EL PODER DE LOS OJOS DIVINOS

Desde que nacimos, mi hermanita y yo hemos vivido en condiciones difíciles. A pesar de ser pobres, siempre fuimos felices juntas. Sin embargo, nuestra madre luchaba contra un grave problema de alcoholismo que la llevaba a gastar y vender todo lo que teníamos para poder consumir alcohol. Esto hacía que muchas veces no fuéramos alimentadas adecuadamente. Por otro lado, nuestro padre se dedicaba a actividades delictivas para ganarse la vida, lo que generaba un ambiente de violencia en nuestra casa. A menudo, llegaba a casa y nos golpeaba sin ninguna razón aparente, causándonos un gran sufrimiento.

Siempre protegía a mi hermanita para que no sufriera los golpes de nuestro padre, y yo terminaba recibiendo el castigo en su lugar, pero no me importaba mientras ella estuviera a salvo. Siempre velaba por su bienestar y la protegía de cualquier peligro. En ocasiones teníamos que cazar para conseguir algo que comer, e incluso pedíamos monedas en la calle, pero éramos rechazadas y golpeadas por la gente simplemente por ser pobres.

A los 8 años, presencié aterradoramente a mi padre intentando agredir a mi hermanita en su habitación. Lleno de ira y con el impulso de proteger a mi hermanita, me lancé hacia él, pero fui agarrado del cuello y arrojado violentamente contra un estante, cayendo sobre mí mismo.

Mi madre ingresó a la habitación al escuchar los disturbios, pero decidió ignorar los gritos de auxilio de mi hermanita. Rápidamente me puse de pie, tomé una botella de alcohol y golpeé a mi padre en la cabeza, haciéndolo caer aturdido. Aún con la mitad de la botella rota en mi mano, realizando un acto desesperado y sin pensar, apuñalé reiteradamente a mi padre en el cuello.

Abrazando a mi hermanita, vimos a nuestra madre entrar a la habitación y quedarse impactada al ver a mi padre muerto, desatando su enojo contra nosotras. Nos propinó una paliza, nos ató con cuerdas y nos encerró en un oscuro cuarto. El tiempo en esa situación se tornó confuso, pero la debilidad por la falta de comida se hacía sentir intensamente.

La puerta se entreabrió y un hombre entró, sacándonos de la habitación y haciéndonos caer al suelo, tan débiles que apenas podíamos sostenernos en pie. Mis ojos nublados por la debilidad, alcancé a ver cómo aquel hombre entregaba una bolsa de monedas a mi madre, antes de finalmente desmayarme.

Al abrir los ojos, me encontré con personas desagradables y siniestras, con gestos llenos de malicia, lo cual nos asustó profundamente. Escuchaba a los hombres hablar entre sí, con la intención de vendernos sexualmente una vez cumpliéramos los 10 años.

Nos mantenían en una cabaña de aspecto sombrío y apenas nos daban comida. Intentamos escapar varias veces, pero siempre nos atrapaban y nos golpeaban. En un día particular, nos obligaron a bañarnos y vestir ropa provocativa. Cuando la puerta se abrió, llegó un hombre de aspecto descuidado, quien entregó unas monedas de oro al comprador y nos llevó a una habitación. Este individuo se preparaba para tocarme, pero en ese momento recordé algo importante: si no luchas, no ganas. Recité un hechizo de viento y lo lancé, cortando su brazo que cayó al suelo.

Al sentir el dolor, el hombre se preparaba para gritar, pero rápidamente corté la cabeza del hombre con un viento afilado. Tomé a mi hermana de la mano y corrimos hacia el bosque, los hombres no tardaron en iniciar la persecución, pero estaba preparada para utilizar mi viento contra aquellos que se acercaran demasiado. Finalmente pudimos escapar y regresamos a nuestro hogar.

Al abrir la puerta, encontramos a nuestra madre en el suelo, rodeada de botellas y completamente ebria. Se acercó a nosotras llorando y pidiendo disculpas. Nos explicó que realmente no quería hacerlo, pero el alcohol la obligaba.

—Madre, no te preocupes más por el alcohol, nosotras lo vamos a solucionar— le dije mientras la miraba a los ojos.

Ella sabía cómo iba a terminar eso y se alejó corriendo de nosotras, pero mi hermanita conjuró un viento que la cortó por la mitad. Nos acercamos y la observamos desangrarse antes de salir de allí. Nos vimos obligadas a vivir en el bosque, cazando para sobrevivir.

Un día, al despertarnos, notamos que un grupo nos observaba. Intenté atacarlos, pero fueron más rápidos y nos ataron, colocándonos unos brazaletes que nos impedían hacer hechizos. Fuimos subidas a un carruaje y me di cuenta de que mi esperanza de tener una vida tranquila se había desvanecido. Estaba agotada y no quería pelear más.

Pero entonces lo vi. Vi a aquel valiente niño luchando para sobrevivir, eliminando a todos los secuestradores. Fue él quien me motivó a seguir adelante, y decidí unirme a él en su lucha. A su lado, me sentí segura y protegida. Siempre estaré agradecida con él por inspirarme a no rendirme y seguir luchando. Estaré a su lado, porque lo queremos mucho. Queremos a nuestro príncipe Gabriel.

Fin del recuerdo.