Adrien Marlow siempre consideró a Kai Min-Fletcher un completo patán cuya actitud y personalidad dejaban mucho que desear. Era bruto, arrogante y un imbécil que a veces disfrutaba despreciar a los demás, justo el tipo de persona que Adrien detestaba. Por ello creyó que nunca se relacionarían. Pero entonces, en una noche de lluvia, descubrió algo inesperado: ¿Kai estaba llorando? Antes de que pudiera pensar con claridad, los dedos de su mano presionaron el botón de su cámara. Cuando el sonido alertó a Kai, Adrien no era consciente de que, en ese momento, su vida estaba a punto de cambiar… y que, quizá, también cambiaría la vida de alguien inesperado.
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Después de correr varios minutos, Adrien se detiene para recuperar el aliento. Esa persona era más rápida de lo que imaginó. Aunque su condición física no es mala, no fue suficiente para alcanzarlo. Incluso empieza a considerar la opción de levantarse temprano y salir a correr para mejorar su resistencia… porque, sinceramente, fue humillante ver cómo aquella silueta se alejaba hasta perderse de su vista.
Con las manos apoyadas en las rodillas, Adrien respira agitadamente por la boca. ¿Será esta la diferencia entre una persona común y un atleta? Reconoce que lo subestimó; torpemente creyó que no tardaría en atraparlo. Se limpia el sudor de la barbilla, pero al notar que unas gotas caen y humedecen el pavimento, duda. El sonido de un trueno le aclara la confusión. ¿Lluvia? Pero si todo el día estuvo despejado, y el pronóstico no mencionaba ninguna posibilidad de tormenta.
Genial, no trajo su paraguas. Parece que la suerte se le acabó. O tal vez desapareció justo después de comprar la cámara esta mañana, pero logró ignorarlo gracias al buen humor que mantuvo la mayor parte del tiempo. Una vez se repone, Adrien alza la vista y observa los alrededores: esa persona debe estar cerca. Tiene que encontrarlo antes de que la lluvia se intensifique. No va a dejar que se vaya sin pagar por lo que le hizo a su celular.
Sin darse cuenta, ha terminado en el área deportiva, el mismo lugar al que se prometió no regresar. La urgencia por dar con el responsable le hizo olvidar el disgusto de la última vez que estuvo allí. Adrien camina apresurado por la zona mientras la lluvia cae con más fuerza. Recorre todos los sitios que se le ocurren, pero no logra hallarlo. Finalmente, insatisfecho, se da por vencido.
Como la cámara sigue colgando de su cuello, expuesta, Adrien busca un techo bajo el cual refugiarse. Tendrá que esperar a que la tormenta pase. No hay muchas opciones a la vista, así que decide dirigirse hacia las gradas; al menos allí podrá mantenerse seco. Una vez que el techo de lámina lo cubre, inspecciona con rapidez que la cámara no se haya mojado. Sería desastroso que se dañara. Con el teléfono ya tiene suficientes pérdidas.
"Apenas unas gotas la tocaron", piensa Adrien, aliviado. Aun así, lo mejor será guardarla en el estuche que compró junto con ella, y, como medida extra, meterla en su mochila. Mientras sube por los escalones en busca de un asiento alejado de los bordes, su corazón se detiene por un segundo al ver una sombra más arriba.
El instinto de supervivencia varía de persona en persona. Algunos, al ver algo que los asusta, reaccionan al instante y se alejan. Pero en el caso de Adrien, su instinto —de forma absurda— le indicó que se quedara quieto. Desde su perspectiva, aquella sombra parecía una especie de fantasma. Y cuando sus oídos captan unos quejidos, que al mezclarse con la lluvia y los truenos suenan espeluznantes, siente cómo se le hela la sangre.
Nunca en su vida se ha topado con algo que parezca tan paranormal. La poca luz y el clima no ayudan a tranquilizarlo. Si bien su expresión no muestra terror, por dentro está completamente asustado. Por eso su cuerpo permanece rígido como una roca. Entonces, un rayo ilumina el entorno por un instante fugaz. La figura en penumbras se revela: no es un fantasma, sino un hombre de carne y hueso. Además, los quejidos que escuchó hace un momento no eran lamentos de ultratumba, sino el eco de su llanto.
Los destellos en el cielo continúan, y con cada uno, Adrien analiza mejor al otro. Entonces lo reconoce: es aquel a quien ha estado buscando. Pero, sobre todo, confirma lo que había sospechado… se trata de Kai. El impacto de verlo así es tal que Adrien sigue sin moverse ni emitir sonido.
Sin ser consciente de la presencia ajena, Kai mantiene la cabeza baja mientras ambas manos cubren su rostro, tratando de detener inútilmente sus lágrimas. Su cuerpo tiembla, pero no por causa del frío. La escena deja una fuerte impresión, tan dura que a Adrien le cuesta creer lo que ve. "¿Kai está… llorando?". Se pregunta lo obvio, y aun así, no puede evitar dudar si lo que presencia es real o una alucinación.
El Kai que tiene enfrente no es el mismo con el que se ha topado durante los últimos meses. Esta persona es un completo desconocido para él. No obstante, de una forma que no sabe explicar, le provoca una intensa sensación de ardor. El corazón le late con fuerza. Desea capturarlo… no, mejor dicho, necesita hacerlo. Rápido. Deprisa. Antes de que desaparezca.
En trance, Adrien se coloca en posición y presiona el disparador en modo ráfaga, tomando múltiples fotos justo cuando otro rayo vuelve a iluminar las gradas.
"¿Eh...? ¿Qué acabo de hacer?". Confundido, Adrien reacciona y trata de procesar lo que sucedió. Al apartarse del visor de la cámara, descubre que los ojos grises de Kai lo observan fijamente, casi sin parpadear. Un escalofrío le recorre la columna.
Un nuevo rayo resplandece en el cielo, y de pronto, Kai se lanza sobre él, intentando arrebatarle la cámara.
—¡E-espera!
—¡¡Bórralas!! —ordena con furia.
El forcejeo persiste. Adrien, temiendo que la cámara se dañe, le sujeta los brazos con fuerza e intenta detenerlo.
—¡Para! —la expresión de Kai es la de una bestia fuera de control; no será fácil hacer que lo escuche—. ¡Las borraré! ¡Lo haré!
Adrien mantiene firme su agarre. Puede que no sea el mejor corredor, pero no es ningún debilucho. Además, tiene una altura y complexión similares a las de Kai, lo que le permite hacerle frente.
—Lo prometo —jura, mirándolo directamente a los ojos.
La tensión se sostiene unos segundos más, hasta que la expresión de Kai cambia lentamente, como si acabara de darse cuenta de algo. Entonces, se zafa bruscamente de las manos de Adrien.
—Quiero ver que lo hagas —declara con firmeza.
—De acuerdo.
Bajo la atenta mirada de Kai, Adrien comienza a borrar, una por una, todas las fotos que tomó. Lo hace sin prisa, asegurándose de que Kai observe cómo cada imagen desaparece. Finalmente, borra la última fotografía y le muestra que la siguiente es una que tomó por la tarde, antes de encontrarse con él.
—Listo. Ya está.
Agotado por el acontecimiento, Adrien deja caer su cuerpo y termina por sentarse. Fue suficiente emoción por hoy. Kai permanece en silencio, pero inesperadamente se sienta a su lado, se recuesta en el respaldo y fija la mirada en el techo de lámina. También parece mentalmente agotado, aunque en su caso, da la impresión de estar al borde del colapso.
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