Sabina, una conocida mafiosa, se ve obligada a criar a los hijo de su hermana luego de que está muere en un trágico accidente. Busca hallar respuestas para sabre toda esa situación y saber quien se atrevió a matar a su gemela.
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capítulo 24
El beso fue apenas el principio.
Diego la sostuvo con fuerza, con una urgencia que no intentó disimular. El calor entre sus cuerpos crecía a cada segundo, como una llamarada alimentada por años de distancia emocional, por todas las veces que se contuvieron, por el dolor compartido que ahora ardía entre sus bocas entreabiertas.
Sabina no era de las que se rendían fácil, pero en ese momento se dejó llevar. Lo sintió en el modo en que él profundizaba el beso, en cómo sus manos se deslizaban por su espalda con decisión, como si buscara memorizar cada línea de su cuerpo.
Diego se incorporó de golpe, respirando agitado, sin dejar de mirarla.
—No sabes... cuánto te deseo, Sabina... —murmuró contra sus labios, con la voz ronca por la pasión—. Me vuelves loco...
Y sin darle tiempo a responder, la levantó en brazos con una facilidad que le hizo soltar un leve jadeo. Ella se aferró a sus hombros, riendo con suavidad, sorprendida por su ímpetu. Pero esa risa pronto se disolvió en un nuevo beso, más voraz, más hambriento.
Diego la sentó con cuidado sobre el escritorio, apartando papeles y objetos con un rápido manotazo. Se quedó un segundo mirándola, como si necesitara grabarse la imagen. Sabina, aún con el saco del traje puesto, el cabello suelto y los labios hinchados por los besos, le parecía irreal.
Ella se desabrochó los primeros botones de la chaqueta, sin dejar de mirarlo.
—¿Qué esperas? —susurró.
Eso bastó. Diego volvió a acercarse, deslizando sus manos por sus muslos cubiertos por el pantalón deportivo ajustado que llevaba bajo el saco. Lo sintió recorrer la línea de su cintura, subir por debajo de la camiseta entallada que usaba como parte del conjunto. Su piel se erizó al primer contacto.
—Estás hermosa así... —le dijo al oído, mientras comenzaba a bajarle la cremallera de la chaqueta—. Fuerte, segura... jodidamente irresistible.
Sabina arqueó la espalda cuando él bajó la cabeza para besarle el cuello. Sus labios se deslizaron con lentitud, como si cada centímetro fuera sagrado. La lengua de Diego trazaba líneas invisibles desde la mandíbula hasta la clavícula, y luego más abajo, donde la piel comenzaba a temblar de anticipación.
—Diego... —murmuró ella, entrecortada.
Él no contestó. La ayudó a quitarse la chaqueta y luego, con dedos impacientes, le levantó la camiseta deportiva. Sus ojos se detuvieron en sus pechos cubiertos por el top ceñido. No tardó en inclinarse y deslizar su boca sobre la tela, besando el contorno con reverencia, con hambre.
—Maldición... no sabes cuánto he soñado con esto —jadeó él, retirándole el top con un movimiento ágil, dejando sus senos al descubierto.
Los tomó entre sus manos, firmes, y comenzó a besarlos sin pudor. Sabina cerró los ojos, sintiendo cómo cada caricia se le clavaba en el vientre. La lengua de Diego se movía con destreza, alternando caricias suaves y succión intensa. Sus manos recorrían sus costados, bajando por sus muslos, acariciándolos con avidez.
Ella se aferró a su nuca, arqueando la espalda sobre el escritorio, rendida.
—Me vuelves loco... —seguía repitiendo él, como un mantra contra su piel—. No sabes lo que me haces, Sabina...
Sus dedos se colaron por la pretina del pantalón deportivo, y ella, sin vergüenza, lo ayudó a bajarlo. El calor entre sus piernas era insoportable. Su ropa interior estaba empapada por el deseo contenido. Diego lo notó. Se detuvo un instante a mirarla, a contemplar cómo se deshacía por él.
—Estás tan húmeda... —susurró, deslizando un dedo sobre la tela—. Me necesitas tanto como yo a ti.
Sabina soltó un leve gemido, asintiendo, sin poder articular palabra. Entonces Diego se puso de pie, quitándose la camiseta por la cabeza, dejándola ver su torso firme, trabajado, deseable. Luego desabrochó el pantalón y lo dejó caer junto con su ropa interior.
Sabina lo miró con deseo puro en la mirada, y Diego volvió a acercarse, besándola con una intensidad salvaje. La hizo reclinarse sobre el escritorio, sujetándola por la cintura mientras comenzaba a bajarle la ropa interior con calma tortuosa, hasta dejarla completamente desnuda ante él.
—Eres perfecta... —murmuró, inclinándose entre sus piernas.
Ella sintió el primer contacto de su lengua y se tensó, mordiéndose el labio. Los gemidos le brotaron sin control cuando él comenzó a lamerla con ritmo lento pero profundo, como si supiera exactamente cómo hacerla perder el juicio. Sus piernas temblaban, se aferraban a sus hombros, mientras su cuerpo entero se arqueaba por la tensión.
—Diego... por favor...
Él no se detuvo hasta hacerla temblar. Hasta que su cuerpo se contrajo por completo en un clímax inevitable que la hizo gritar su nombre. Solo entonces, cuando ella quedó jadeando, cubierta de sudor y deseo, Diego la tomó de nuevo entre sus brazos y la incorporó.
La besó. Un beso lleno de deseo, pero también de devoción.
—Ahora... quiero sentirte completa —dijo, llevándola al borde del escritorio.
Ella se aferró a su espalda mientras él la penetraba de golpe, sin más preámbulos. El gemido que escapó de sus labios fue ahogado por el siguiente beso. Se movieron como si hubieran nacido para eso, en un ritmo salvaje y perfecto. La madera del escritorio crujía bajo ellos. Las respiraciones se mezclaban, los cuerpos chocaban en una danza urgente.
—Eres mía... —susurró él entre jadeos, besándole el cuello con desesperación—. Solo mía...
—Sí —gimió ella, envolviéndolo con las piernas—. Hazme tuya...
Los movimientos se hicieron más rápidos, más intensos. La habitación se llenó de sonidos húmedos, de piel contra piel, del murmullo de sus nombres entre gemidos. Fue un momento fuera del tiempo, fuera del dolor, fuera del mundo.
Y cuando llegaron juntos al final, cuando el placer los desbordó como una ola violenta y dulce, se abrazaron con fuerza. Como si ese acto hubiera sellado algo más profundo que un deseo.
Como si, por fin, hubieran encontrado un lugar seguro el uno en el otro.
Daniel le hace falta agallas
por fin van a poder ser felices
No sé siñe a la típica historia romántica, es un drama que marcó vidas e hizo justicia .
💯 recomendada 👌🏼😉