Isabella es la hija del Duque Lennox, educada por la realeza desde su niñez. Al cumplir la edad para casarse, es comprometida con el Duque Erik de Cork, un hombre que desconoce los sentimientos y el amor verdadero.
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CAPÍTULO 23 UNA APUESTA ENTRE CABALLEROS
La tarde del día se desvanecía, y la caballería se encontraba lista para partir hacia sus respectivas provincias antes de que el sol se ocultara por completo.
Un campamento temporal había sido establecido, con una pequeña tienda que serviría como punto de comunicación entre la tropa y el reino.
Por la mañana, un águila mensajera, la más rápida de todas, había sido enviada con un informe detallado para el Rey Evan sobre la misión que estaba a punto de comenzar.
El barón Joel se acercó al duque, trayendo consigo a su caballo. El animal, Dior, no parecía sentir simpatía alguna por el barón y relinchaba con rebeldía. “Mi señor”, dijo Joel, visiblemente molesto. “¿Su caballo me detesta, o solo lo presiento?”.
Erik se acercó a Dior y le acarició la melena, dándole palmaditas en el lomo para calmarlo. El caballo, al sentir la mano de su amo, se tranquilizó de inmediato. “Barón, ¿el mensaje fue enviado a su majestad?”, preguntó Erik, cambiando de tema.
“Sí, mi señor, a través del águila más rápida”, respondió Joel, orgulloso.
“¿Algún mensaje del reino?”, insistió Erik.
“Solo el que llegó antes de entrar a Efrom, que le fue informado de inmediato… aunque…”. El barón hizo una pausa, dudando. Finalmente, continuó. “También venía un informe de María, a quien usted dejó a cargo para cuidar de las necesidades de la duquesa”.
Erik levantó una ceja, la sorpresa en su rostro. “¿La duquesa?”, inquirió.
“Su esposa, mi lord, la señora Isabella”, aclaró Joel. “Al parecer, la señora aún tenía fiebres altas y su hermana, la señorita Antonia, buscó en secreto al médico real del palacio”.
“¿En secreto?”, cuestionó Erik, una sombra de molestia cruzando su rostro. “¿Acaso en la nobleza enfermarse es un pecado mortal?”.
“No, mi señor. Al parecer, la señorita Antonia quiso evitar las habladurías en contra de su hermana”, respondió el barón.
Erik, que ya estaba colocando la montura en el lomo de Dior, lo instó a continuar. Pero el barón, visiblemente incómodo, parecía trabarse. Hablar de esos temas le resultaba vergonzoso. Sin embargo, la mirada penetrante de Erik le daba más miedo que el bochorno. “Mi señor, después de casarse, usted partió y… bueno… la señora Isabella todavía…”. Las palabras se negaban a salir.
Erik, perdiendo la paciencia, alzó la voz. “¿Todavía qué? ¡Habla de una vez antes de que se me agote la paciencia!”.
“¡Todavía continúa virgen, mi señor!”, soltó el barón, rojo de la vergüenza. “Y como no pasó la noche con la señora, ante la sociedad eso solo significa que la ha repudiado”.
La respuesta pareció dejar a Erik congelado por un momento. Comprendió de inmediato por qué Joel había dudado. Eran temas que no se discutían entre caballeros.
“Mi señor”, continuó Joel, sintiéndose un poco más valiente. “Pareció como si fuera un novio fugitivo ante los ojos de quienes observaron esa situación tan vergonzosa para la señora Isabella”.
“Joel, no soy un hombre que haya nacido para sentarse en una mesa a tomar té con una mujer todo el día”, replicó Erik, la voz llena de frustración. “No tengo ningún tipo de pensamiento o sentimiento acerca de una señorita a la que ni siquiera conozco.
¿Cómo pretendes que alguien a quien solo he visto tres veces duerma en mi cama? No fui criado con las estupideces de la nobleza, y no pienso acomodarme a sus protocolos. Además, ella es solo una niña”.
“Mi señor, la señorita ya había cumplido la mayoría de edad para ser desposada”, le recordó el barón con orgullo. “Y es una dama encantadora que sabe de ciencias, artes, e incluso deportes. El Rey Evan le otorgó el privilegio de adquirir conocimientos que usualmente son solo para varones”.
“Yo solo veo a una niña… ¡Oh, por los cielos!”, exclamó Erik, terminando de ajustar las correas a Dior. Montó a su caballo con un movimiento rápido.
“Barón, ¿en qué momento terminé discutiendo por una mujer? Es hora de partir. Reza a tus dioses para que tu señora no enviude”. Y, sin más, espoleó a Dior y se dirigió hacia donde se agrupaban los demás caballeros.
El barón Joel se quedó mirando al duque a lo lejos. En ese momento, Micaelo se le acercó y le dijo: “Creo que mi señor tendrá nuevos dolores de cabeza, jajajajaja. Dale tiempo. Si es tan maravillosa como dices, deberá tener la capacidad de domar al duque”.
Máximo, que había estado observando la escena desde la copa de un árbol, bajó y se unió a la conversación. “¿Acaso creen que una mujer de la nobleza tiene alguna posibilidad? Son dos mundos diferentes. Uno de los dos saldrá corriendo como loco, jajajaja”.
“Yo apuesto que será la señora”, respondió Fredo, que también había estado en la copa de un árbol.
“¿No les da vergüenza escuchar conversaciones ajenas a escondidas, como si fueran unos gorilas en los árboles?”, les espetó el barón, molesto.
Ángelo, que también había bajado de uno de los árboles, se unió a la burla. “Yo también apuesto que la señora dimitirá”.
“Me uno a la apuesta”, dijo Máximo.
“¿Y tú por quién apostarías, barón Joel?”, preguntó Ángelo.
“Qué irrespetuosos son, caballeros. ¿Acaso quieren morir a manos del duque? Sin embargo… estoy del lado de la sabiduría del Rey Evan. La señora logrará ganar el corazón de mi señor. Con permiso”, dijo el barón, retirándose con total seguridad en sus palabras.
Micaelo se acercó a los demás y les dijo con una sonrisa cómplice: “Apuesto y pago que la señora domará a nuestro ‘caballero rojo’”.
Después de hacer sus apuestas sobre la pareja recién casada, los caballeros montaron sus bestias y se organizaron en los tres grupos. Apenas la luna apareció en el cielo, emprendieron su viaje.
Solo el tiempo diría quién ganaría la apuesta, pero por ahora, una misión los esperaba. Su gente los necesitaba y las provincias fronterizas debían recuperar la confianza en su rey.
El día de mañana sería uno más de tantos, en el que sus espadas se teñirían de la sangre de sus enemigos.
...Autora ...
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