PRIMERA PARTE DE LA TRILOGÍA AROMAS.
SIN EDITAR.
Éley es un omega recesivo.
Lukyan es un alfa dominante.
Ambos se conocen en una noche en un bar y se vuelven amigos, sin embargo, hay un problema. Lukyan tiene un desagrado por los omegas debido a las situaciones por las que ha pasado durante toda su vida. Se mantiene alejado de todos ellos volviéndose odiado por muchos omegas y alfas. Ante eso, Éley finge ser un beta porque, debido a que es recesivo su aroma no se nota. No obstante, un día cuando Lukyan siente un dulce aroma a flores, todo cambia.
¿Para bien?
¿Para mal?
Solo queda descubrirlo...
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22.
La universidad se estaba volviendo estresante, cansadora y un lugar al que Éley no quería ir nunca más. El tener que levantarse en las mañanas se le estaba haciendo algo totalmente arduo de cumplir. El tener que abrir sus ojos y recordar las cosas por las que había pasado lo lastimaban cada vez más.
Soltó un suspiro y bajó al primer piso para ver a su familia. Los gemelos, como siempre, estaban molestando a su padre. Decían las mismas cosas a la misma vez y, el pobre hombre, casi se tiraba de los pelos. La madre, solo estaba ahí con una sonrisa mientras dejaba algunas cosas en la mesa. Habían algunos sirvientes, pero ella siempre solía encargarse de la comida y los sirvientes solo se preocupaban de mantener limpia la casa entera, cortar el césped, limpiar la piscina, lavar la ropa y así.
Los quedó mirando unos segundos porque se veían felices, pero él se sentía lleno de tristeza. Bajó la mirada un instante y volvió a alzar la mirada.
—Cariño, ven a tomar desayuno —le habló la madre.
—Ven, Éley, mira que estás todo flaco —dijo uno de los gemelos.
Quiso sentarse a comer con ellos como antes y disfrutar de las tonterías que ellos hablaban, pero no quería escucharlos.
—Gracias, mamá, pero no tengo hambre y ya voy tarde.
—Te llevamos —soltó el otro gemelo mientras se llevaba una tostada a la boca.
—No, gracias, quiero irme solo.
Sin más, solo salió. Los cuatro se quedaron mirando de forma atenta porque era más que obvio el hecho de que al Omega le ocurría algo. La madre quiso ir tras de él para poder hablar porque estaba preocupada. Ya iban demasiadas semanas donde se veía triste y decaído. Ya iban días donde lo cabizbajo se le notaba a metros de distancia y ya no quería verlo de aquella manera. Tenía más que claro que era por el hecho de aquel Alfa, sabía que desde que le había preguntado por él es que estaba extraño, pero no quería decir nada porque sabía que el padre si se enteraba se iba a volver loco porque no le agradaba en lo mas mínimo esa familia.
Se le encogió el pecho por verlo de esa manera y no supo que hacer para ayudarlo.
Dio un par de pasos para ir donde él, pero el padre la detuvo tomándola del brazo en un gesto amable. Lo miró asustada porque, lo que menos deseaba, era que fuera a discutir con Éley, pero él le dio una mirada amable y besó su frente antes de salir.
El pelirrojo dio un par de pasos mirando el suelo antes de escuchar su nombre siendo pronunciado por su padre. Se detuvo y miró sobre su hombro.
—Hoy no, papá, no quiero discutir —susurró.
—Vamos, caminemos un poco. Siempre llegas temprano a clases, no importa si te atrasas un día.
El padre le dio un pequeño empujón en su espalda y Éley comenzó a caminar. Su padre era alto y fuerte, así que la diferencia era más que evidente. Él le llegaba más abajo de los hombros ya que era casi del mismo porte que su madre. Los altos eran los tres Alfas.
Tragó saliva porque no sabía lo que realmente quería su padre, pero él solo quería hablar con su hijo un poco. Sabía que solía ser cascarrabias la mayoría de los días y que pelear era su segundo nombre, pero no podía evitar sentir preocupación cuando veía a sus hijos tristes o preocupados, sin importar que fuera el par de gemelos que lo único que hacían era sacarle canas verdes cada día desde que habían nacido.
Cruzaron la calle y caminaron de forma lenta. La madre los vio caminar desde la puerta y soltó un suspiro esperando que no fueran a pelear.
—Tranquila, mamá, vamos a terminar de tomar desayuno. Que ellos hablen en paz —dijo Alay mientras pasaba su brazo por sobre sus hombros.
—Bueno, cariño —susurró ella cerrando la puerta.
Éley alzó la mirada para observarlo un par de veces, pero tenía su rostro serio todo el tiempo.
—Papá...
—¿Recuerdas que siempre salíamos a caminar cuando eras pequeño? —preguntó.
—Oh, sí.
—Veníamos todas las tardes porque te gustaban los juegos que habían —recordaba con una sonrisa y casi podía ver a Éley más pequeño corriendo y tirando de él para todos lados.
Sin duda alguna, él había sido más feliz y tranquilo con Éley, pues siempre le hacía caso y no lo hacía pasar rabia o vergüenzas. Él se comportaba, pero los gemelos siempre hacían travesuras y buscaban pelea con cualquiera que se cruzara en su camino. Pero, a pesar de eso, él amaba a sus tres hijos.
—Sí, pero ya sacaron los juegos.
—Eso fue triste.
—Un poco, pero igual es bueno porque ocuparon el espacio para plantar más árboles y flores. Es mejor tener más espacios verdes.
El padre soltó una sonrisa.
—Ven, vamos a sentarnos en esas bancas.
Cuando tomaron asiento, se ganaron bajo un árbol que les daba sombra del sol que estaba iluminando con fuerzas. Se quedó jugando con sus manos unos segundos porque estaba nervioso. Entonces, lo escuchó decir:
—Éley, sé que a veces soy muy insistente con ciertas cosas que a ti no te gusta hablar, pero es porque me preocupo. Con tu madre siempre nos preocupamos por ti y, a pesar de que me enojo mucho, siempre estoy pendiente de ti. Solo quiero que estés bien siempre y no me gustaría que siempre seas alguien solitario.
—No soy solitario, tengo a Cheng —le recordó.
—Lo sé, es un buen amigo. De esos pocos amigos que se pueden encontrar en la vida, pero no me refería a eso. Habló del hecho de que, así como yo encontré a tu madre que es perfecta para mí, yo quiero que encuentres a alguien que sea perfecto para ti. Que te quiera, te cuide y te de todo o mucho más amor del que yo le doy a tu madre.
Éley sabía eso, pues lo veía a diario. Ellos dos se amaban y su madre siempre decía que él era su Alfa destinado, perfecto para ella.
—Solo quiero que encuentres a alguien porque eres recesivo y a veces, cuando tienen esos problemas, tienen problemas para encontrar a alguien. Tus feromonas no funcionan bien y no atraes a un Alfa de la misma forma que otros lo hacen. Eso dificulta las cosas.
—Estoy bien así —aseguró.
—Pero, he hablado con tu madre estos días porque te hemos visto demasiado triste. Ella lo sabe, pero piensa que yo soy muy tonto para darme cuenta.
El Omega sintió nervios y le dio una breve mirada tragando saliva.
—Si te ligas a algún Alfa es doloroso y más cuando ese Alfa no siente lo mismo por ti —habló de forma lenta y bajó su mirada para ver a su hijo asustado. Pudo ver como sus ojos se llenaban de lágrimas que luchaba por no derramar y estiro su mano para acomodar su cabello pelirrojo y acariciar su mejilla —. Tus hermanos no lo saben, pero sé que han metido a muchos Omegas a la casa, así que también sé lo que te pasa a ti. No soy ningún tonto como ustedes tres creen. Y no quiero que mis hijos sufran. Eres mi pequeño Éley, siempre vas a ser mi favorito aunque peleemos mucho, pero no quiero que sufras por alguien que no vale la pena.
Éley bajó la mirada y cerró sus ojos sintiendo como sus lágrimas caían. Se sintió pequeño e indefenso y solo se movió para abrazarlo con fuerza.
—Los Alfas suelen ser uno idiotas egocéntricos que tienen la idealización de que los Omegas no pueden vivir sin ellos. Lo admito, yo también fui así algún tiempo, pero tú puedes demostrarle a ese Alfa que no es verdad en lo absoluto. Los Omegas no tienen motivo alguno para ser dependiente de ellos ni mucho menos débiles —aseguró mientras lo abrazaba con cuidado y lo escuchaba sollozar, luego lo alejó un poco y seco sus lágrimas —. Sé que no me querrás decir quién es, pero ve y demuéstrale a ese Alfa que es él quien se pierde a un lindo, dulce y perfecto Omega que podría darle mucho amor.
Éley soltó una pequeña sonrisa y pasó el dorso de su mano por su nariz.
—No eres débil, eres fuerte, además tienes a ese par de niñitos que no dejaran que nadie te haga algo malo. Dios, no sé qué hice para que sean tan insoportable a veces —se cuestiono el padre por los gemelos —. Siento que, en cualquier momento, me van a matar de un infarto, estoy viejo y ya no estoy para esos trotes, pero ellos te aman justo como tu madre y yo.
—Entonces, ¿no odias el hecho de que sea recesivo?
—Claro que no. Solo odiaba el hecho de que te pudieras quedar solo para siempre. No quería eso, que te sientas triste y solo porque alguien no quisiera estar contigo. Tal vez no lo demostré bien hasta ahora, pero solo era un padre preocupado.
Éley lo volvió a abrazar y el padre le dio la seguridad que necesitaba para volver a la universidad. Pensó en que le iba hacer caso, en que no iba a permitir que Lukyan lo volviera a hacer sentir mal.
Pensó que, si Lukyan podía hacer que él no existía, entonces él iba hacer lo mismo y mucho mejor.
—Oh, hola, Éley —lo saludó Cheng cuando lo vio sentarse a su lado comiendo un algodón de azúcar.
—¡Hola! —le respondió él con una sonrisa y le entregó un algodón de azúcar, ya que traía dos —. Papá te compro uno.
Cheng lo recibió, pues no era la primera vez que su padre le compraba algo.
—Gracias. Te ves mejor hoy, eso me alegra.
—Sí, me siento mejor —aseguró con una sonrisa.
Cheng le devolvió la sonrisa y se comieron el algodón de azúcar en silencio antes de que comenzaran las clases.
estuvo muy hermoso todo tanto que me llegó directo al alma,
créame que estuve llorando a lo largo de los capítulos, ame mucho está historia y procederé a leerme las otras, gracias por tan increíble historia 🤗🤗🤗