La Reina Oculta

Toda su vida, Emma había vivido bajo la comodidad de lo predecible.

Su refugio seguro siempre había sido el resultado de decisiones tomadas por otros. Sus padres la protegieron, sus amigos la alentaron, y cuando el destino la empujó a los brazos de los príncipes, se encontró nuevamente atrapada en un camino que no había elegido. Pero ahora, eso ya no era suficiente.

Su loba aullaba en su interior, golpeando contra las paredes de su alma como un animal atrapado, pidiendo libertad, exigiendo que luchara.

Emma podía sentir la tristeza que la envolvía, un manto pesado que cubría su ser, mientras la rabia se agitaba como un fuego latente. Cada palabra de ellos, cada intento de justificar la separación, era como un golpe que avivaba las llamas.

Ella sabía que era egoísta. Sabía que no quería rechazarlos. Quería que lucharán, que se aferraran a ella como si su amor fuera algo por lo que valiera la pena enfrentarse al mundo entero.

Sabía que desear eso no era digno de una reina. Una reina debía ser fuerte, sacrificada, debía aceptar que a veces el bien mayor superaba el deseo personal.

Pero no quería.

Por primera vez en su vida, no quería hacerlo, no quería aceptar lo que los demás decidían por ella.

Pero mientras pensaba, las palabras de la diosa Luna, vinieron a su mente: "A veces, lo que más amamos debe perderse para abrir el camino hacia lo que debemos ser".

Una idea cruzó por su mente.

¿Se refería a esto? ¿A perderlos? ¿A dejarlos ir porque así debía ser?

Pero también recordaba otra cosa que la diosa le había dicho: “Sigue tu instinto”.

Y Su instinto rugía: no los dejes ir.

Emma alzó el rostro, con una decisión sellada en su pecho.

No iba a aceptar lo que ellos habían decidido.

Desde ese momento, nadie más elegiría por ella.

Ella marcaría su camino.

Respiró hondo, apretando los puños, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo.

—Está bien. —Su voz sonó baja, con un matiz de falsa calma.

Marcus alzó la cabeza lentamente, analizándola con esos ojos astutos que siempre parecían verlo todo. Sebastián, sin embargo, quedó inmóvil.

—Será lo mejor. —Emma tragó con fuerza, sintiendo cómo las palabras le desgarraban la garganta.

Mentira.

Todo en ella gritaba que era mentira.

Pero la rabia surgió como un salvavidas, dándole la fuerza que necesitaba para no quebrarse.

Y habló.

—Porque ustedes no son dignos de mí.

Desde el momento en que Emma pronunció esas palabras, supo que había encendido una chispa.

Sebastián tardó un segundo en reaccionar.

Giró la cabeza lentamente hacia ella, sin brusquedad, sin prisa. Pero sus ojos... sus ojos ya no eran los mismos.

Eran oscuros, insondables, consumidos por algo primitivo.

Emma sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Pero no se detuvo. No podía.

Si los dioses los habían unido, entonces ellos tendrían que luchar. Ella los obligaría a hacerlo.

— ¿Qué dijiste? —La voz de Sebastián era baja, peligrosa.

Marcus frunció el ceño. No en sorpresa, sino como si entendiera exactamente lo que ella intentaba hacer.

Provocarlos.

Pero no dijo ni hizo nada, mientras Emma sostenía la mirada de Sebastián.

—Lo que escuchaste.

El aire se volvió sofocante.

Sebastián no parpadeó, no se movió. Pero su energía cambió.

Su lado oscuro había despertado.

—Si no son lo suficientemente valientes para luchar por mí, entonces no me merecen. —Emma no desvió la vista, no titubeó. —No quiero un amor cobarde.

Sebastián cerró los ojos por un segundo, exhalando lentamente por la nariz, como si intentara contenerse. Como si intentara no destruirlo todo.

Cuando volvió a abrirlos, sus pupilas estaban completamente dilatadas.

—¿Amor cobarde? —repitió, y su tono bajó a un registro más oscuro, más grave, haciéndole vibrar el pecho.

Emma sintió su propio pulso retumbar en sus oídos.

Pero no se detuvo.

—Eso es lo que es —insistió, su voz ahora un susurro afilado. —Un amor que se rinde por miedo a perder, no es amor . Un amor que huye, no es amor. Un amor que renuncia antes de pelear, es patético .

Sebastián se tensó.

Marcus inhaló profundamente, con su mirada fija en ella. No se había equivocado. Su compañera era una fiera, una sonrisa se formó en las comisuras de sus labios. Solo esperaría.

Y entonces, tal como esperaba, todo explotó.

Sebastián se movió tan rápido que Emma apenas tuvo tiempo de reaccionar .

En un parpadeo, la sujetó con fuerza por la nuca y la empujó contra el pecho de Marcus .

El impacto no fue violento, pero sí absoluto.

—¿Quieres que peleemos? —murmuró Sebastián, con su rostro a solo centímetros del de ella. Su voz era puro veneno, oscura y letal. —¿Eso es lo que quieres, Emma?

Sus ojos brillaban, negros como la noche, pero Emma no bajó la mirada. No podía, no quería.

—Quiero un amor fuerte. —Sus labios apenas se movieron, pero su voz cortó el aire. —Un amor que no me deje ir porque teme perderme. Quiero un amor que pelee, que sangre, que luche. ¡Que me elija una y otra vez, sin importar lo que pase!

Sebastián presionó la mandíbula con tanta fuerza que un músculo en su cuello se tensó.

—No juegues conmigo.

Emma se inclinó un poco más hacia él.

Lo desafió

—No estoy jugando.

Sebastián dejó escapar una risa baja, oscura, peligrosa.

—Nos llamas cobardes porque intentamos salvarte. Nos llamas débiles porque decidimos protegerte, aunque eso signifique perdernos en el proceso.

Marcus intentó alejarla de Sebastián. Conocía a su hermano, si seguía así Emma iba a obtener mucho más de lo que esperaba.

—Sebastián…

—¡No! —rugió Sebastián, y su voz retumbó en el pecho de Emma.

Marcus se detuvo, sabiendo que era lo que ella quería.

Sebastián la miró con intensidad asesina .

Y Emma supo que lo había roto, había roto esa capa de resignación que tuvo desde que llegó.

—Nos llamas cobardes —repitió Sebastián, en un tono más bajo, más intenso. —Pero Emma…

Y entonces, se inclinó más, hasta que su aliento cálido rozó la mejilla de Emma.

Emma se estremeció .

—¿Realmente crees que es fácil?

El aire entre ellos vibró.

—Sí, queríamos ser cobardes sacrificándonos por ti. ¿Pero sabes qué, Emma?

Marcus envolvió la cintura de Emma con su brazo sabiendo lo que venía. Su hermano ya no se contendría.

—¡No más! —rugió Sebastian, con una emoción desbordada en cada palabra. Su pecho subía y bajaba con una respiración irregular.

Emma sintió un nudo en la garganta, pero no de miedo. De expectativa.

—¿Eso significa que…?.

Sebastián la interrumpió, con sus ojos consumidos por una intensidad peligrosa.

—Significa que no vas a ninguna parte. Aunque lo intentes, ya no podrás.