Anya despierta en el mundo de una historia que escribió hace años. Una historia sobre una bella princesa, un valiente caballero... y un despiadado dragón.
Decidida a mantenerse al margen de la gran guerra que se avecina, vive tranquilamente en un pequeño pueblo, hasta que accidentalmente salva a un pequeño niño y unos meses después un dragón aparece en su puerta.
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Solo un día más.
"Solo un día más"
Rowan pidió eso al despertar el día siguiente.
No era posible que esa mujer que había caído dormida de manera incómoda a su lado, pero aún sin soltar su mano, fuera consciente de lo que él era.
"Ningún humano sería capaz de amar jamás a un dragón"
Eso le había dicho su padre.
Y lo había comprobado todos los días de su corta vida, viviendo en soledad, despreciado y temido por todos.
Pero esta persona irradiaba una calidez que nunca había sentido.
La sintió cuando lo abrazó fuertemente mientras corría desesperadamente a través del bosque, podía escuchar su corazón desbocado y aún así le murmuraba que todo estaría bien.
La sintió cuando le sonrió y lo alimentó, cuando tomó su mano y le prometió que lo protegería.
Por un momento pensó que ella se había dado cuenta de que era un dragón, durante el baño cuando ella lo miró directamente a los ojos. Rowan pensó que se había acabado, ella ya no le sonreiría radiantemente ni sería amable con él.
Cuando el jabón cayó en sus ojos trató desesperadamente de limpiarse lo más pronto posible, tal vez alcanzaría a ver un poco de esa calidez en su mirada antes de que desapareciera por completo.
Sin embargo, escuchó su voz ofrecerle ayuda dulcemente y sintió sus manos acariciar su rostro con suavidad.
Cuando abrió los ojos, ella lo estaba mirando con la misma calidez de antes.
"Listo, ya no duele ¿verdad?" preguntó ella.
"No, ya no duele" pensó Rowan, y no se refería solamente al ardor en sus ojos, sino a la soledad que constantemente lo aquejaba. Sintió las lágrimas acumularse y bajó la mirada antes de que ella pudiera notarlo.
No podía creer que no lo hubiera descubierto aún. Usualmente, en cuanto las personas notaban sus ojos dorados hacían una mueca de disgusto y le rehuían.
¿Será acaso que ella aún no los ha notado?
¿Tal vez nunca ha escuchado de los característicos ojos de dragón?
Fuera lo que fuera, Rowan solo pedía que ella no se enterara aún.
"Solo un poco más, solo un día más."
Si ella podía sonreírle durante un día más, si podía abrazarlo sin sentir repulsión, él no pediría nada más. Sería un niño bueno, sería obediente y no causaría problemas, haría lo que ella le dijera sin protestar.
"Solo un día más" pedía durante la noche, antes de ir a dormir junto a ella.
Y al día siguiente volvía a desear lo mismo.
Para Anya era un misterio lo que pasaba por la cabeza del pequeño.
Rowan no hablaba en lo absoluto, así que se comunicaba a base de asentir y señalar lo que sea que quisiera en ese momento.
Pero después de un tiempo habían encontrado su propia dinámica y funcionaba a la perfección.
Anya había decidido hacer el viaje al ducado de Demasco para devolver a Rowan ella misma. Aunque había hecho amigos en Rosental, no podía confiar en nadie para tratar con asuntos de dragones.
Por lo que sabía de la historia original y el tiempo que llevaba aquí, los dragones eran repudiados por todo el reino. Eran vistos como monstruos que deberían ser erradicados. Lo único que lo evitaba era el tratado que Demasco tenía con el rey, donde hace siglos, a cambio de un título y territorio, los dragones de Demasco juraron su lealtad a través de un pacto mágico. Cada generación debía hacer el juramento antes de recibir su título y una vez hecho no podían desobedecer la voluntad del rey. Esa era la única razón por la que el rey les permitía vivir en el reino, eran su arma personal.
Aun así, con título y todo, no eran tratados con el respeto que se le daba a los demás nobles. Claro que les tenían miedo, pero el desprecio hacia ellos era palpable.
Anya sabía bien que Rowan nunca fue tratado como un ser humano por nadie y aunque sabía que sus amigos eran buenas personas, no podía asegurar que no tendrían prejuicios contra el niño. Simplemente no podía arriesgarse.
Pero las cosas se complicaron más de lo que pensaba, los mercenarios que habían secuestrado a Rowan llamaron refuerzos en cuanto el niño desapareció. Habían rodeado el pueblo y buscaban en los alrededores.
Intentar salir de Rosental se había vuelto una misión peligrosa. Así que Anya pensó que lo mejor sería ocultarse en la cabaña y esperar que la vigilancia bajara su intensidad.
Mientras eso pasaba, hacía de todo para mantener entretenido a Rowan. Le había comprado algunos juguetes en el mercado, jugaba con él, recogían flores en el prado frente a la casa, le enseñaba a atender el huerto y le leía libros de aventuras.
Se alegraba al notar que el niño había ganado algo de peso, comía bien y sonreía cada vez más. El único inconveniente es que nunca se le despegaba, y no es que a ella le desagradara, sino que sabía que Rowan tendría que irse pronto y no era conveniente que se encariñara mucho con ella. Debía mantener su apego al mínimo.
Después de un par de semanas comenzaban a verse menos mercenarios en las calles cuando Anya iba al mercado a hacer sus compras. Siempre estaba ansiosa al salir de la casa y dejar a Rowan solo, pero era más peligroso arriesgarse a que alguien lo viera y era necesario comprar víveres. Por ello, cada vez intentaba volver cuanto antes a la cabaña.
Pero esta vez en el camino de vuelta a casa encontró varios hombres acechando, parecían haber tomado un interés en ella, si la seguían de vuelta a la cabaña pondría a Rowan en peligro.
Así que dio media vuelta y regresó al pueblo para ocultarse con Margie, podría fingir que pasó a saludar y esperar a que los mercenarios la dejaran en paz. No contaba con que caería la noche antes de poder salir de ahí.
Corrió de vuelta a casa, con la ansiedad carcomiendo su pecho. ¿Y si lo habían encontrado mientras ella no estaba? No debió haberlo dejado solo, tenía que asegurarse que estaba bien.
Abrió la puerta de golpe y encontró una pequeña figura acurrucada en el suelo.
El niño abrió los ojos como platos al verla y Anya pudo notar que tenía lágrimas en ellos.
Rowan siempre se ponía inquieto cuando Anya se iba de casa, quería seguirla a donde fuera, pero ella siempre insistía que era peligroso y debía quedarse. Ella siempre prometía que no tardaría y, aunque él creía en ella, no podía evitar que la ansiedad lo carcomiera.
Esta vez comenzó a anochecer y ella aún no aparecía. ¿Y si algo le había pasado? ¿Si los hombres malos le habían hecho algo? ¿Y si... si descubrió lo que era y lo había abandonado?
Era lo más probable. Tal vez se había dado cuenta de que solo era un fastidio y se marchó. Ella siempre era amable con él y a cambio no le había dado más que problemas.
Rowan no podía evitar que las lágrimas fluyeran. Con Anya se había sentido seguro, protegido, feliz. Ella siempre le sonreía, se preocupaba por él y lo consentía. Cuando le leía antes de dormir y le tarareaba la misma canción mientras lo abrazaba para arrullarlo, Rowan se preguntaba siempre lo mismo: ¿es así como se siente el amor de una madre?
Él no recordaba la suya, nunca sintió algo parecido. Pero Anya llenaba un vacío que llevaba toda su vida ahí... y ahora se había ido. Tal vez así tenía que ser, él siempre iba a estar solo y debía aceptarlo de una vez.
Pero Anya abrió la puerta una vez más y Rowan quedó estupefacto al darse cuenta de que ella había vuelto a él. No lo abandonaría, había prometido que lo protegería y le creía.
\- ¡Niño! ¿Estás bien? - antes de que siquiera pudiera acercarse, el pequeño saltó hacia ella y la rodeó con los brazos.
\- ¡Mamá! - exclamó Rowan rompiendo a llorar de alivio.
Bueno, hasta ahí llegó la intención de mantener el apego al mínimo.