Tres reinos fueron la creación perfecta para mantener el equilibrio entre el bien y el mal.
Cielo, Tierra e Infierno vivieron en una armonía unánime durante millones de años resguardando la paz.
Pero una muerte inocente, fue suficiente para desatar el verdadero caos que amenazara por completo el equilibrio y, la existencia de todos los seres en el planeta.
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Las palabras también matan
Habían pasado cinco largos años desde que Liú Xin se encontraba en el palacio junto a mí, aunque decir que estaba a mi lado era solo una cruel ilusión. Desde aquel fatídico día en que finalmente pude acercarme a él, se enfureció y decidió ignorarme por completo, evitando cualquier interacción, a menos que fuera estrictamente necesario. Y lo entendía, comprendía perfectamente sus motivos. Sabía que, a estas alturas, debía odiarme, y estaba bien. Después de todo, los años pasan y mi destino es tan efímero como las nevadas invernales.
—¡Alteza, ¡Alteza! —exclamó Yang Měi sacudiéndome suavemente mientras yo permanecía perdido, contemplando aquel árbol en pleno florecimiento.
Él solía recostarse en él, manteniéndose alejado de mi presencia tanto como pudiera, pero sin perderme de vista. Mi corazón se llenaba de dolor al pensar en ello. Asentí levemente con la cabeza y miré a Yang Měi con una débil sonrisa.
—Lo siento, Yang Měi, me distraje por un momento.
Tomé la taza de té lentamente y la acerqué a mis labios, intentando en vano disimular el amargo sabor de mis pensamientos. Pero era iluso creer que mi única amiga no sabía exactamente lo que ocurría en mi mente.
—Alteza, no tienes que mentirme —suspiró ella, tomando mi taza vacía y llenándola nuevamente con el humeante líquido verde—. ¿Su Alteza sigue reflexionando sobre cómo acercarse a él? ¿Por qué no simplemente lo llama y habla con él?
Reí suavemente y negué, mientras observaba por la ventana.
—Él todavía me odia demasiado como para siquiera mirarme a los ojos. Podría decirle en este momento que se siente a mi lado y comparta el té con nosotros, pero eso solo sería por obligación y aumentaría el odio que ya siente hacia mí.
Yang Měi frunció los labios y golpeó la pequeña taza sobre la mesa, causando un sobresalto en mí. La miré, intentando apaciguar sus intenciones con una sonrisa, pero ella simplemente negó.
—Alteza, él ni siquiera tiene motivos. Es solo un simple sirviente. ¿Cómo se atreve a tratarte de esa manera...?
Aclaré mi garganta y la miré, negando con la cabeza.
—Él sí tiene motivos. Intentó ser mi amigo con insistencia ese año, y yo... —suspiré profundamente—. Él cree que no soy apto para gobernar, y no está tan equivocado. Estoy seguro de que, con un padre como el guerrero Kong, él también tenía la esperanza de servir a un rey como mi padre... no a alguien como yo. De cualquier forma, no intento obligarlo... solo me quedan unos pocos años. Sería peor si estuviera verdaderamente a mi lado.
Sonreí y la miré con ternura, pero su rostro estaba impregnado de esa característica tristeza que usualmente todos a mi alrededor mostraban.
—¿Alteza, podría evitar hablar tan ligeramente de su muerte? —inquirió Yang Měi.
Reí ante su comentario y asentí. —Lo siento, Yang Měi. Fue solo un comentario casual. Hay cosas que no podemos evitar, por más que lo deseemos —respondí.
Ella negó fervientemente y arrugó los labios. —Esos son solo cuentos, Alteza. No sabemos qué sucederá realmente. Y en cuanto a ese idiota, ¿por qué no intenta explicarle su situación? Él es el único en todo el palacio que desconoce su condición. Aún no entiendo por qué les pidió a todos que se lo ocultaran —expresó con curiosidad.
Me levanté lentamente y caminé hacia la puerta de entrada, mientras contemplaba con nostalgia la fuente de agua en el jardín de mi habitación.
—¿Realmente cambiaría algo si se lo dijera? Él ya piensa que soy débil. Confirmarle que todo esto es debido a que moriré en unos años, ¿no sería más que una justificación de sus pensamientos? —me cuestioné en voz alta.
Avancé lentamente hasta el borde de la fuente y deslicé suavemente mis manos por el agua cristalina, recordando la primera vez que mi madre me habló sobre mi destino...
...~○~...
—¡Xuě Tiān! ¡Xuě Tiān! ¡No corras! Te caerás, cariño —exclamó la reina mientras agarraba la cintura del niño y lo levantaba, envolviéndolo en un cálido abrazo—. Te tengo, pequeño travieso.
Las risas resonaban por todo el palacio. La infancia de su pequeña Alteza fue tan cálida como la de cualquier familia común y, me atrevería a decir, incluso más.
Todo era realmente perfecto para un niño de tres años que no tenía conocimiento de la maldad. Para él, todo era un paraíso. ¿Quién iba a imaginar que aquella pequeña marca de flor que resaltaba en su noble linaje también sería su más amarga perdición, condenándolo a una edad tan temprana?
—¡Su Majestad! ¡Mi Reina! Lo siento, su pequeña Alteza es, sin duda, el elegido. No hay duda. El loto en su frente y su cabello son signos inequívocos de que la profecía se ha manifestado en esta era y su vida es la única salvación de la ira del Emperador Jade —anunció una anciana sacerdotisa.
La reina cayó al suelo resignada tras las palabras de la anciana. Abrazó con fuerza al pequeño que la miraba sin comprender lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
El rey se dejó caer en su asiento y negó con la cabeza mientras se frotaba la frente, tratando de asimilar las palabras pronunciadas por la mujer. Todos conocían la existencia de esa profecía, pero el rey rezaba cada día para no ser él quien tuviera que cumplirla.
La reina lo miró suplicante y abrazó con más fuerza al pequeño, que, ante la tensa situación, ya sollozaba entre los brazos de su madre, "pobre e indefensa Alteza, le tocó nacer con un futuro tan desdichado".
El rey se acercó a su esposa, la abrazó y le suplicó perdón mil y una veces, pero no había perdón posible para esos actos. Para una madre, un hijo era sagrado y, aunque se conociera la inminencia de los hechos, no podía aceptar la cruel realidad. Tomó a su pequeño en brazos y, desde aquel día en que su pequeña Alteza solo tenía tres años, la reina lo encerró en el ala norte del palacio, tomando todas las precauciones necesarias para evitar que alguien le hiciera daño.
El rey, en su inmenso dolor, permitió que su emperatriz hiciera y deshiciera a su antojo con tal de mantener a salvo a su pequeño hijo. Ella lo sabía, comprendía que, a pesar de todas las medidas de seguridad en el palacio, su hijo ya estaba marcado por el destino y la noticia se difundió rápidamente, incluso a pesar de todos los cuidados. Nada podría cambiar lo que ya estaba escrito en la profecía.
Por eso, aquel fatídico día, mientras jugaba con una rama en el agua cristalina del estanque, su madre lo abrazó con fuerza, sollozando y pidiendo perdón innumerables veces, comprendiendo que no había escapatoria.
En su inocencia, no lo entendió hasta que cumplió cinco años. Su madre, en el mismo lugar, lo abrazó con la misma cantidad de lágrimas en los ojos y le explicó, como si fuera un cuento, que su vida sería tan efímera como el invierno blanco.
No había forma de cambiarlo, y desde aquel día, su existencia se desvanecería lentamente como el hielo en el agua. Su cuerpo se debilitaría cada vez más, sus alas serían cercenadas y su vida estaría destinada a ser completamente solitaria.
Aquella madre lloró, destrozando su propio corazón con cada palabra que pronunciaba, pero nada fue más cruel que la sonrisa de su pequeño hijo, intentando consolar a su querida madre. Con tan solo cinco años, su pequeña Alteza se enteró de su muerte y, aun así, con sus pequeños brazos blancos, rodeó el cuello de su madre y la reconfortó con una radiante sonrisa que llenó su corazón de calor.
Ese niño nunca mostró miedo en sus ojos, nunca se quejó ante tal destino. Se limitó a quedarse confinado en su recinto, sin pedir salir ni conocer el mundo exterior más allá de las paredes.
El rey, en su agonía y cargado con el peso de la decepción como gobernante de una gran nación, le trajo dos pequeños amigos, en un intento de aliviar, aunque sea un poco, la soledad de su pequeño hijo.
Deseaba mitigar su dolor, evitarle una muerte fría y sin recuerdos felices. Por eso, desde aquel entonces, su pequeña Alteza no sale de ese lugar, no habla con nadie a menos que esté estrictamente autorizado y nunca intenta formar lazos, porque las despedidas son crueles, tan crueles como el propio destino.
...~○~...
Sentí cómo el movimiento del agua subía por mi mano, despertándome de mi ensimismamiento, y vi a Yang Měi a mi lado, sonriéndome. Le devolví el gesto y levanté mis manos estirándome.
—Yang Měi, ¿nunca te has aburrido de estar aquí? Digo, tu padre te trajo hace tanto tiempo sin darte una verdadera justificación, y siempre me he preguntado por qué te quedas. ¿Por qué aceptaste quedarte, incluso después de que dijeran que no era necesario? No era necesario, pero tú y Li Song decidieron quedarse... —susurré—. Incluso vuelven cada día.
Sonreí melancólico, bajando la mirada, hasta que sentí unas cálidas manos sobre mis mejillas. Miré sorprendido y Yang Měi sostenía mi rostro, apretando mis mejillas con suavidad. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y tristeza. Me sorprendió sobremanera, pero antes de que pudiera hablar, ella se adelantó, regañándome.
—No vuelvas a decir eso, no actúes así, Xuě Tiān. Es verdad que papá me trajo a mí y a Li Song, pero también es verdad que en cuestión de minutos nos convertimos en los mejores amigos del mundo. Alteza, si estamos aquí es porque apreciamos tu amistad y tu cariño. Eres importante para nosotros, somos familia, ¿no? Así que no actúes de esa manera, no tengas esos pensamientos innecesarios. Alteza, simplemente bórralos de tu mente y sonríe como siempre lo haces.
Asentí con una sonrisa en mi rostro y retiré con suavidad aquellas cálidas manos. Yang Měi siempre ha sido mi protectora, como una gran hermana mayor, cálida y refrescante, siempre tan sonriente, tan viva. Todo lo contrario a mí.
—Se está haciendo tarde, deberías volver o tu madre te regañará. No volveré a mencionar tonterías, solo es el día que me pone melancólico —dije, sonriéndole.
Ella me miró por un momento antes de asentir.
—Alteza, de verdad creo que debes decirle a ese insolente guardián. Lo entiendo, no necesitas hablarme de tus sentimientos para que yo ya los sepa. Desde que lo conocí, siempre lo sigues con esa mirada llena de sentimientos encerrados. No esperes a que sea demasiado tarde. Él... él lo sabrá en algún momento, incluso si tú no se lo cuentas.
Caminó lentamente hacia las puertas del jardín y se fue en total silencio. Estaba demasiado perplejo ante sus palabras como para intentar responderle. El hecho de que me hiciera pensar en mis sentimientos oprimía mi pecho y golpeaba fuertemente mi conciencia. La confusión ya no era un problema, sabía muy bien lo que sentía y por eso sabía muy bien lo condenado que estaría si él se enterara.
¿Podría odiarme aún más? ¿Acaso eso era posible? Seguramente sí, incluso yo mismo odio estos sentimientos, incluso yo mismo me odio por lo que soy. ¿Cómo no hacerlo, por lo que siento?
Cuando me di cuenta, divisé la causa de aquellos desencadenantes de recuerdos dolorosos. Pero ya era demasiado tarde, las lágrimas traicioneras brotaron de mis ojos y recorrían mis mejillas sin cesar.
Tragué con dificultad y me precipité hacia la habitación. Me senté junto a la ventana, contemplando el hermoso paisaje que había presenciado tantas veces antes. Sin embargo, la cruel monotonía lo envenenaba todo, atormentando mi corazón.
Respiré profundamente y, como si la naturaleza entendiera mi tormento, se sumió en un silencio sepulcral. Las suaves gotas de rocío comenzaron a caer, y las nubes grises ocultaron el resplandor estrellado en lo alto, oscureciendo el cielo. Era la imagen icónica de lo que mi corazón sentía en ese preciso instante, y fue precisamente eso lo que desencadenó viejos recuerdos ocultos en lo más profundo de mi memoria...
...~○~...
El aire invernal cortaba la piel de la pequeña Alteza mientras se deslizaba por los pasillos del palacio, siguiendo las risas de un niño de ojos cafés. "¿Por qué él tiene la libertad de correr y jugar mientras yo me pudro en este encierro?", pensaba la Alteza con envidia.
Finalmente, logró espiar al niño en los jardines del patio, donde corría alegre y desafiaba la autoridad de su madre. Los pasos blancos de la Alteza se camuflaron en la nieve mientras se acercaba cautelosamente para observar al niño.
A medida que lo observaba, crecía una flor de emociones indescriptibles en su pequeño corazón blanco. El niño de ojos cafés era vibrante y su risa resonaba por todo el palacio. La Alteza anhelaba acercarse a él, pero sabía que su posición de realeza lo impedía.
Cada nevada, el niño de ojos cafés volvía al palacio y sacaba más de una risa a la Alteza con sus ocurrencias. La Alteza se convirtió en un experto en el espionaje y lo observaba cada día, cada invierno, desde lejos, sintiendo una profunda soledad.
Pero cuando intentó comprender sus sentimientos, se dio cuenta de que ya lo amaba de manera completa e irracional. Se repetía una y otra vez que no lo amaba a él, sino a su libertad, pero sabía que sus sentimientos iban mucho más allá.
El corazón de la Alteza estaba prohibido de sentir, pero era incapaz de controlar el amor que sentía por aquel niño. Cada día que miraba por la ventana o escuchaba las risas de otros, se repetía que no tenía derecho a sentir aquellas emociones. Pero el amor era más fuerte que sus pensamientos y deseos.
Un día, la Alteza decidió confesar sus sentimientos al niño de ojos cafés en su décimo cumpleaños. Pero la respuesta fue rotunda y dolorosa, agrietando su frágil corazón con un sabor amargo de melancolía.
Incluso el día que lo confinaron a muerte, no dolió tanto como el rechazo del niño. Pero la Alteza entendía su decisión y no podía odiarlo por ello. Aquellas palabras, aquella mirada fría, serían su más grande tormento, pero su amor por aquel niño seguiría latente en su corazón blanco para siempre.
...~○~...
Suspiré profundamente, cerrando los ojos mientras las lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia que se colaban por la ventana. Sabía que no debería quedarme allí, sabía que al día siguiente podría no ser capaz de levantarme de la cama, pero lo necesitaba. Necesitaba, de vez en cuando, borrar cada uno de aquellos recuerdos.
Con cada lágrima, con cada gota que caía, sentía cómo mi alma se purificaba. "Solo hoy, seré egoísta solo hoy", me repetía en silencio. Extendí mis manos y dejé que la lluvia golpeara mis brazos con fuerza, como si quisiera arrastrar consigo todo el dolor y la tristeza que habitaban en mí.
Justo cuando pensaba que estaba a punto de liberarme por completo, él pronunció mi nombre. —¡Su Alteza!—, resonó su voz a través de la habitación, rompiendo el silencio y sacudiendo mi ser. Mi corazón se detuvo por un instante, y mis ojos se encontraron con los suyos.
Glosario:
Efímero: Que dura por poco tiempo, que es breve o pasajero.
Insolente: Que muestra falta de respeto o comportamiento ofensivo.
Ensimismamiento: Estado de concentración profunda en los propios pensamientos o reflexiones.
Cercenar: Cortar, amputar o separar violentamente alguna parte de algo.