caracterizaba a la segunda princesa Victoria, era su frialdad.
— Venimos a despedirnos de mi abuelo; no nos pueden prohibir eso; también somos su familia. Mi abuelo debería ser sepultado en el ducado Mesellanas —protestó Paul con total descaro.
— Ustedes no merecen despedirse de mi abuelo. Te recuerdo que, por tu culpa, murió; tú mataste a mi abuelo y deberás pagar por eso —la voz de Victoria era cada vez más macabra.
Victoria no tendría piedad con nadie.
— No son bienvenidos; retírense —dijo la emperatriz sin siquiera mirarlos.
— Hija, por favor —rogó la ex duquesa al borde de las lágrimas.
— Guardias, acompañen a los presentes a las afueras del palacio. Desde hoy, los emperadores dejamos de respaldar a la casa ducal Mesellanas. Lo que pase con ustedes no le concierne al imperio —el dolor en sus ojos era evidente.
Un frío recorrió mi cuerpo; la emperatriz los acaba de abandonar a su suerte. No durarían ni medio año con vida sin el respaldo del imperio.
— ¡No puedes abandonarnos de esa forma! Somos tu familia. ¿Qué clase de emperatriz abandona a su pueblo?
— ¿Abandonarás tu título de duque? Ese es el precio que tienes que pagar para salvar a tu gente. Si no lo haces, el imperio romperá todo lazo con los Mesellanas, dejándolos a su suerte. Tienes un mes para pensarlo.
Los guardias arrastraron a los Mesellanas, quienes protestaban indignados, clamando por su libertad. El día había sido agitado, pero sentí una mirada asechándome como una sombra persistente. Al ver por el rabillo del ojo, vi al gran general. Tengo que escapar de él; fue lo único que pensó mi avergonzada conciencia.
Quiero tomarme un instante de su tiempo para homenajear a mi compañero de escritura en este largo recorrido de dos libros que han sido maravillosos. Catalino llegó a mi vida con catorce días de nacido y fue mi compañero inseparable. Él era el gato de mi hermana, pero como ella vivía viajando, fui yo quien lo cuidó con esmero. Hoy en día, ya no está conmigo, y su ausencia se siente en cada rincón. Siento en el fondo de mi corazón que él ya no está terrenalmente en este mundo, pero lo llevaré para la eternidad en mi corazón.
Nunca dejes que comentarios inoportunos te hagan retroceder, eres talentosa, tu narrativa envuelve, es tan agradable leer tus novelas💐