Aunque Dolía, Me Quedé

El aire en la habitación estaba cargado de una tensión sutil, como si cada palabra no dicha flotara en el ambiente, esperando el momento de explotar. Habían pasado días desde nuestra última conversación, y aunque intenté seguir como si nada, la realidad era que la distancia entre nosotros se hacía más evidente.

Me encontraba sentado en mi escritorio, repasando mentalmente cada interacción reciente. Había algo en su actitud, en sus respuestas cortas y su manera evasiva de mirarme, que me hacía sentir como si estuviera perdiendo una batalla que nunca supe que estaba peleando. Y entonces, sin pensarlo demasiado, tomé mi teléfono y escribí un mensaje:

—¿Podemos hablar?

Lo dejé ahí, sin más, esperando una respuesta que no llegó de inmediato. Mi reflejo en la pantalla del teléfono me devolvió una mirada cansada, llena de preguntas sin respuesta. ¿En qué momento llegamos a este punto? ¿Cuándo fue que todo lo que construimos comenzó a desmoronarse?

Minutos después, el sonido de una notificación me sacó de mis pensamientos. Su respuesta fue breve y distante:

—Ahora no puedo.

Suspiré, sintiendo el peso de esas palabras sobre mis hombros. No era la primera vez que me encontraba con esa barrera invisible, con esa indiferencia disfrazada de excusa. Pero algo en mí se negó a aceptarlo esta vez.

Decidí salir a despejar mi mente. Caminé sin rumbo fijo, dejando que el viento fresco de la noche me calmara. Me detuve en una cafetería y pedí un café sin realmente tener ganas de tomarlo. Mientras esperaba, mi mente divagaba entre recuerdos de lo que alguna vez fuimos y la realidad de lo que éramos ahora.

Recordé la última vez que realmente nos sentimos conectados. Fue en aquel paseo escolar, cuando su abrazo inesperado me hizo sentir, aunque fuera por un momento, que aún quedaba algo entre nosotros. Pero esa sensación se desvaneció tan rápido como llegó.

El sonido de mi teléfono vibrando en mi bolsillo me sacó de mis pensamientos. Miré la pantalla y vi su nombre iluminado. Sentí una mezcla de alivio y ansiedad mientras deslizaba el dedo para contestar.

—¿Qué pasa? —pregunté, tratando de sonar neutral.

—¿Dónde estás? —Su voz sonaba más suave de lo usual, casi como si estuviera dudando.

—Por ahí, caminando —respondí, tomando un sorbo de mi café.

Hubo un silencio incómodo antes de que volviera a hablar.

—Podemos hablar ahora.

No perdí tiempo. Pagué mi cuenta y salí apresurado. Nos encontramos en el parque donde solíamos ir cuando queríamos escapar del ruido del mundo. Al llegar, lo vi sentado en un banco, con la mirada perdida en el suelo, raro de ver.

—Viniste rápido —comentó sin mirarme.

—Dijiste que querías hablar —respondí, sentándome a su lado.

Otro silencio. Esta vez más pesado. Me armé de valor y fui directo al punto.

—¿Qué está pasando entre nosotros? —pregunté.

Él suspiró y finalmente me miró. En sus ojos había algo que no supe descifrar.

—No sé —admitió—. Siento que todo se volvió… complicado.

Asentí, esperando que continuara. Pero no lo hizo. Así que fui yo quien rompió el silencio otra vez.

—¿Complicado cómo? Porque desde aquí solo se ve como si estuvieras alejándote sin razón.

Él frunció el ceño, como si mis palabras lo hubieran golpeado más de lo que esperaba.

—No es tan simple —murmuró—. Hay muchas cosas en mi cabeza… y no sé cómo manejarlas.

—¿Y yo? ¿Dónde quedo en todo esto? Porque honestamente, me siento como si estuviera sosteniendo algo que tú ya dejaste caer hace mucho tiempo.

Hubo un destello de culpa en su expresión, pero lo ocultó rápidamente.

—No es así…

—Entonces dime cómo es —lo interrumpí, mi voz más firme de lo que esperaba.

Otro silencio. Luego, un suspiro profundo.

—A veces siento que lo que tú esperas de mí es algo que no puedo darte —confesó.

Sus palabras me golpearon como un balde de agua fría.

—Nunca te pedí nada que no pudieras dar —dije, sintiendo mi garganta apretarse—. Solo quería que me trataras como alguien que importa.

No respondió. Solo bajó la mirada, como si de repente encontrara el suelo increíblemente interesante.

En ese momento, sentí que todas mis emociones se acumulaban en mi pecho, listas para explotar. Y lo hicieron.

—Sabes, me cansé —dije con un tono de voz más bajo, pero cargado de sentimiento—. Me cansé de ser el único que intenta, el único que se preocupa. Me cansé de esperar algo que tal vez nunca llegará.

Se quedó en silencio. Y en ese silencio, encontré mi respuesta.

Me levanté, sintiendo el peso de la decepción sobre mis hombros.

—Si alguna vez decides que realmente quieres esta amistad, sabrás dónde encontrarme —dije antes de darme la vuelta.

No miré atrás. No podía. Sabía que si lo hacía, vería algo en su rostro que me haría dudar de mi decisión. Así que seguí caminando, dejando atrás no solo a la persona sentada en ese banco, sino también la versión de mí que alguna vez creyó que esto valía la pena.

Esa noche, mientras caminaba de regreso a casa, saqué mis audífonos y puse una canción que, en ese momento, sentí que describía perfectamente lo que estaba sintiendo. ‘Eres’ de Café Tacvba comenzó a sonar, y con cada palabra, sentí que mi propia historia se reflejaba en la letra.

‘Eres lo que más quiero en este mundo, eso eres…’

Me di cuenta de que, durante mucho tiempo, lo había puesto en un pedestal. Lo había visto como algo más de lo que realmente era. Y ahora, finalmente entendía que él nunca me vio de la misma manera.

‘Lo que a mi vida le hace falta si no vienes…’

Pero él no venía. Y tal vez nunca lo haría. Y yo tenía que aprender a estar bien con eso.