Anne es una chica común: pelirroja, de ojos marrones y con una rutina sencilla. Su vida transcurre entre clases, libros y silencios, hasta que un día, al final de una lección cualquiera, encuentra una carta bajo su escritorio. No tiene firma, solo un remitente misterioso: "Tu luna". La carta está escrita con ternura, como si quien la hubiese enviado conociera los secretos que Anne aún no se atrevía a decir en voz alta.
Día tras día, más cartas aparecen. Cada una es más íntima, más cercana, más brillante que la anterior. Anne, con el corazón latiendo como nunca antes, decide dejar su respuesta: una carta pidiendo un número de teléfono, un pequeño puente hacia la voz detrás del papel.
Desde ese momento, las palabras ya no llegan en papel, sino en mensajes que cruzan el cielo entre la luna y la tierra. Entre risas, confesiones y silencios compartidos, Anne descubre que la persona tras el seudónimo no es un sueño, sino alguien real.
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Dime la verdad
No sé qué duele más: si no haberla visto por una semana entera o encontrarla hoy caminando por los pasillos con la mano entrelazada con la de Maicol, como si nada hubiera pasado. Como si nunca me hubiera dicho que yo era su Tierra.
La imagen me golpea como un puñetazo directo al pecho. Diana, con su cabello recogido con delicadeza, su falda floreada girando a cada paso y una sonrisa apenas dibujada en los labios. Una sonrisa que no es para mí. Una sonrisa que me clava mil agujas bajo la piel.
Me quedo quieta, paralizada junto a mi casillero. Todo se desdibuja a mi alrededor: las voces de mis compañeros, el chillido de los zapatos contra el suelo, el zumbido lejano de los maestros regañando. Solo los veo a ellos. A ella. Con él.
Nuestros ojos se encuentran.
Por un momento, juro que vi un temblor en su mirada. Una sombra, un silencio. Pero dura tan poco que podría haber sido una ilusión mía, el reflejo de lo que yo quería que sintiera.
Y entonces sigue caminando. De su mano. Con Maicol.
Siento que el aire me falta.
La rabia, la tristeza, la confusión, todo se enreda dentro de mí como un nudo imposible. La semana pasada lloré como una idiota frente a la puerta de su casa, tragándome el orgullo mientras su padre me escupía a los pies. La busqué, le escribí, esperé. Y ahora esto. Ahora ella está con Maicol, como si yo nunca hubiera existido. Como si todas nuestras madrugadas compartidas, nuestras cartas, nuestras promesas fueran un sueño sin importancia.
Camino rápido al baño, porque las lágrimas ya se asoman y no quiero que nadie me vea así. Me encierro en un cubículo y me cubro la boca con la mano, como si pudiera contener el dolor que me sacude el pecho. Quiero gritar. Quiero entender. Pero todo es un eco incompleto en mi cabeza.
¿Y si esto fue lo que ella eligió?
¿Y si Maicol le ofrece algo que yo no?
¿Y si... nunca me amó realmente?
Me abrazo las piernas, hecha un ovillo. Un meteoro ha impactado contra mi corazón y lo ha hecho trizas. Y lo peor es que fue la Luna quien lo lanzó.
Tal vez esto es lo que Diana quería decir cuando dijo "Debemos separarnos". Tal vez solo fue más valiente que yo. Tal vez Maicol siempre estuvo allí, esperando su momento, mientras yo creía que su luz era solo mía.
Y sin embargo...
Esa mirada. Ese temblor. Algo dentro de mí no quiere rendirse del todo.
Pero por ahora, no tengo otra opción más que tragarme el dolor, secarme las lágrimas y volver a clase con la espalda erguida y el alma hecha cenizas.
Los días desde que Diana volvió a la escuela fueron un desfile de silencio. Ella llegaba, se sentaba en su pupitre, evitaba mi mirada, y se marchaba sin decir una palabra. Pero no era solo eso. Era Maicol. Maicol, con su sonrisa ensayada, su brazo rodeando sus hombros, sus manos tomadas como si el mundo no doliera. Cada gesto era como una espina más enterrada en mi pecho.
El primer día pensé que sería un error. El segundo, una estrategia. El tercero, una pesadilla. Pero cuando vi a Diana mirar a Maicol como antes me miraba a mí, algo dentro de mí se quebró. Me dolía hasta respirar.
Ese viernes, ella salió del aula al sonar el recreo. No pude más. La seguí por el pasillo sin importarme si me veía. Caminaba directo al baño del segundo piso, ese al que iba cuando quería estar sola. La puerta se cerró tras ella y yo la abrí sin tocar.
Diana estaba frente al espejo, con las manos apoyadas sobre el lavamanos, la mirada perdida en su reflejo. Su figura me parecía más pequeña, más frágil. El aire entre nosotras era espeso, tenso, casi irrespirable.
—¿Por qué estás haciendo esto? —mi voz salió baja, pero firme.
Diana giró lentamente, sus ojos se agrandaron al verme. Dio un paso atrás, como si mi presencia la empujara.
—Anne, no deberías estar aquí —dijo en un susurro tembloroso.
—¿Y tú sí? ¿Sí deberías estar tomada de la mano con él? ¿Pretendiendo algo que no es real?
Sus labios se abrieron y cerraron como si intentara formar una excusa, pero nada salió. Solo bajó la mirada.
—¿Por qué no respondiste mis mensajes? ¿Por qué me dejaste sola cuando más te necesitaba?
—Porque no podía —dijo al fin, con la voz rota—. Porque mi familia… Ellos… Ellos creen que Maicol es mi novio. Él dijo eso para protegerme. Me dejaron volver solo si no había más… más "eso" entre tú y yo.
—¿Y tú accediste? ¿Simplemente aceptaste? ¿Y yo? ¿Qué fui yo para ti, Diana?
Vi cómo se le llenaban los ojos de lágrimas, y las mías ya resbalaban por mi rostro sin que pudiera evitarlo.
—Tú fuiste… eres… todo para mí —susurró—. Pero tengo miedo, Anne. De perder todo, de que me encierren, de que me hagan daño…
—¿Y no te das cuenta de que ya nos estamos haciendo daño? —me acerqué un paso, sintiendo que mi pecho se contraía—. No puedo mirarte actuar como si yo no existiera. Como si lo nuestro no hubiera sido real. Diana… te amo. ¿Y tú?
Ella tembló. Dio un paso hacia mí. Nuestras frentes casi se tocaron.
—Yo te amo más que a nada, Anne. Pero estoy atrapada. Y no sé cómo salir sin destruirlo todo.
—Entonces, aunque sea, dime la verdad a los ojos —le pedí—. ¿Nos amas lo suficiente como para luchar?
Diana me miró por fin, sin barreras. Y sus lágrimas respondieron por ella antes que sus palabras:
—Sí.
Nos quedamos en silencio, solo escuchando nuestras respiraciones entrecortadas. Yo sabía que salir de esto no sería fácil. Pero al menos ahora tenía su verdad. Su amor, aunque roto, seguía ahí. Y yo no iba a rendirme.