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PERTENECES A MI

PERTENECES A MI

Status: Terminada
Genre:Completas / Mi novio es un famoso
Popularitas:3.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Deanis Arias

Perteneces a Mí

Una novela de Deanis Arias

No todos los ricos quieren ser vistos.
No todos los que parecen frágiles lo son.
Y no todos los encuentros son casualidad…

Eiden oculta su fortuna tras una apariencia descuidada y un carácter sumiso. Enamorado de una chica que solo lo utiliza y lo humilla, gasta su dinero en regalos… que ella entrega a otro. Hasta que el olvido de un cumpleaños lo rompe por dentro y lo obliga a dejar atrás al chico débil que fingía ser.

Pero en la misma noche que decide cambiar su vida, Eiden salva —sin saberlo— a Ayleen, la hija de uno de los mafiosos más poderosos del país, justo cuando ella intentaba saltar al vacío. Fuerte, peligrosa y marcada por la pérdida, Ayleen no cree en el amor… pero desde ese momento, lo decide sin dudar: ese chico le pertenece.

Ahora, en un mundo de poder oculto, heridas abiertas, deseo posesivo y una pasión incontrolable, Eiden y Ayleen iniciarán un camino sin marcha atrás.

Porque a veces el amor no se elige…
Se toma.

NovelToon tiene autorización de Deanis Arias para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 22 – La caída de los intocables

Las luces de la ciudad titilaban como si supieran que algo estaba por desmoronarse.

Eiden observaba desde la azotea de un edificio viejo, junto a Ayleen y Helena. Tenían todo listo: los documentos digitalizados, las grabaciones limpias, y un solo botón por presionar.

—¿Estás seguro? —preguntó Ayleen.

—Después de esto no habrá vuelta atrás —agregó Helena, pálida pero firme.

Eiden asintió.

—No quiero venganza.

Quiero verdad.

Y si la verdad lo destruye… entonces que así sea.

Ayleen lo miró en silencio. Por un segundo, deseó que su padre no estuviera involucrado. Que todo fuera un malentendido. Pero ya no era una niña. Ya no podía fingir que no veía.

—Hazlo —dijo.

Eiden presionó el botón.

En cuestión de minutos, los servidores privados de medios alternativos, foros digitales y una red de periodistas independientes empezaron a recibir el archivo: “Operación Sombras Rojas”.

Contenido:

Transcripciones de llamadas entre Baltazar Rivas y figuras del gobierno.

Listas de pagos a jueces, fiscales, y medios de comunicación.

Instrucciones para limpiar “errores humanos” como Luisa Marent, la madre de Eiden.

El escándalo fue instantáneo.

Y brutal.

Baltazar estaba en su oficina cuando recibió el mensaje.

No decía más que una palabra:

“Publicado.”

Entró a su sistema. Lo vio. Todo estaba allí. Ilegible para borrarse.

Ya era incontrolable.

Llamó a su jefe de seguridad.

—Encuentra a Elías.

—¿Tu yerno?

—No.

Mi traidor.

En otro rincón de la ciudad, Samantha apagó su celular y lo lanzó al río. No quería fama. No quería crédito.

Solo quería… desaparecer.

Pero alguien ya la seguía.

Alguien que no aceptaba traiciones silenciosas.

El teléfono de Helena sonó a las 4:36 a.m.

No reconocía el número, pero la voz sí.

—Helena.

—¿Quién habla?

—Soy yo.

El silencio se volvió hielo.

—Iván —susurró.

—Me escapé. Pero no para esconderme.

Necesitas saber algo.

—No estoy de humor para redenciones.

—No es eso. Escúchame bien:

La caída de Baltazar ya estaba planeada desde adentro.

Ustedes solo aceleraron el reloj.

—¿Quién más está implicado?

—Alguien que fingió estar de tu lado desde el inicio.

Click.

La línea murió. Pero las palabras quedaron colgadas en el aire, como una amenaza que aún no había elegido su forma.

Eiden recibió el mensaje encriptado en su correo personal. Un archivo de audio. Voz femenina, distorsionada.

“Nos vemos a las 6:00 p.m. en el orfanato viejo de la Avenida 9.

Tu madre no murió por accidente.

Ni por venganza.

Murió por lealtad.

Y esa lealtad sigue viva.”

El audio terminaba con un nombre.

“Marisol.”

Eiden no lo reconocía. Pero algo en su estómago se revolvió.

—¿Una testigo? —le preguntó Helena cuando le mostró el mensaje.

—Tal vez.

O tal vez alguien más quiere jugar con nosotros.

—¿Vas a ir?

—Sí.

—¿Solo?

—Nunca más.

Ayleen entró a la mansión sin avisar. Cruzó los pasillos con la seguridad de quien fue criada entre mármol y mentiras. Baltazar la esperaba en su despacho, como si supiera que vendría.

—¿Viniste a terminar de hundirme? —preguntó.

—No.

Vine a decirte que aún no es tarde para elegir qué tipo de hombre vas a ser cuando todo esto se acabe.

Baltazar la observó. La vio tan parecida a su madre… tan distinta a él.

—¿Todavía lo amas?

—A Eiden… lo elijo todos los días. Incluso cuando eso significa elegir en contra tuya.

Baltazar asintió, despacio.

—Te van a romper el corazón.

—Tal vez.

Pero lo prefiero a que vivas pensando que nunca lo tuve.

Se giró y se fue.

Y Baltazar, por primera vez, no la llamó para que se quedara.

El orfanato estaba en ruinas. Ventanas rotas, puertas astilladas, paredes cubiertas de grafitis que contaban historias de abandono.

Eiden cruzó el umbral con el pulso contenido. Ayleen iba detrás, armada, con los ojos alerta. Cada paso resonaba en la madera húmeda, hasta que una figura emergió entre las sombras.

Una mujer de unos cincuenta, rostro delgado, ojos vivos.

—¿Eres Eiden?

—¿Marisol?

Ella asintió. Le extendió una carpeta envuelta en plástico.

—Tu madre y yo fuimos compañeras.

Y luego… hermanas de lucha.

Eiden abrió la carpeta. Fotografías antiguas. Documentos legales. Grabaciones en cinta.

—¿Por qué no dijiste nada antes?

—Porque estaba esperando que alguien tuviera el valor de continuar lo que ella empezó.

Y tú…

tú eres el eco que ella dejó en el mundo.

Ayleen tragó saliva. El corazón le dolía de tan fuerte que latía.

—¿Qué le hicieron? —preguntó Eiden con la voz quebrada.

Marisol bajó la mirada.

—La amenazaron con quitarte.

Y cuando eso no funcionó…

la hicieron ver como un error.

Silencio.

Un silencio que gritaba.

Esa noche, Helena entró a una antigua oficina del centro, donde uno de los miembros del viejo círculo de seguridad de Baltazar aún operaba. Abrió la puerta sin golpear. Él levantó la vista. Su rostro lo decía todo.

Era Simón, su ex compañero de operaciones.

—¿Fuiste tú?

Él no mintió.

—Sí.

—¿Desde cuándo?

—Desde que supe que tú ibas a elegir lealtad por encima de obediencia.

Helena sacó su pistola.

—Te daré tres segundos para explicarte.

—No necesito tres.

Pausa.

—Solo… perdón.

Pero Helena no disparó.

—No voy a manchar mis manos por ti.

Pero alguien más lo hará.

Y se marchó.

Samantha dejó una carta en el buzón de la casa donde creció. Dentro: una foto de ella y Eiden en la secundaria. Y un breve texto:

“Fui muchas cosas.

Pero contigo…

quise ser mejor.

No me busques.”

Luego abordó un tren sin destino.

Y desapareció.

Ayleen observaba a Eiden en silencio esa noche. Él sostenía la carpeta que Marisol le había dado, pero no la abría.

—¿Qué vas a hacer con eso?

—Voy a acabar lo que mi madre empezó.

Ayleen asintió. Se acercó. Le tomó la mano.

—Entonces no lo hagas solo.

Y por primera vez…

la guerra no les daba miedo.

Porque ya no eran dos personas intentando sobrevivir.

Eran dos almas dispuestas a pelear por la verdad.

Juntos.

1
Yesenia Pacheco
Excelente
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