La Dama Del Basurero

Salió del lavadero secándose las manos en los pantalones. Se dirigió a la cocina y, cuando abrió la puerta, un olor delicioso a tostadas le invadió el olfato. Inmediatamente, se le llenó de agua la boca.

Eduardo estaba trajinando sobre la hornalla con unos huevos revueltos. Se notaba que tenía habilidad, pues estaban quedando perfectos. Uno podría pensar que no había ninguna ciencia en cocer unos huevos, pero mirando las habilidades de este hombre en la cocina, podría pensarse que estaba a la altura de la física cuántica.

Se acercó arremangándose para ayudar, pero el hombre la cortó en seco.

- Vaya a sentarse. Yo me arreglo aquí.

Ella levantó las manos en señal de rendición y se sentó a la mesa de frente a la cocina. Podía apreciar perfectamente la espalda del empresario desde esta posición. Su parte trasera era un triángulo perfecto: anchos hombros y cintura estrecha. Y su trasero se entreveía firme, sin una gota de grasa innecesaria. En fin: Una fiesta para los ojos.

Ajeno al escrutinio, el empresario se concentraba en que las tiras de panceta le quedaran crujientes. Había preparado un desayuno americano para “engordar” un poco a la muchacha. No podía tolerar verla tan delgada.

Eduardo pensó en las palabras de su amigo la noche anterior: la chica no encajaba para nada en su descripción de mujer intrigante. Lejos de presentarse arreglada y maquillada, aparecía ante él con esa ropa enorme que ocultaba totalmente su cuerpo. Sabía que estaba delgada por sus mejillas descarnadas, pero su figura estaba totalmente oculta a los ojos. Primero pensó que esta costumbre se debía a que no podía elegir mucho la ropa, pues imaginaba que se vestía con lo que encontraba en los basureros. Pero notó que prácticamente toda su ropa era de ese estilo: grande e informe. Sospechaba que era un intento de ocultar su excesiva delgadez.

Terminó de cocinar y dejó de lado sus cavilaciones. Se dirigió a la mesa con sus creaciones y las puso delante de la mujer.

- Sírvase. Espero que le guste.

- El presidente de KGroup me está cocinando en persona. ¡Seguro que me va a gustar!

Dicho esto, atacó la comida con apetito. El hombre no pudo evitar reír con su ocurrencia. La verdad era que se sentía muy cómodo con esta chica. Aunque el comienzo fue tenso y lleno de malos entendidos, la convivencia ahora era suave y tranquila. No pudo evitar pensar en el contraste con su casa: cada vez que volvía, su madre lo atormentaba con que estaba solo y que necesitaba casarse con esa turra de Micaela. Era un bombardeo constante que le quitaba las ganas de volver.

Como si con sus pensamientos convocara al diablo, su teléfono comenzó a sonar insistentemente. Miró el identificador y lanzó un gran suspiro.

- Ya vuelvo. Voy a atender esta llamada.

La chica estaba con la boca llena, por lo que solo atinó a asentir. Él se levantó y se dirigió al comedor.

📱 Hola, Má. ¿Qué pasa?

📱¿Dónde estás? ¿Por qué no volviste a casa anoche?

📱 Estoy en el departamento. Tomé unas copas de más y había despedido al chofer. Así que preferí venir a dormir acá.

📱 Venite de inmediato. Te estoy esperando para almorzar. Después de todo es domingo. Es el único día que podemos almorzar juntos.

📱 Está bien, Má. Estoy desayunando recién. Termino y voy para allá.

📱 Te voy a estar esperando. Tenemos que hablar.

Eduardo lanzó un sonoro suspiro. Sabía cuál sería el tema.

📱 Está bien, Má. En un rato nos vemos.

Cortó sin darle oportunidad a la mujer para seguir su perorata. Volvió a la cocina, pero su estado de ánimo ya había cambiado para mal.

- ¿Todo bien?

Katrina notó el cambio de humor del hombre y preguntó preocupada.

- Sí. Todo bien. Termino de desayunar y tengo que irme.

- Ok. Yo limpio. No se preocupe.

- De acuerdo.

Continuaron el desayuno en silencio, cada uno ensimismado en sus cavilaciones. El ambiente relajado que había reinado entre ellos se había esfumado como por encanto.

Eduardo se despidió después de un rato y Katrina se quedó limpiando y acomodando el departamento.

Lavó su ropa y, ya que estaba, puso a lavar las cortinas y las sábanas. Pasó toda la tarde planchando y remendando prendas. Uno podría pensar que en la casa de un millonario no habría nada roto, pero encontró un par de remiendos para hacer y se puso inmediatamente manos a la obra.

Prestó especial atención en dejar su uniforme, un conjunto de pantalón y camisa hecho en tela de jean gruesa, en condiciones. Ya le había advertido don Vázquez, su jefe, que eran los pisos VIP y que debía lucir impecable. Ella se lo tomó con gran seriedad, poniendo extra cuidado en no ensuciarse más de lo necesario, no mancharse, no hacer mucho desorden cuando tenía que hacer una reparación, etc.

Limpió el departamento con esmero. Se preocupó en dejarlo reluciente. No quería que el dueño pensara que era una persona indolente. Trapeó los pisos y repasó los muebles, que ya tenían una incipiente capa de polvo. Terminó a la noche cansada pero feliz. Sabía que era temporal, pero podría decirse que, por fin, tenía un lugar al que llamar hogar.

Se tumbó en el sillón a leer un rato. Esta semana había descuidado sus estudios por la adaptación al trabajo, al nuevo entorno, etc. Pero eso no estaba bien. Esta era una oportunidad única: con un techo sobre su cabeza y comida para cada día, no podía perder el tiempo. Apenas cobrara su primer sueldo, se inscribiría en un instituto on-line para obtener su título secundario y empezar una carrera en la universidad. Su intención era rendir todas las materias en modalidad libre, una por semana, hasta terminar. Según sus cálculos, eso no debería llevarle más de tres meses.

Había elegido repasar literatura, que era la que más le gustaba. Se sumergió en la lectura hasta el punto de perder la noción del tiempo. Se dio cuenta cerca de la medianoche que ya se había hecho tarde. Guardó todo y se fue a la cama a dormir.