Séptimo libro de la saga colores.
Lord Leandro Mercier ha regresado a la sociedad aristócrata después de muchos años desaparecido, nadie lo reconocerá, ya no es el joven gordito que era objeto de mofas en las celebraciones, ahora es el soltero codiciado de la capital de Floris, pero el destino lo pondrá frente a una ladrona que intentará robarle todo, sin esperarlo, también su tesoro más preciado, su corazón.
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22. Cubriendo las espaldas
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— ¿Serás costurera o diseñadora? — Me preguntó mi madre, junto al maniquí.
— Ambas — Dije y alzó las cejas — Quiero hacer todo el proceso, diseñar y luego armar... Haré muchos vestidos y trajes, serán tan lindos que voy a confeccionar los de los reyes.
— Por supuesto que sí, lo lograrás — Caminó hacia mí y me elevó en sus brazos — Serás una gran costurera y diseñadora — Me dió un broche — ¿Dónde crees qué iría mejor?
Me incliné, estiré mi mano, colocándola en el comienzo de la falda.
— Allí queda perfecto — Me felicitó.
Asentí con la cabeza.
— Traje chocolate caliente para las dos mujeres de la casa, merecen un descanso después de tanto trabajo — Dijo mi padre, entrando con una bandeja, una tetera en ella, tazas y galletas.
— Yo también trabajé mucho — Mi hermano se aproximó corriendo, saltando de la escalera que estaba usando para ordenar las telas en la parte más alta de los estantes.
— Claro que sí, Roquer también hay para ti — Mi padre le acarició la cabeza.
Sirvieron el chocolate y soplé bastante, estaba caliente.
Todos rieron cuando la galleta de Roquer en forma de caballo, perdió la cabeza al remojar en el chocolate.
...****************...
Nunca tuve las fuerzas para volver y aunque aquel lugar estaba diferente, pude ver todos mis recuerdos sepultados y el dolor que revivió en mí fue insoportable.
Podía ver las llamas, el humo, no comprendía nada al despertar debido a que me asfixia, el como mi padre abría la puerta y nos intentaba sacar por una ventana, hacia un techo vecino.
Ató las sábanas y ordenó a mi hermano bajarme mientras buscaba a mamá, me aferré a su espalda y bajamos por la cuerda hasta el techo de al lado.
Esperamos pacientemente, las llamas seguían avanzando y mientras sollozaba, mi hermano insistía en que saldrían con vida.
Pero, aquel lugar se desplomó por completo ante nuestros ojos.
Esas paredes habían vuelto, aunque no era como antes, el edificio estaba en pie, pero mi familia no.
Ellos habían muerto sepultados y quemados.
Podía verlos en cada espacio, mi madre riendo mientras diseñaba, mi padre yendo y viniendo, acomodando las telas, mientras Roquer y yo jugábamos a disfrazarnos, él me perseguía gruñendo como mounstro.
No quedaba nada de eso.
Las llamas se lo llevaron todo.
Sabía que esto era una cruel casualidad, al ver como el carruaje se detenía en el pequeño boulevard, empecé a sentirme asfixiada.
Recordé tantas cosas que no lo soporté.
Incluso volví a recordar los rostros de mis padres.
Era tan abrumador y tan doloroso.
Lloré tanto, no podía calmarme, mientras Lord Leandro Mercier intentaba comprender lo que me estaba sucediendo, al menos dejó de preguntar y se limitó a abrazarme.
Sirvió de mucho, así que me recosté sobre su pecho como una niña pequeña, buscando refugio.
Como esa pequeña que terminó desolada, en las calles.
— ¿Podemos marcharnos si gustas? — Propuso el lord y negué con la cabeza, más calmada.
Tomó mi mano y limpió mis mejillas con un pañuelo.
— Vamos a la tienda — Dije, con más fuerza.
— ¿Estás segura?
Asentí con la cabeza.
— Necesito explicarte el motivo de esto.
Se levantó y caminamos hacia la tienda.
Solté una larga respiración al volver a entrar en ese lugar.
Para mí, no estaba vacío, había tantos recuerdos atrapados, tantas vivencias.
Lord Leandro Mercier me evaluó, seguía preocupado.
— Este lugar es... — Me calmé, me había dado su pañuelo así que limpié mis párpados — Era una boutique.
— El hombre que me vendió esta propiedad me contó que hubo un incendio, afortunadamente se pudo recuperar el edificio.
— ¡No es lo que importa! — Gruñí y se estremeció — Lo lamento, no quise reaccionar así — Intenté calmarme — Murieron dos personas, bajo los escombros, incinerados.
— No sabía eso, al parecer conocías a esas personas.
Asentí con la cabeza — Eran mis padres.
Se quedó atónito — Liseth, de saberlo yo...
— No te preocupes, se que fue solo una casualidad — Jadeé, observando las paredes — No tienes culpa alguna.
— Es lamentable que perdieras a tus padres de esta manera y que justamente sea yo quien te haya abierto esta herida.
No quería involucrarlo, así que no mencionaría que no fue un accidente, que fue por causa del duque.
— No tienes nada que ver... Jamás regresé aquí... Era muy doloroso para mí... Mis padres eran personas buenas, trabajadoras, tenían una linda boutique y eran queridos... Yo viví los inicios de mi infancia entre telas y costuras... Hasta el que el fuego me arrebató todo... Era solo una pequeña.
Se aproximó y volvió a abrazarme.
— Lo siento tanto, debió ser muy doloroso, ya comprendo tu reacción, no es para menos que te pusieras así y descuida, buscaremos otro lugar.
— No — Dije y lo observé — Quiero quedarme aquí.
— Si esto te llena de tristeza yo...
— No todos los recuerdos son malos, vivía tan feliz entre estas paredes... Me llena de alegría que aún pueda conservar algo de ellos.
— No quiero verte llorar más — Trazó mis mejillas.
— No te preocupes, no volveré a llorar, estoy segura de que mis padres están felices de que este lugar vuelva a levantarse, que sea nuevamente una exitosa boutique y me siento tan feliz de ser yo, justamente su hija quien lleve las riendas — Dije, más animada.
Esto sería un golpe muy bajo para el duque y esta vez no iba a ser este lugar el que terminara en llamas.
Él no ganaría de nuevo.
— Me alegra que pienses de esa forma, empezaremos con la remodelación desde mañana y luego trasladaremos todos los equipos — Leandro observó todo el espacio — Me has motivado más a sacar adelante este lugar, por la memoria de tus padres, será una de las mejores, de eso voy a asegurarme.
— Nos aseguraremos — Corregí y apreció mi rostro.
— Es una pena que tus padres murieran así, me hubiese gustado conocerlos.
Elevé una comisura — Eran muy buenas personas.
— No lo dudo, tuvieron una hija muy hermosa y talentosa — Volvió a tomar mi mano.
Mi corazón se aceleró.
Roquer tendría que pedirme disculpas de rodillas, Leandro no era un noble sin vergüenza y malo, volveríamos a abrir la tienda que era de mis padres, más que una casualidad era el destino.
Me aterraba que me despreciara si se enteraba la clase de persona que era yo.
Acaricié su mejilla y me elevé para besar sus labios.
Los rozó con suavidad.
— Mejor no, me va a provocar tomarte — Se apartó — No quiero faltar el respeto a tus padres.
— Ellos lo aprobarían.
— ¿O sea qué si quieres casarte conmigo?
Me tensé — Yo... No puedo.
— Deja de lado nuestras diferencias.
No era eso lo que me preocupaba.
— Mejor no hablemos de eso — Corté y pareció decepcionarse.
— Dime ¿Qué pasó después del incendio? — Preguntó con curiosidad — ¿Quién cuidó de ti?
— Una conocida de mis padres.
Ojalá ese hubiese sido mi destino.
Nadie quiso hacerse cargo de dos niños, Roquer y yo acudimos a las casas de todos los conocidos, en todas nos cerraron las puertas con excusas y negativas.
Conocí la crueldad humana.
Mi hermano me tranquilizó, prometió cuidar de mí.
Los primeros días estuve durmiendo dentro de un barril de vino en un callejón, mi hermano se dedicaba a buscar comida, pero debido a su larga ausencia, en ocasiones me aventuraba a ir por las calles pidiendo.
Recibí regaños, desprecios, incluso escupitajos.
Pasé por muchos peligros, hurgué en la basura y también me metí a los corrales de los cerdos para tomar alguna rodaja de pan mohoso o algún trozo podrido de fruta.
Recibí mordiscos.
Me corrían con un balde de agua fría al descubrirlo.
Mi hermano se metió en muchos problemas, peleaba con rufianes y otros niños callejeros.
Un día me convenció de que era mejor recibir un golpe por algo robado que tuviese valor, que por fruta podrida.
No más humillaciones por miserias.
Empezamos robar y aunque al principio era difícil, empecé a volverme ágil, perdí el miedo a las calles.
— Ya no estás sola — Dijo Leandro y salí de mis pensamientos — Estaré contigo siempre, así no me quieras como esposo, no te deshará de mí fácilmente, puedo ser como pega de cola cuando me encariño con alguien.
— No deberías hacerlo.
— ¿Por qué no? Quiero ser la hoja seca pegada a las espinas del erizo, osea tu.
Me reí — ¿De dónde sacas esa poesía tan básica?
— De mi gran intelecto por supuesto.
Seguí riendo — No es muy grande.
Frunció el ceño — No te burles o soltaré las frases más vulgares, no creas que por ser un noble, no puedo hablar de esa forma.
— Quisiera escucharlo — Me sentí curiosa.
— Al menos lo que tengo entre las piernas si es más grande que mi talento en poseía — Susurró contra mi oído y solté un risa — Estoy seguro de que te ha conquistado más rápido.
— Eres un sucio... Por supuesto que no... No es lo único que me gusta de ti — Dije y me sonrojé al darme cuenta de lo que dije.
— ¿Qué te gusta de mí? Ya picaste mi curiosidad.
— Olvídalo — Me separé — Deberíamos seguir con lo de la tienda, hacer un inventario de lo que necesitamos.
Soltó un gruñido de protesta — Solo porque te conviene, eso ya está listo — Rodeó mi cintura — Dime, no cambies el tema.
— Mi lord, mejor siga con su poesía sucia.
— Te haré hablar a mi manera — Gruñó, advirtiendo.
— No temo a sus amenazas.
Me zafé de su agarre y retrocedí.
Frunció el ceño — ¿En serio le pones tanto peso a nuestras diferencias sociales o tienes otro motivo para rechazar mi propuesta?
Negué con la cabeza — No quiero ser responsable de destruir su reputación, casarse conmigo no es conveniente para usted.
— Entonces voy a casarme con alguien más — Me provocó y sentí el golpe de la desilusión de solo imaginarlo tomando a otra como esposa.
Más si esa mujer era la hija del duque.
— Haz lo que quieras — Gruñí, subiendo las escaleras hacia el segundo piso.
No teníamos mucho espacio cuando vivía allí, el segundo piso estaba dividido por los cuartos, baño y la cocina, así que solo se trataba de un solo piso para la tienda.
Se almacenaba todo en una bodega trasera, pero se exponían las telas y vestidos junto a la entrada.
Los pasos de Lord Leandro me siguieron hasta el segundo piso.
— Supongo que este lugar alberga muchos recuerdos para ti — Dijo al verme de pie en medio del piso — Emociones.
— Así es — Me entristeció un poco, pero no podía dejarme llevar por lo sucedido, debía hacer justicia, mi hermano tenía razón, el duque solo merecía pagar, aunque yo actuaría por mi cuenta.
Sentí sus dedos rozar los míos y me tensé.
Tomó mi mano — Haremos de este sitio, lo que fue en el pasado, se que tiene un valor simbólico para ti, así que nos concentraremos en hacerla crecer.
— Gracias por tomar eso en cuenta.
— Eso debería sumar puntos para que me aceptes como esposo.
— ¿Es ese tu único interés? — Estreché mis ojos.
— Por supuesto que no, me encanta ayudar y deseo que tu talento te de más frutos.
— Hablando de mi talento, quiero mi pago — Gruñí y elevó una comisura, sacó el saco de sus bolsillos.
— Tendrás que alcanzarlo — Lo dejó colgando en alto.
— Eso es pan comido — Lo observé con suficiencia.
Arqueó las cejas y rió — No creo que puedas...
Avancé, esquivó mi movimiento y retrocedió.
No podía conmigo, me aproximé, intentó alerjarlo, pero giré rápidamente y se lo arrebaté fácilmente.
Se quedó atónito, no había captado mi movimiento.
— Deberías poner en práctica tus reflejos — Canturreé, riendo a carcajadas.
Se quedó observandome, parpadeando.
— ¿Qué sucede? — Lo observé.
— Eres veloz — Su expresión seguía pensativa.
— Por supuesto que lo soy — Jugué a elevar el saco y atajarlo.
— ¿Vas a quedarte como tonto viéndome? — Bromeé, y se aproximó, atrapó mi boca con brusquedad, moviendo sus labios apresuradamente.
Me rendí ante la sensación.
...****************...
Volvimos a la mansión, Lord Leandro tenía que prepararse para la celebración, cené con ellos.
Mi noble se vistió con un traje color vino, chaleco y camisa negra, también llevaba un pañuelo del mismo tono al cuello.
Rebosaba sensualidad y estuve salivando toda la cena, sintiéndome ansiosa de sentirlo dentro de mí.
No había hecho nada en la tienda, así que me tocaría esperar hasta después de la celebración.
Ambos se despidieron y fingí marchar a la cama.
Cambié mis ropas por mi traje de ladrona y salí de la mansión, usé la ventana, corrí por los tejados hacia el lago.
Conocía la dirección, así que no necesitaba mantener a la vista el carruaje.
Hoy cubriría sus espaldas.
síndrome de Estocolmo.