Segunda Oportunidad De Vivir¿ En Una Extra?

El pastel había salido espantoso.

Duro por fuera, crudo por dentro. Pero Ehitan lo miraba como si fuera una joya imperial.

—¡¡Es el mejor pastel del universo!! —gritó, levantando los brazos llenos de manteca.

—No mientas, pequeño traidor. Esto puede ser un arma de guerra —respondí, riendo.

En ese momento, escuchamos pasos.

Y Kian, el segundo príncipe, apareció en la cocina con su sonrisa despreocupada.

—¿Qué se están haciendo para que a kilómetros se vea el fuego ? ¿Batalla de postres?

—¡Príncipe Kian! —dijo Ehitan feliz.

—Sólo Kian para usted pequeño Ehitan, valiente chef —respondió, agachándose a saludarlo.

Me crucé de brazos.

— Bienvenido su alteza el sol del imperio¿usted qué hacé acá?.

—Nah. Me dijeron que el olor a desastre venía de esta dirección, y no pude resistirme. ¿Qué cocinan?

—Tu final —respondío Ehitan, y sin pensarlo, le lanzo un puñado de harina a la cara.

¡PUM! Blanco total.

Ehitan estalló en carcajadas. Kian se quedó congelado un segundo. Luego, con aire solemne, dijo:

—Este acto no quedará impune.

Y la guerra comenzó.

Harina por el aire. Risas. Gritos. Tres figuras cubiertas de blanco. Ehitan en el medio, como general de campo.

Yo corría, me escondía detrás de la mesa, tiraba cucharones como si fueran armas.

Y ahí, sin aviso, mi siguiente puñado voló… directo a la cara de alguien que acababa de entrar.

Adriek.

El príncipe heredero.

El hijo del emperador.

El HOMBRE MÁS SERIO DEL CONTINENTE.

Silencio.

Total. Brutal. Asfixiante.

Yo me quedé petrificada. Mi alma abandonó el cuerpo y se fue a pedir asilo en otro reino.

—Su Alteza… —susurré—. Yo… no fue mi intención… fue… un accidente… por favor…

Y me arrodillé.

El suelo estaba sucio, frío, lleno de harina, pero ahí estaba yo: de rodillas, con la cabeza gacha, temblando.

—Perdón. De verdad. No quise—…

—Basta.

Su voz me cortó el aire.

No fue gritada. Pero dolió.

Lo miré. Adriek me observaba en silencio.

( Hace un segundo se había reído con su hermano. Con Kian. Conmigo. Solo mostró miedo) pensamiento de Adriek.

Pero al verme en el suelo, rogando como si fuera un crimen… algo en él se endureció.

—No necesitabas arrodillarte —dijo.

Y salió. Así, sin más.

Ehitan me miró confundido. Kian se acercó y me ayudó a levantarme.

—¿Estás bien?

—No… —susurré—. Creo que lo arruiné.

Kian suspiró.

—Adriek no es de piedra, Dahiana. Pero lleva mucho tiempo rodeado de gente que le teme… y ya se acostumbró.

—Yo no quería hacerlo sentir… eso.

—Lo sé. Él también lo sabe. Pero a veces, saber no alcanza.

Me limpié la cara. El ambiente ya no era tan alegre. La risa quedó flotando como un recuerdo que no alcanzó a madurar.

Desde lejos, Félix seguía en la puerta. Sin moverse. Viendo todo. Como siempre.

Y aunque no dijo nada…

En sus ojos, había fuego contenido.

...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...

Pensamientos del principe Adriek

Recordó algo. Un día de su infancia.

Estaba jugando con Kian en los jardines del palacio. Habían atrapado mariposas. Su madre, la emperatriz, les trajo dulces.

Adriek se manchó la túnica real. El general del Este lo vio.

—Un príncipe no se ensucia, Su Alteza —dijo seco, retirándole el postre de las manos.

Desde entonces… nunca más volvió a jugar con confianza.

Siempre observando. Siempre calculando. Siempre impecable.

Y Dahiana… con solo un delantal sucio, una cuchara y una risa escandalosa… había desarmado esa fachada.

Y justo cuando él pensó que podía acercarse…

Ella se arrodilló.

Y él odiaba eso.

Odiaba que el mundo lo viera como un castigo ala corona.

Como una figura perfecta e inalcanzable.

Como alguien a quien temer.