Violeta, La Nueva Esposa Del CEO

Capítulo Veintitrés

Desperté y recordé lo que habíamos hecho la noche anterior con Ignacio. Ese hombre era un demente. Seguramente no quedará un animal a kilómetros de nosotros, ya que empezamos a cantar karaoke con la música a todo volumen después de un par de tragos. Al mirar a mi alrededor me di cuenta de que no había ni llegado a la cama, estábamos en el sofá.

–¿Violeta? –la voz venía de Juan Manuel. Ignacio me estaba abrazando y aún no despertaba.

Al mirar hacia la puerta vi a mi ex entrar con unos amigos y una chica muy bella que se aferraba a su brazo como si tuviera temor a que alguno de los animales desecados de las paredes la fuera a querer devorar.

–No te muevas –dijo Ignacio y lo sacudí para que se despertara.

–¿Qué ocurre? –Ignacio parecía estar perdido mentalmente, nunca lo había visto así. Siempre que dormíamos juntos, él despertaba primero o lo hacía lúcido; pero después de haber bebido tanto no podía.

–¿Nacho? –la chica parecía conocer a mi esposo. ¿De qué se trataba todo esto?

–Pedí permiso a mi padre para venir con unos amigos a la cabaña. No sabía que ustedes estarían aquí –dijo Juan Manuel y lo miré con disgusto. No era bueno mintiendo.

–Amor, vamos a la cama –dije a mi esposo y este se puso de pie y me abrazó–. Pueden usar el lado izquierdo de la casa hasta que Ignacio se sienta bien y puedan conversar.

–¿Quién se cree ella que es? –dijo la chica, pero Juan Manuel la detuvo.

–Quieres ayuda para cargarlo? –me preguntó mi ex y le aseguré que no hacía falta.

Al entrar al dormitorio él se tiró sobre la cama. Era muy tierno, lo frágil que parecía así. Le di un beso, ya que no recordaría ese momento por su estado, sin embargo, yo recordé lo que habíamos hecho la noche anterior.

–Vi, creo que debemos detenernos–decía Ignacio mientras yo estaba sobre él casi desnuda.

–¡Por dios! –grité y él me miró, lo desperté sin querer.

–¿Qué ocurre? –me preguntó y miré en dirección a la puerta–. ¿Qué pasa Vi?

–Tu primo vino con unos amigos y nos vio en el living. Deberías ducharte e ir a hablar con él –le dije y me fui a mi cuarto.

Tenía la mano tapando mis gritos internos. Ignacio había visto mis insignificantes pechos y yo había colocado sus manos sobre ellos. ¿Cómo fue que yo?

–Violeta ¿Qué haces? –me preguntó Juan Manuel al ver que yo estaba entrando en otro dormitorio.

–Voy a ducharme –dije con la voz entre cortada y tratando de parecer cansada. A mi cabeza no dejaban de llegar imágenes vergonzosas.

–Me refiero a esto–me mostró el anillo en mi mano–. ¿Te casaste con Ignacio? Él no es una buena persona. Ha hecho mucho daño a nuestra familia. Incluso debí irme a estudiar al extranjero por su causa. Si no tú y yo jamás nos habríamos separado.

–Es típico de ti pensar que no habría razón para que nos separáramos. Olvidaste que después de acordar no seguir juntos fuiste con tus amigos a un bar y tuviste relaciones con una de nuestras compañeras –dije, era una tonta por sorprenderme de sus conductas.

–¿De qué hablas? –él tomó mi mano y yo me solté.

–No es nada, mejor dejemos el pasado atrás. Tú concéntrate en tus cosas y deja que yo me ocupe de las mías –le aseguré.

–Violeta, nunca dejé de amarte –dijo Juan Manuel haciendo que mi pecho doliera. Era estúpido creer en alguien como él, pese a todo lo que lo quise solo me usó y me descartó como el resto.

–Aléjate de mi esposa –dijo Ignacio con el rostro petrificado y una furia que jamás había visto en una persona. Al parecer no se había duchado todavía, eso quería decir que escuchó nuestra conversación.

–Estoy bien –aseguré, aun así, Ignacio se paró entre nosotros.

–¿Por qué no nos duchamos juntos? –me preguntó sonriéndome. Había cambiado muy de golpe, aún no podía quitar de mí la sensación de temor–. Tu baño es más grande que el mío, estaremos más cómodos.

–Claro –dije tratando de conservar la calma.

–Mi esposa y yo vinimos a descansar. Espero que sepas mantener tu lugar o tendré que pedirte que te marches –le dijo Ignacio a Juan Manuel. Aunque este no se quedaba atrás; ambos parecía que deseaban arrancarse los ojos.

Entramos a mi cuarto y mi esposo se sentó en la cama. Se notaba que estaba muy perturbado.

–¿Qué es lo que te ocurre? –pregunté confundida.

–Creo que sé cuál fue la razón por la que Paola me dejó hace años. Aunque eso hace que sea posible que ese niño si sea mi hijo –dijo, pero no lo comprendí, por lo que me mostró una fotografía.

–¿De dónde la sacaron? –pregunté sorprendida y dolida.

–Estaba en un celular viejo de ella, tenía contraseña y no insistí en revisarlo, pero ahora que volvió pedí que no dejaran nada oculto. El maldito de mi tío organizó esto –dijo Ignacio como si deseara matar a alguien.

–Mírame, por favor, mírame Ignacio –dije y tomé su rostro con mis manos–. No dejes que ellos controlen tu mente. Quieren que pierdas ante tus emociones.

–Ayúdame a no pensar –dijo con lágrimas en sus ojos y lo besé.

Él no me detuvo, sino que me acercó y empezó a juguetear dentro de mi boca. Esto no estaba bien e iba a traer consecuencias, pero no me importó. Él abrió sus piernas para que yo me pudiera encajar en ellas. Era tonto ver que solo sentado podía llegar a sus labios sin ponerme en punta de pie sin que él tenga que encorvarse.

Me bajó las tiras del overol; tras hacerlo me miró como si deseara continuar. Así le facilité las cosas y me desprendí el brasier mientras mi blusa volaba lejos de los dos. Cerré los ojos al sentir el roce de su piel con la mía. La calidez de sus caricias y la suavidad de sus toques me provocaron tiritar de gusto. Era la primera vez que estar desnuda frente a alguien tomaba otro sentido para mí. Al besarnos con tanta fuerza e intensidad podía sentir cómo la sangre se acumulaba mi rostro y mis labios palpitaban. Él se bajó los pantalones y no me animé a mirar. Ya lo había tocado y tenía una idea de su tamaño. No quería que eso me detuviera, pero cuando debí hacerlo yo me di cuenta.

–No puedo hacerlo –dije avergonzada.

Autora: Osaku