Minji, una joven de la era moderna, luchó sola para alcanzar sus sueños, a menudo en un camino lleno de sacrificios y soledad. A los 33 años, un giro inesperado la lleva a perder su vida, solo para reencarnar en un mundo de novela romántica como Azusa, una niña que es el centro de amor y cuidado, de sus padres, algo que Minji nunca conoció. Ahora, rodeada de lo que siempre soñó, ¿será capaz de adaptarse a esta nueva vida o se dejará consumir por la trama que la rodea? Un futuro incierto se abre ante ella, y, con su peculiar forma de ser, Azusa podría reescribir la historia de una manera inesperada.
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Capítulo 3
Capítulo 3
Desperté lentamente, con una sensación extraña que me recorría todo el cuerpo. Estaba flotando en un mar de suavidad, rodeada de una sensación de calor, de confort. Mi cuerpo, que antes estaba tan acostumbrado al cansancio y las tensiones de mi vida pasada, ahora se sentía ligero y suave, casi como si no fuera el mío. Al abrir los ojos, todo parecía borroso. Parpadeé varias veces, intentando enfocar la vista, pero el entorno seguía siendo una confusión de colores difusos.
Poco a poco, la niebla comenzó a disiparse y lo que vi me dejó completamente en shock.
Estaba acostada en una cama de terciopelo rojo, rodeada de cortinas finas y con un dosel adornado con hilos dorados. El aire a mí alrededor estaba perfumado con flores y algo... algo más que no podía identificar. Al intentar moverme, sentí una extraña incomodidad, como si mi cuerpo fuera más pequeño de lo que recordaba. Miré mis manos, pero ya no eran las de una mujer adulta, sino las de una niña pequeña, probablemente de unos diez años. No podía entenderlo. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era esto posible? ¿Era una pesadilla? No, no podía ser.
Me levanté con esfuerzo, observando a mí alrededor. La habitación en la que me encontraba era lujosa, demasiado para lo que había estado acostumbrada. Había muebles de madera tallada, espejos con marcos dorados, y tapices con escenas de batallas medievales. A lo lejos, podía escuchar los ecos de una conversación suave, y al girar la cabeza, vi a una mujer parada cerca de la puerta, mirándome con una expresión de sorpresa.
—¡Mi lady, por fin despierta! —exclamó, acercándose rápidamente. Su rostro reflejaba una mezcla de alivio y preocupación.
Era una mujer de edad avanzada, vestida con un sencillo pero elegante vestido de sirvienta. Su cabello gris, recogido en un moño apretado, no dejaba de moverse ligeramente mientras se acercaba. Su nombre, según mi mente, surgió al instante. Era Madame Eudora, mi niñera.
Lo que me sorprendió aún más fue la forma en que me miraba, como si me hubiera estado esperando, como si no estuviera sorprendida por verme despertando en un cuerpo tan joven.
—¿Mi lady? — Repitió con suavidad, casi temerosa, mientras me tomaba la mano con delicadeza—. ¿Está usted bien?
Intenté responder, pero mi voz sonaba extraña, como si tuviera algo de rasposa, y lo único que pude hacer fue mirarla confundida. ¿Era esto realmente mi vida ahora? ¿Era esto lo que había sucedido después de... lo de la cocina? No entendía nada. No recordaba nada de cómo había llegado aquí.
Madame Eudora, viendo mi desconcierto, hizo una reverencia rápida, pero sin perder la dulzura en su expresión.
—Mis disculpas, mi lady. No debería haberme precipitado. Permítame ayudarla a levantarse — dijo, mientras me ofrecía su mano para ayudarme a sentarme en la cama.
Sentí un nudo en el estómago al darme cuenta de que todo esto era real. ¡Este no era el mundo que conocía! ¿Estaba... reencarnada en otro cuerpo? ¿Había saltado a través del tiempo?
El sonido de la puerta abriéndose me distrajo de mis pensamientos. Al girar hacia la entrada, vi a dos personas que entraron con aire solemne. Sus vestimentas eran elegantes, y sus rostros, serios y llenos de preocupación, me resultaban... familiares, aunque no podía reconocerlos. Tenían una elegancia innata, como si pertenecieran a una nobleza antigua.
—¿Está mejor, querida? —Preguntó la mujer, con una voz cálida, mientras se acercaba a la cama—. Hemos estado tan preocupados.
Era una mujer de rostro delicado, de cabello oscuro y largo, que caía en suaves ondas sobre sus hombros. Su figura esbelta estaba vestida con un elegante vestido de seda, y su porte era tan majestuoso que casi parecía estar hecha de pura gracia.
A su lado, el hombre que la acompañaba era alto y de hombros anchos, con una postura erguida y una mirada protectora. Su rostro, aunque serio, mostraba una bondad oculta. Era un hombre apuesto, con una barba bien cuidada y un par de ojos oscuros que me observaban con amor.
—Mi querida hija, ¿cómo te encuentras? —dijo el hombre, acercándose a mí. Su voz tenía un tono suave, pero autoritario, como el de alguien acostumbrado a tomar decisiones.
Dije en voz baja, como si intentara encontrar respuestas: —¿Hija...?
Madame Eudora me miró preocupada, como si fuera la única que podría explicar lo que ocurría.
—Mi lady, ellos son sus padres. El Marqués y la Marquesa de Leyland, su familia.
La información me golpeó como un trueno. ¡Ellos... eran mis padres! Mis nuevos padres, en este mundo desconocido. El Marqués y la Marquesa, los nobles que me habían dado la bienvenida en esta vida. Pero había algo más, algo que me hacía sentir un extraño vacío. Aunque veía su amor en sus ojos, sentía que no pertenecía aquí. No conocía sus nombres, no recordaba haber nacido en esta familia. Y lo más desconcertante de todo: ¿por qué había llegado hasta aquí?
Mi cabeza daba vueltas mientras los miraba, con las manos en mi regazo, sin saber qué hacer o decir. ¿Cómo podía ser esto posible? ¿Por qué, después de todo lo que había vivido en mi vida pasada, estaba aquí, con una nueva identidad, en un cuerpo joven y en una familia noble?
La Marquesa sonrió con dulzura, como si notara mi confusión, y acarició mi cabello con ternura.
—No te preocupes, querida. Sabemos que debes estar confundida, pero aquí, en nuestro hogar, serás muy feliz. Siempre te hemos amado, y ahora que estás bien, podemos disfrutar de nuestra familia junta. —
Madame Eudora asintió, como si confirmara las
palabras de la Marquesa.
—Sí, mi lady. Todo está bien ahora. Su familia está aquí para usted, y nadie la hará daño. —
Pero yo no podía dejar de preguntarme: ¿quién era realmente en este lugar? ¿Qué significaba ser la hija de los Marqueses de Leyland? ¿Y cómo podría adaptarme a este nuevo mundo, a esta nueva vida, en la que todo parecía tan ajeno y tan distante?
Una cosa era clara, aunque no comprendiera por completo lo que estaba pasando: estaba atrapada en una nueva vida, una que me esperaba para ser vivida. Y aunque el miedo se instalaba en mi pecho, también sentí un atisbo de emoción. ¡Este era un nuevo comienzo! Pero ¿sería capaz de aprovecharlo?