En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
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La llegada de Astrid.
El rugido de los cuernos anunciando la llegada de la manada del norte resuena por todo el castillo. Me encuentro en el balcón de mis despacho, observando cómo las banderas con el símbolo del lobo negro ondean al viento. La caravana es imponente: caballos de guerra, carretas adornadas y, al frente, la figura inconfundible de Astrid.
Ella lidera su grupo con la altivez que la caracteriza. Su cabello rubio cenizo está trenzado en una corona intrincada, y sus ojos verde oscuro parecen dos pozos insondables. La armadura plateada que lleva resplandece bajo el sol, recordándome que no solo es la heredera de la manada del norte, sino también una guerrera nata.
Un escalofrío recorre mi cuerpo. La realidad de su presencia es como una ola de agua helada que me golpea sin piedad.
Unos golpes en la puerta me sacan de mi ensimismamiento.
—Adelante —digo, con la voz más firme que puedo reunir.
Einar entra, cerrando la puerta tras de sí. Lleva su armadura ligera, pero es su expresión la que me desconcierta: mezcla de preocupación y algo que no puedo identificar del todo.
—Está aquí —dice, como si no lo hubiera notado.
—Lo sé.
Se acerca hasta quedar a mi lado en el balcón. El contraste entre nosotros es evidente. Mi cabello rubio y mis ojos grises reflejan la fragilidad que siempre he sentido como Omega, mientras que su cabello negro y sus ojos azules parecen encarnar todo lo que desearía ser: fuerte, decidido, libre.
—¿Estás bien? —me pregunta, y por un momento su voz pierde la formalidad que tanto insiste en mantener.
—No —respondo, sin siquiera intentar mentir.
—Leif… —comienza, pero lo interrumpe el sonido de pasos en el pasillo.
Un sirviente aparece para anunciar lo inevitable:
—Príncipe Leif, la futura Alfa Astrid solicita audiencia con usted en el salón del trono.
Respiro hondo, intentando calmar los nervios que me atenazan.
—Vamos —digo, y Einar asiente.
El salón del trono está lleno de miembros de la corte y de la manada del norte. Mi madre está sentada en su lugar habitual, con una expresión impenetrable. Astrid se encuentra de pie en el centro de la sala, rodeada de su séquito. Al verme entrar, sus ojos se fijan en mí con una intensidad que me hace sentir desnudo.
—Príncipe Leif —dice, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto de cortesía.
—Alfa Astrid, es un honor recibirte en Valakay —respondo, intentando sonar seguro.
—Espero que lo sea —replica, con una media sonrisa que no puedo interpretar.
Nos sentamos a conversar, pero no es una charla común. Cada palabra que intercambiamos está cargada de expectativas y subtextos. Astrid es directa, incluso intimidante, y no tarda en mencionar la boda.
—Espero que estés preparado para lo que viene, príncipe —dice, con un tono que parece más una advertencia que una pregunta.
—Haré lo que se espera de mí —respondo, aunque mi voz carece de convicción.
Einar, que está de pie detrás de mí como mi escolta, no dice nada, pero siento su mirada fija en Astrid, como si evaluara cada uno de sus movimientos.
Cuando finalmente se retiran todos excepto Astrid, mi madre, Einar y yo, el aire en la sala se vuelve insoportablemente tenso.
—Deberías mostrarnos el libro que tu madre te dio, Leif. Quiero asegurarme de que no haya dudas sobre lo que implica esta unión —dice Astrid, mirándome como si ya supiera que no he abierto una sola página.
Titubeo, pero mi madre interviene rápidamente.
—Astrid, Leif cumplirá con su deber. Puedes estar segura de ello.
Astrid sonríe, pero es una sonrisa fría.
—Eso espero.
Einar entra en mis aposentos más tarde esa noche, cuando ya estoy listo para dormir.
—¿Cómo te sientes? —pregunta, cerrando la puerta detrás de él.
—Como si estuviera atrapado en una jaula de oro —respondo, sin molestia por ocultar mi frustración.
—Leif… —comienza, pero yo lo interrumpo.
—¿Qué debo hacer, Einar? ¿Aceptar mi destino y fingir que no quiero estar contigo?
Él me mira con una intensidad que hace que mi corazón se acelere.
—No puedo responder eso por ti, pero estaré a tu lado, sea cual sea tu decisión.
Me acerco a él, tomando su mano en un gesto que se siente tanto desesperado como íntimo.
—Prométeme que no me dejarás solo en esto.
—Nunca lo haría —responde, con una firmeza que me llena de esperanza.
Nuestros ojos se encuentran, y por un momento, todo lo demás desaparece.