El Horizonte de Nosotros es una cautivadora historia que explora las complejidades del amor y la identidad. Chris, un joven profesor de cosmología, vive atrapado en un conflicto interno: su homosexualidad reprimida choca con los rígidos prejuicios impuestos por sus creencias religiosas. Su vida dará un giro inesperado cuando conozca a Adrián, un hombre carismático y extrovertido que, a pesar de ser padre de un niño pequeño, descubre en Chris algo que lo atrae profundamente.
En este encuentro de mundos opuestos, ambos se verán enfrentados a sus propios miedos y deseos. ¿Podrá Chris superar sus barreras internas y abrirse al amor que le ofrece Adrián, o será consumido por la culpa y la autonegación, conduciendo a su autodestrucción?
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El primer amor de Adrian
En un pueblo pequeño donde todos se conocen, Adrian y Valeria se encontraron por primera vez en la fiesta de fin de curso. Él, un chico de 19 años alto, atlético, con ojos oscuros y expresivos, una sonrisa que transmitía seguridad; ella, una joven de la misma edad, de cabello oscuro y mirada provocativa. La atracción fue inmediata, una chispa que rápidamente se convirtió en una llama ardiente de pasión juvenil.
Adrian no era de los que calculan o dudan, sino de los que se lanzan de cabeza a la vida y al amor. Valeria representaba para él todo lo que deseaba: libertad, aventura, un escape de la rutina del pueblo. Sus encuentros estaban marcados por una intensidad que solo conocen los primeros amores, esos que no miden consecuencias.
En apenas unos meses, la relación se transformó. Un embarazo inesperado alteró por completo sus planes. Valeria se mudó a la casa de los padres de Adrian, una decisión que no fue fácil pero que se presentaba como la única opción posible.
Los padres de Adrian, María y Carlos, recibieron la noticia con una mezcla de preocupación y amor. No ocultaban su inquietud por el futuro de su hijo, pero jamás lo abandonaron. Le ofrecieron un apoyo incondicional. Carlos, trabajador y pragmático, veía la situación con realismo, mientras María, más emotiva, abraza a su hijo y a su futura nuera con una esperanza que rozaba el optimismo.
La convivencia no fue fácil. La inmadurez de Valeria contrastaba con la determinación de Adrian. Él comenzó a prepararse para la paternidad con madurez mientras ella parecía resistirse a los cambios que la nueva situación demandaba.
El embarazo avanzaba, y con él, las tensiones en la casa. Adrian soñaba con ser un buen padre, estudiaba en la facultad después de ayudar en las tareas domésticas, mientras intentaba mantener una relación que ya comenzaba a mostrar grietas.
Valeria, por su parte, sentía que la vida le había impuesto una responsabilidad para la que no estaba preparada. Sus miradas comenzaron a desviarse, sus silencios se hicieron más largos, y la distancia emocional creció más rápido que el vientre que llevaba.
El primer gran golpe llegaría con el descubrimiento de su infidelidad, un momento que marcaría para siempre la vida de Adrian, sintiendo que su mundo se venía abajo.
Después de la primera infidelidad, Adrian tomó una decisión que sorprendió a todos . Movido por su profundo amor de padre y su deseo de que Lucas tuviera una familia completa, decidió perdonar a Valeria. Su optimismo y su creencia en el perdón lo llevaron a darle una segunda oportunidad.
Valeria regresó a la vida de Adrian con promesas de cambio. Parecía arrepentida, dispuesta a reconstruir su relación y ser parte de la vida de Lucas. Los padres de Adrian observaban con cautela, preocupados pero decidieron no intervenir en la decisión de su hijo.
Durante los primeros meses, todo pareció mejorar. Valeria mostró interés en Lucas, participaba en su crianza y parecía comprometida con la familia. Pero pronto, Adrian observó que se repetían los comportamientos sospechosos,las salidas nocturnas se hicieron frecuentes, los mensajes sospechosos aparecieron de nuevo, y la confianza comenzó a resquebrajarse. Adrian, siempre optimista, inicialmente minimizaba las señales, convenciéndose a sí mismo de que estaba haciendo lo correcto por su hijo.
La segunda infidelidad fue más dolorosa que la primera. Esta vez, no había espacio para la duda. Las pruebas eran contundentes. Valeria había estado manteniendo una relación paralela, nuevamente traicionando la confianza de Adrian y exponiendo a Lucas a una situación de inestabilidad emocional.
Adrian se encontró atrapado entre su amor por Lucas, su deseo de mantener una familia unida y el dolor de la traición repetida. Sus padres, especialmente su madre María, lo observaban con una mezcla de dolor y preocupación, sabiendo que su hijo estaba siendo lastimado una y otra vez.
Lucas, aunque pequeño, comenzaba a percibir la tensión. Los gritos, los silencios incómodos, las ausencias de Valeria, todo iba dejando una marca en su joven psique.
Por fin, Adrian comprendió que el perdón no podía seguir esa relación tóxica, debía dar ser un ejemplo para su hijo. El niño merecía estabilidad, amor verdadero y un modelo de relación saludable. La ruptura definitiva con Valeria fue dolorosa, cargada de reproches y sentimientos de culpabilidad.
En las noches, cuando Lucas dormía y el silencio invadía la habitación, Adrian se permitía desmoronar. No físicamente, sino en el terreno de sus pensamientos más íntimos. Se preguntaba una y otra vez: ¿por qué me aferro a algo que me destruye?
Recordaba cada promesa rota de Valeria como si fueran cicatrices invisibles. Su optimismo, que alguna vez fue su mayor fortaleza, ahora parecía una herida abierta.
La imagen de Lucas era un punto fijo, en un mundo lleno de incertidumbres. Cada vez que dudaba, cada vez que su corazón lo empujaba a volver con Valeria, el rostro de su hijo aparecía en su mente. No quería que su hijo creciera pensando que ese nivel de traición era normal en el amor.
Sus conversaciones internas eran un campo de batalla. Una parte de él seguía amando a Valeria, añorando la familia que imaginó. Otra parte, más madura y herida, gritaba que merecía algo mejor. Que Lucas merecía algo mejor.
El trabajo en la peluquería se convirtió en su terapia. Entre cortes y conversaciones con clientes, procesaba sus emociones. Cada tijeretazo era como un pequeño acto de liberación. Sus manos, antes temblorosas por el dolor, ahora cortaban el cabello con precisión y seguridad.
Sus padres fueron fundamentales. No lo juzgaron, no lo presionaron. Lo acompañaron en silencio, con miradas de amor y comprensión. Carlos, su padre, le había dicho una vez: "El amor no debe doler, hijo. El amor te construye, no te destruye".
Aunque no lo sabía aún, conocer a Chris marcaría un punto de inflexión en su vida. Era alguien tan diferente, tan opuesto a las decisiones que lo habían definido hasta ahora. A veces, el contraste es lo que le permitía ver con claridad todo lo que no sabía que buscaba
Ame.