MI NIÑA. UNA GUERRERA. RENACIENDO. "Una Historia Que Duele… Pero También Salva"

Mi rutina es la misma de cada día. Camino como un alma en pena del trabajo a casa y de casa al trabajo...

Solo que hoy tengo una sentencia.

Una condena que cumplir.

Evito, como siempre, tropezar con alguien.

Esquivo miradas, palabras. Aunque, sinceramente… ya no importa.

Hasta este pequeño rincón, lleno de telas y diseños, ese espacio donde aún respiro un poco… dejará de existir.

En unas horas seré otra cosa.

Una cabaretera.

Un cuerpo al servicio de quien pague.

Salir corriendo no es opción.

El tal Parmenio dejó a dos hombres apostados a la entrada del edificio donde vivimos.

Durante todo el trayecto hacia el trabajo, los sentí siguiéndome, respirándome la nuca.

Al mirar por la cornisa de la ventana, confirmé mis sospechas. Su automóvil sigue ahí, como buitres esperando al acecho la hora pactada.

No hay salida. Las arpías de Martín no me pierden de vista. Hoy más que nunca, sus ojos son cuchillas.

El teléfono de mi escritorio timbra. El número en el visor muestra que es de gerencia.

Suspiro. El aire pesa. Tomo la bocina.

—Charrill, el señor Meléndez te necesita en su oficina. Que por favor subas urgente —dice su secretaria, seca, apurada, sin saludar.

Agarro mi cuaderno de bocetos, un lápiz… y me encamino. Los ojos de mis guardianas se clavan en mi espalda.

—¿A dónde vas? —pregunta Lorena, con ese tono de superioridad que tanto disfruta.

Giro los ojos. Tuerzo la boca. La ignoro.

Hoy, como todo condenado a muerte, creo que puedo darme ese lujo.

Ya no tengo nada más que perder.

—¡Estúpida! ¡Ya verás que no escaparás de la reprimenda que te dará Martín por ignorarme! —gruñe Lorena, dejando salir su veneno con cada palabra.

Solo encojo los hombros.

No contesto.

No me detengo.

Continúo mi camino con la frente en alto, aunque por dentro me sienta hecha pedazos.

Subo al último piso. Allí no hay miradas curiosas. Solo está la oficina del CEO y el salón de reuniones de los ejecutivos. A la entrada, el escritorio de Bertha, su secretaria.

—Sígueme. La reunión se llevará a cabo en el salón de juntas —dice con tono neutro.

Asiento sin decir palabra. Como siempre. A estas alturas, hasta el sonido de mi propia voz me resulta ajeno.

He escuchado a mis compañeras llamarme la muda arrogante o la diva… Si supieran lo lejos que estoy de encajar en cualquiera de esas etiquetas.

Solo me limito a trabajar. No entablo amistad ni conversación con nadie; Martín me lo tiene prohibido, y sus espías siguen cada uno de mis pasos como sombras.

La verdad, no sé qué les ofrece a cambio de esa información. Él no tiene ni en qué caerse muerto.

El dinero que maneja es mi salario, y apenas le alcanza para repartirlo entre sus apuestas y sus deudas.

Aunque, siendo sincera, eso ya no importa. No ahora.

Al ingresar, mi pecho se detiene por un segundo.

Mis ojos encuentran a mi tía Marla… y a mi tío Roqui.

Mi corazón da un vuelco, se sacude. Una parte de mí, la que creía muerta… salta de emoción.

Es mi oportunidad.

Mi única oportunidad.

De enviarle un mensaje a mamá.

De decirle que lo siento.

De pedirle perdón por haber fallado.

Por no ser la hija que soñó.

Mamá nunca me exigió grandeza. Solo quiere verme feliz, haciendo lo que amo. Y ni eso pude lograr… hasta en eso le he fallado.

—Toma asiento —indica el señor Meléndez, con su tono habitual.

—Me imagino que conoces al gran diseñador Roqui Márquez —agrega, evidentemente emocionado.

Mi tío carraspea.

—Arturo, ella es mi sobrina adoptiva. No sabía que trabajaba contigo, pero me alegra. Eso hace que nuestra sociedad sea mucho más viable.

El jefe abre los ojos con sorpresa. Me observa. Luego lo mira a él.

—¡Vaya, vaya! ¡Qué pequeño es el mundo! Espero que no me la vayas a robar y me dejes por fuera del negocio —bromea, girando su vaso de whisky.

Mi tío, con esa expresión entre dramática y dulce que tanto lo caracteriza, cruza los brazos sobre el pecho.

—Soy un macho femino, con más palabra que bolas —responde con tono orgulloso.

Una risa suave escapa de mi garganta.

"Dios, cómo adoro a ese hombre. Espontáneo, directo… sin filtros".

—Arturo, hace días que mi socia y casi hermana —dice, tomando la mano de mi tía— no ve a nuestra sobrina. ¿Qué tal si, mientras nosotros acordamos algunos detalles, ellas conversan?

El señor Meléndez asiente y se pone de pie.

—Vamos a mi oficina, así las damas pueden conversar tranquilamente —dice, mientras abandona el salón de reuniones.

Mi tío lo sigue, pero al pasar junto a mí se detiene un segundo, se inclina, me besa con suavidad en la mejilla y me susurra al oído:

—Nena… la caballería ha llegado. Todo estará bien.

Un nudo se forma en mi garganta.

Las lágrimas luchan por no salir.

"¿Será que tengo derecho a una nueva oportunidad? ¿Acaso la merezco?"

Mi tía Marla se levanta. Ella no ha dejado de examinarme con su mirada penetrante desde que pasé esa puerta.

Ella es dura como una roca, intuitiva y difícil de engañar… al igual que mi tío.

Por sus palabras puedo deducir que algo saben… ¿pero cómo?

—Hola, nena —se acerca y acaricia mi cabello con ternura.

Extiendo más las mangas de mi suéter, tapando mis muñecas para que no vea las marcas del salvajismo de Martín en mi piel. Bajo la cabeza para evitar verla a los ojos.

Sí, es la vergüenza de que vea los golpes que me he ganado por estúpida… por inútil.

—Hola, tía —tartamudeo al saludarla, y sin darme cuenta, una lágrima rueda por mi mejilla.

Ella levanta con cariño mi rostro.

—Dime, Charrill, ¿todo es idea del inútil de Martín? Dime, ¿con qué te está chantajeando para dejar a tu madre sin techo? No creo que seas tan despiadada para quitarle la casa a María Teresa.

Cada una de sus preguntas son dagas en mi corazón… soy una mala hija.

Me atreví, por complacer a Martín, a despojar a mamá de su casa. Con un alegato falso de herencia por parte de papá, cuando ella ya me ha dado más de lo que supuestamente me correspondía.

No digo nada. Solo emito sollozos ahogados.

—¿Te vas a quedar callada? —su voz cargada de enojo y sus ojos centelleando fuego.

—No es lo único que mamá tiene… ella no necesita una casa tan grande para vivir —recito la respuesta que me dijo Martín. Mis labios tiemblan, y mis manos sudan.

Ella entrecierra el ceño, niega con la cabeza… se nota que se está conteniendo para no darme una bofetada. La cual merezco.

Da un paso atrás.

—¿A quién quieres engañar? Te conozco desde antes de nacer… No tienes el corazón tan podrido, aunque con tus palabras me den ganas de darte un par de bofetadas. Me niego a creer que eres la dulce niña que vi crecer.

Sonrío amargamente. Recuerdo las palabras de Martín…

"Los accidentes suceden, y tu sobrino podría no llegar a su siguiente cumpleaños."

No puedo exponerlo. Si mi destino ya fue escrito… debo aceptarlo.

Me levanto rápidamente de la silla y salgo corriendo.

Entro en el baño del pasillo… y me dejo caer.

Las piernas me fallan. El cuerpo ya no responde. Me abrazo a mí misma, temblando, mientras las palabras retumban como un mantra cruel en mi cabeza.

"No soy nada."

"No valgo nada."

"No tengo derecho a ser feliz."

"Debo aceptar mi destino."

"¿Quién va a querer a una mujer que sale en videos para adultos?"

"Soy una mujer, marcada… Sucia."

Cierro los ojos con fuerza, pero las imágenes están ahí, incrustadas como espinas bajo la piel.

Ni siquiera puedo ver a mamá a los ojos…

Ni siquiera puedo perdonarme a mí misma.

Merezco cada cosa que me pasa…

Ya no merezco vivir...