El Corazón Del Dragón

La atmósfera en la habitación era tensa, como si el aire mismo se hubiera vuelto más denso. Los muebles de caoba, tallados con intrincados detalles, parecían pesar sobre los hombros de los presentes. El Duque August Blackwood, de porte imponente y mirada penetrante, ocupaba un asiento junto a la chimenea, donde las llamas danzaban inquietas. Sus ojos, de un azul profundo, escudriñaban a Aurora con una mezcla de curiosidad y suspicacia.

Sophia Thorne, madre de Aurora, sostenía a Margareth en sus brazos. La pequeña tenía los ojos grandes y oscuros, como si supiera más de lo que su corta vida le permitiría. Sophia acariciaba su cabello con ternura, pero su mirada estaba fija en su hija mayor. ¿Qué secreto guardaba Aurora? ¿Por qué la ansiedad se reflejaba en sus ojos?

Atticus Thorne, el padre, estaba junto a la ventana. La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas de encaje, delineando su figura. Sus manos, fuertes se aferraban al alféizar. ¿Qué tormentos acechaban en su mente? ¿Qué decisiones difíciles se avecinaban?

Elliot, el hermano mayor, permanecía en silencio. Su expresión era un enigma. A pesar de su juventud, había visto lo suficiente en la vida para no sorprenderse fácilmente. ¿Qué papel desempeñaría en esta intriga familiar? ¿Sería leal a su hermana o a su linaje?

La habitación estaba adornada con tapices antiguos que representaban escenas de batallas y héroes olvidados. Las velas parpadeaban en los candelabros de plata, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra. El reloj de pie en la esquina marcaba las horas con un tic-tac constante, como si también estuviera impaciente por conocer el secreto de Aurora.

Y así, en ese escenario cargado de expectación, Aurora se aclaró la garganta y comenzó a hablar. Su voz temblorosa

resonó en la habitación, y todos los ojos se posaron en ella.

Hace mil años, en la era de Draikon, los dragones coexistían en armonía con los humanos. Sus escamas brillaban bajo el sol, y sus alas majestuosas surcaban los cielos. Los aldeanos los consideraban guardianes y aliados, y las leyendas hablaban de héroes que montaban dragones para proteger sus tierras.

En aquel tiempo, tres clanes de dragones dominaban la región: los Escama de Fuego, cuyos rugidos eran como el crepitar de las llamas; los Alas de Hielo, cuyas garras heladas podían congelar un río entero; y los Ojos de Esmeralda, cuyas miradas penetrantes revelaban secretos ocultos.

En aquel mundo, los dragones tenían la habilidad de transformarse en forma humana, aunque siempre conservaban algún rasgo distintivo: un par de cuernos, ojos centelleantes o garras afiladas. Esta dualidad les permitía moverse entre los dos mundos.

Sin embargo, junto con la existencia de los dragones, había un Archimago cuya magia oscura desafiaba las leyes naturales. Su nombre era Reikon, y su ambición no conocía límites. Anhelaba conquistar tanto la tierra como los cielos, y para lograrlo, controlaba a los dragones mediante artes prohibidas.

Para enfrentarse a Reikon, los líderes de los tres clanes dragones se inmolaron durante tres días y tres noches, funcionando sus cuerpos a una piedra preciosa, un rubí, que simbolizaba sus corazones. Quien portara este Rubí podría acceder a la magia de los tres clanes y fusionarlos en uno solo. Sin embargo, no cualquiera podía manejarlo. Se requería una resistencia mágica excepcional y una afinidad profunda con la magia ancestral de los dragones. El destino de ambos mundos pendía de un hilo, y solo un elegido podría llevar la carga del Rubí y enfrentar a Reikon.

El tiempo avanzaba inexorablemente, y tanto humanos como dragones sacrificaron sus vidas en un intento desesperado por contener el poder del Rubí. La esperanza se desvanecía cuando Reikon logró controlar y aniquilar a casi todos los dragones. Solo uno sobrevivió: Seika, el más joven de su especie, apenas un adolescente en términos de años dragónicos.

Seika es un joven de cabello negro azabache, que cae en mechones desordenados sobre su frente. Sus ojos son del color del cielo antes de la tormenta, y su piel, bronceada por el sol y las batallas, muestra cicatrices de antiguos enfrentamientos. Viste una túnica de cuero resistente, adornada con símbolos de los tres clanes de dragones. Sus botas son prácticas y gastadas por la aventura, y lleva una daga en el cinturón. Seika es reservado pero apasionado. Su determinación es inquebrantable, y su lealtad hacia Aura y la causa es incuestionable.

Seika se transforma en un dragón de tamaño mediano. Sus alas son amplias y membranosas, y su cuerpo está cubierto de escamas iridiscentes que cambian de color según la luz. Las escamas de Seika son de un verde profundo, con reflejos dorados en los bordes. Su cola es larga y flexible, y sus garras afiladas como cuchillas. Sus ojos de dragón son de un azul intenso, llenos de sabiduría ancestral y una tristeza que solo los siglos pueden otorgar.Seika puede exhalar fuego, pero también tiene la habilidad de congelar con su aliento helado cuando lo necesita.

Con Seika, quedó un huevo, una última chispa de esperanza para su linaje. Los ancianos dragones le encomendaron una misión crucial: encontrar a la persona capaz de contener el poder del Rubí y, así, poner fin al reinado oscuro de Reikon.

A lo largo de cinco años, Seika buscó incansablemente a una humana capaz de controlar el poder del Rubí. Finalmente, encontró a Aura, pero el Rubí resultó ser inestable en sus manos. Juntos se dedicaron a entrenar, tratando de dominar su energía volátil. Mientras tanto, Reikon continuaba su devastadora conquista, destruyendo ciudades y pueblos sin piedad.

Aura, es una joven de mirada intensa y cabello oscuro como la medianoche. Su piel es pálida, pero sus ojos brillan con una determinación inquebrantable. Aunque su estatura es pequeña, su presencia es imponente. Viste ropas sencillas pero funcionales: una túnica verde esmeralda que se ajusta a su figura ágil y botas de cuero gastadas por la aventura.

Aura es valiente y apasionada, con una afinidad natural hacia la magia ancestral de los dragones. Su corazón late al ritmo de los vientos que surcan los cielos, y su mente está llena de secretos y leyendas. A medida que entrena junto a Seika para dominar el poder del Rubí, su vínculo con él se profundiza. Es una luchadora incansable, dispuesta a sacrificarlo todo por la causa.

El vínculo entre Seika y Aura se fortaleció con el tiempo. En medio de la lucha contra Reikon, su amor creció, alimentado por la necesidad de proteger a ambos mundos. Durante siete intensos días, enfrentaron al Archimago y sus fuerzas oscuras.

Sin embargo, la tragedia acechaba. El huevo de dragón que Seika había protegido fue corrompido por Reikon. Obligado a pelear contra Aura y Seika, el huevo no pudo resistir la influencia maligna. Reikon lo aniquiló, y así, el dragón que emergió de él nunca conocería el amor ni la luz.

El Archimago, en un acto de astucia, simuló rendirse. Sin embargo, en un movimiento veloz, acabó con la vida de Seika. Reikon rió victorioso, creyendo que había aniquilado a todos los dragones. Pero Aura, desgarrada por el dolor y la furia, gritó al perder a Seika.

Reikon intentó controlarla, pero en ese momento, las palabras de Seika resonaron en su mente. Recordó su promesa y la fuerza que Seika le había transmitido. Con determinación, Aura se liberó de la influencia maligna y, con un ataque certero, puso fin al reinado oscuro de Reikon.

La tristeza envolvió a Aura como un manto oscuro. Sin Seika a su lado, se sentía perdida, como un barco sin timón a la deriva en un mar tormentoso. Cada rincón del mundo le recordaba su amor perdido: los árboles susurraban su nombre, las estrellas parpadeaban como los ojos de Seika y el viento llevaba consigo sus suspiros.

Vagó sin rumbo fijo, Seika ya no estaba allí para escucharla ni para secar sus lágrimas.

Aurora concluyó la narración de la historia y miró a los presentes en la habitación, esperando una reacción o respuesta. Finalmente, el duque habló: "Es una historia interesante, pero no entiendo qué tiene que ver eso contigo o con alguno de nosotros". Aurora suspiró. "Sé que suena muy loco, pero usted, señor Blackwood, es la reencarnación de Seika, y yo soy Aura. Y el huevo que está en mi habitación es nuestro hijo". La revelación dejó a sus padres pálidos y a Elliot atónito, sin reacción alguna.

"¿Qué?" preguntó el duque, en total shock. Aurora continuó, desvelando el resto de la historia.

Después de la épica batalla contra Reikon, Aura recurrió a un hechizo prohibido. Su objetivo: permitir que el alma de Seika renaciera en una era de paz. Pero no se detuvo ahí. Cuando descubrió que estaba embarazada, hizo lo mismo consigo misma. Vagó por el mundo, buscando un lugar seguro para convertir su feto en un huevo, pues esperaba un híbrido. Con gran determinación, infundió el huevo con un poderoso encantamiento, asegurándose de que solo eclosionara con la magia ancestral que le imbuirán sus padres en el momento que esté por nacer.

^^^**“Imbuir” implica transmitir, infundir o empaparse de algo, ya sea conocimiento, emociones o valores. Es un verbo poderoso que nos conecta con la influencia que ejercemos sobre los demás y cómo absorbemos lo que nos rodea.^^^

En su lucha por preservar los recuerdos de Aura, selló sus memorias. Sin embargo, aún no era el momento de despertar, algo o alguien obligó que el sello que mantenía los recuerdos de Aura se rompiera. Por ese motivo, mi yo Aurora comenzó a experimentar episodios de pérdida de memoria. Por el impacto del sello roto. Con cada desmayo Aurora accedía a otro fragmento de los recuerdos de Aura y así fue como terminó despertando.

Las palabras de Aura resonaron en toda la habitación: "No solo despertamos nosotros. Reikon también lo hizo; él renació antes que nosotros. Es el mago oscuro que acecha en la oscuridad".