Laebe siempre supo que el mundo no estaba hecho para alguien como ella. Pequeña, frágil y silenciada, aprendió a soportar el dolor en la oscuridad, entre susurros de burlas y manos que la empujaban al abismo. En un prestigioso Instituto Académico, su existencia solo servía como entretenimiento cruel para aquellos que se creían intocables.
Pero el silencio no dura para siempre. Cuando la verdad sale a la luz, el equilibrio de poder se rompe y los monstruos que antes gobernaban con impunidad se enfrentan a sus propios demonios. Entre el caos y la redención, Laebe encuentra en una promesa inquebrantable, un faro de protección y en su propia alma una fuerza que nunca supo que tenía para enfrentar los obstáculos que le impuso la vida.
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Esta historia contiene temáticas sensibles como abuso sexual, violencia, acoso, drogas y trauma psicológico. No es apta para todos los lectores, ya que aborda situaciones crudas y perturbadoras. Se recomienda discreción.
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Capítulo 4
Al día siguiente, para su suerte era fin de semana. Así que tenía el tiempo suficiente para despejarse por todo lo que había pasado. Ni siquiera pudo dormir esa noche, eran las seis de la mañana, apenas el sol comenzaba a salir, pero ella seguía sin haber podido dormir.
Apenas estaba por quedarse dormida cuando un ruido la hizo despertarse. Se levantó de inmediato, era el ruido de la cerradura de su pequeño departamento. Alguien parecía intentar entrar.
Laebe salió de su habitación rápidamente sosteniendo en su mano su teléfono móvil listo para marcar a las autoridades. Sin embargo, antes de poder reaccionar, una mano la sujeto cubriendo su boca. Laebe intento escaparse pero quién la sujeto también la sujeto por la cintura y le chistó silencio.
— No hables...— Murmuró Kael detrás de ella, para después meterse con ella a la habitación. La puerta seguía siendo forzada, alguien estaba queriendo entrar. El cerró la puerta de la habitación y metió a Laebe dentro del ropero. — No hables, no hagas ruido y quedate aquí... ¿Entendido? — Le ordenó, arrebatándole además el teléfono de la mano. Laebe estaba demasiado asustada, y él lo noto.
Se acercó hasta arrodillarse junto a ella y acaricio su cabeza.
— No van a lastimarte... Nadie lo hará de nuevo. Así que quédate tranquila. — Le dijo, su voz, aunque tenía esa misma frialdad de siempre, tenía un suave atisbo de calidez. Ella, aunque estaba bañada en lágrimas, sintió más tranquilidad así que asintió con su cabeza. Kael siguió viéndola, por solo unos segundos antes de que la puerta de la habitación fuera abierta.
— Vaya que tenemos aquí... — Dijo uno de los hombres, está vez sacando una pistola. Laebe se quedó helada, claramente asustada. Llevo sus manos a su boca, temiendo lo peor. Kael ni siquiera se impaciento, se mantuvo inclinado frente a Laebe, mirando de reojo a los atacantes.
— No te muevas de aquí.— Dijo una última vez, cerrando la puerta del armario y poniéndose de pie.
Laebe se quedó al interior, claramente aterrada. Sus lágrimas salían sin cesar y pronto el sonido afuera la hizo sentirse cada vez peor. Golpes, quejidos, cosas romperse, pasos, e incluso un disparo. Laebe incluso comenzó a llorar con gritos de terror, cubriendo sus oidos y deseando que todo pasara lo más rápido posible...
De repente, solo hubo silencio. No sé escuchó nada más, ni un susurró, ni un solo paso. Laebe estaba nerviosa y aún asustada, confundida y muy alterada. Aún así, se dispuso a abrir la puerta del armario, pero estaba bloqueada.
— Quédate adentro...— Ordenó Kael desde afuera.
Se encontraba adolorido, con varios golpes y cortes. Sentado y recargado contra el ropero, su mano derecha descansaba sobre la parte izquierda del abdomen, donde chorros de sangre resbalaban hasta caer al suelo.
Laebe escucho su voz, era un tono de agonía. Cómo no reconocería ese tono si es el que ella siempre tiene después de cada abuso en la escuela.
— Tú... ¿Estás... Bien?— Preguntó ella desde el interior del ropero.
— Si. — Respondió él sin añadir más.
— Estás... Herido... ¿Cierto..?— Preguntó ella de nuevo.
— Estoy bien...— Dijo él.
— Pero... No te escuchas bien...— Dijo ella.
— No te preocupes... Todo está bien. Te dejare salir cuando... Ah... Cuando limpien este desastre.— Suspiró mirando al frente, dónde los tres hombres que habían entrado yacían sobre el suelo...
...
Algunas horas pasaron, Laebe seguía dentro del ropero. Aburrida y callada, ni siquiera intento salir de nuevo, aunque se hacía preguntas. Había estado escuchando ruidos y pasos, aunque, ni una voz.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, la puerta del ropero se abrió. Y frente a ella estaba un oficial de policía.
— Señorita, ¿Se encuentra bien?— Preguntó el oficial ayudándola a salir. Ella se dejó ayudar y salió del ropero, su habitación estaba prácticamente intacta. Aunque si noto que algunas cosas faltaban. — Recibimos reportes de un disparo, además, los vecinos avistaron a varias personas entrar. Fue un asalto. ¿Vio a los asaltantes?— Preguntó de nuevo.
Ella no supo que responder, recordaba a Kael, aunque ni siquiera sabía su nombre. Sabía que él prácticamente la salvó, así que por esa ocasión mintió.
— Yo... Me encerré en cuanto escuché que forzaron la puerta... No ví quienes eran.— Dijo ella mirando al suelo...
...
Llegó el inicio de semana, Laebe volvió a clases. No tenía celular, dinero, ni cosas de valor. Supuso que él solamente estaba esperando eso: llevarse todo lo que tenía. Aunque aún tenían presente su voz buscando calmar su corazón lleno de temor.
Al llegar a la escuela, pensó en si llamar a su padre para decirle lo sucedido; seguro solo le mandaría más dinero, sin preocuparse siquiera de lo que le pasó.
En el aula, las cosas no cambiaron. Las burlas eran algo de diario y suponía que guardaban lo mejor para la salida, cuando solían golpearla y humillarla...
A la hora del receso, Laebe bajo del salón hasta una zona cerca de las canchas. Allí, Angel, se encontraba reunido con sus compañeros y algunas chicas.
Laebe llegó, con sus manos contra su pecho, claramente nerviosa. Angel la vio llegar, observo sus manos vacías y mostró una sonrisa llena de molestia.
— Oye perra, ¿dónde está mi almuerzo?.— Preguntó él. Laebe trago saliva, y sin levantar la cabeza hablo con timidez.
— Yo... me quedé sin dinero y... no pude comprarlo... Lo siento...— Respondió con una clara sensación de peligro llenando su cuerpo. Angel soltó una carcajada, el resto de los chicos solamente observaba con burla.
— ¿Crees que eso me importa? Más te vale ver como conseguirás dinero para mi almuerzo.— Le ordenó sujetándola de la cabeza para hacer que se agaché. La fuerza que uso fue suficiente para hacerla caer de rodillas, sin posibilidad de levantarse. — El receso acaba en 20 minutos y quiero comer. Si no quieres que repita lo del otro día, más te vale empezar apurarte.— Fue una amenaza directa. Todos se rieron, burlándose de como ella obedecía sin responder.
Él la soltó y con ello, Laebe se levantó alejándose del lugar. Realmente no sabía que hacer, no tenía dinero, ni nada de valor. Su corazón latía apresurado, sus manos sudaban de los nervios y su vista se veía nublada.
A su cabeza llegaron imágenes, de ese día. Un día en el que como otros más, por cometer el mínimo error fue maltratada de una forma horrible y humillante. El temor de que eso se repitiera la hizo sentir que el aire se le acababa.
Llegó de vuelta a su salón, mismo que estaba totalmente vacío. Fue hasta su mochila donde comenzó a revisar si había algo de dinero que quizá guardo por allí.
Mientras buscaba, dos chicas entraron al salón, una de ellas fue hasta su mochila y guardo allí algo de dinero. Laebe observo esto con la cabeza agachada, su cabello impedía que se notará dónde estaba su mirada.
Las chicas se fueron entre pláticas y Laebe pensó por unos segundos. Era su única opción...