Mariano Márquez es un empresario, que fué tan profundamente herido, que desde ese momento, murió en su vida todo el romanticismo y la fé en el amor.
Yaimara Maceo es una joven modelo con un carácter indomable, que no cree en la fidelidad masculina, ni está dispuesta a darse la oportunidad de tener sentimientos románticos.
Él tiene treinta y un años, ella veintidós.
Él es venezolano, ella es cubana.
Él huele rico y está bueno, ella tiene una belleza exhuberante.
Él las quiere para un rato, ella no los toma en serio.
Dos migrantes de distintas culturas en Italia, una atracción que surgirá desde el primer momento en que sus miradas se crucen.
¿Quién será el primero en caer?, ¿Le costará a Yaimara conquistar a Mariano o será ella la primera en lanzarse a sus brazos?.
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Capítulo 2. EXTRAÑANDO ANTES DE IRME
YAIMARA
Giro la llave en la puerta para asegurar mi casita, esa que compartí con mi abuela desde que tengo memoria, bajo los cuatro escalones del portal, el sonido de los cascos de un caballo me indican que viene transporte.
—COCHEROOO— Grito para que se detenga y así comenzar mi recorrido, quiero despedirme de mi querido Holguín.
El coche se desplaza y tomamos la carretera a Gibara con rumbo al casco central, los demás pasajeros hablan entre sí, los vehículos automotores nos esquivan y yo solamente miro la vía con un nudo en mi garganta, porque no sé cuando pueda regresar.
Desciendo del coche en el parque San José y con la nostalgia de quién tiene el alma dividida, comienzo a caminar por el boulevard, quiero impregnarme la piel de mi Cuba, de sus olores, de sus sonidos, ver la gente caminar, unos con preocupaciones y otros como si no esperaran nada más de la vida.
Sin darme cuenta, llego al parque de las flores y me siento únicamente a mirar a mi alrededor, tratando de retener la ciudad en mi memoria; más tarde subiré a la Loma de la Cruz, para verla completa desde lo alto.
—Asere ¿Qué bolá?— escucho a un muchacho saludando a otro y encuentro nuevamente otra particularidad nuestra que voy a extrañar, nadie de habla hispana saluda así, solo nosotros que tomamos la palabra de saludo africana para darle una nueva connotación. Asere ¿Qué bolá?: amigo ¿Cómo estás?
No quiero irme, pero mi viejita unos días antes de morir, me hizo prometer que iba a buscar un mejor futuro y esta es la oportunidad; el dueño de una agencia de modelos que hacía turismo aquí me ofreció trabajo en Italia; después de mucho pensarlo y de confirmar que la propuesta de empleo es real, decidí arriesgarme y mañana dejo mi tierra.
No me despediré de nadie más que de mi vecina Elvia y su hijo Andrés, no tengo amigas ni novio, porque no creo en amistades de mujeres, ni fidelidades de hombres.
Mi padre cada vez que podía le montaba los tarros* a mi mamá y todos se los perdonaba hasta que ella se cansó y hasta yo caí en el paquete porque nos abandonó a los dos, de eso hace ya diez años.
Mi papá hace seis años se montó en una balsa para irse a los Estados Unidos y no supimos si llegó bien o se lo tragó el mar, así que a partir de ese momento sólo éramos mi abuela y yo, hasta que cumplí diecisiete, conocí a José y me enamoré de él. Al principio era cariñoso y detallista, pero después de un tiempo, me hacia escenas de celos y casi logró que dejara de estudiar, menos mal que el muy perro estando conmigo preñó a la que se hacía llamar mi mejor amiga y acabé con ese lastre.
Así que estoy clara, con los hombres un ratito, únicamente el tiempo que les dura la magia. No creo que haya uno solo que sea leal, estoy convencida de que, en muchos aspectos, no son más que un obstáculo para que una mujer alcance sus metas, por eso tengo el firme propósito de no tomarlos en serio.
Mi nombre es Yaimara Maceo, una mulata de veintidós años que quiere comerse al mundo sin deber nada a nadie, ni atarse a ningún macho...
Son las 4 de la madrugada en Cuba, el claxon del vehículo que me viene a buscar provoca que deje la taza de café a medio camino de mi boca, coloco la bebida sobre la mesa y tomo mis valijas.
Al pie de los escalones mi querida vecina Elvia y su hijo Andrés esperan para despedirse de mí, ellos son las únicas personas que saben cuál es el motivo y destino de mi viaje, le doy un abrazo a cada uno, les entrego las llaves de mi casa y abordo el taxi que me llevara al aeropuerto, mientras me encomiendo a la Virgen de la Caridad.
Todo el camino voy inmersa en mis pensamientos, no puedo negar que tengo más miedo que emoción ante este viaje...
Después de casi un día de viaje, llego a Roma, una vez en inmigración doy gracias a Dios porque me licencié en Lenguas Extranjeras y mi trabajo en el hotel me permitió tener más fluidez a la hora de comunicarme.
MARIANO
Estoy en la terminal tres del Aeropuerto Fiumicino de Roma, espero a mi amigo Mario de Freitas que viene desde Portugal por las mismas razones que yo, a lo lejos veo una cabellera castaña muy conocida, gira y descubro que es Loretta Rinaldi, la mujer que más me ha humillado en la vida y a quién más detesto, instintivamente llevo mi mano a aquel anillo de compromiso que me rechazó y lo uso colgado en mi cuello como un recordatorio de que nunca más me debo enamorar.
La muy maldita parece estar impaciente esperando a alguien, doy la vuelta para no verla y quedo como idiota al ver caminar imponente, arrastrando un par de maletas, a una verdadera hembra, una mujer piel canela de ojos verdes, delgada y alta con un cuerpo caribeño a todas luces, de esos que gritan peligro; por unos breves segundos nos miramos y la muy traviesa me guiña un ojo sin detener su cadencioso andar.
Le sonrío y la sigo con la mirada, no quiero perderla de vista, aunque ese guiño me da luz verde, en este momento no puedo ir tras ella porque el vuelo de mi amigo está por arribar; sin embargo, trato de acercarme para invitarla a algo después.
Ella parece buscar entre las personas y nuevamente freno en seco, cuando veo que Liborio Nurzia, la supuesta pareja de Loretta es quien la recibe.
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(*) Montar los tarros: en lenguaje coloquial cubano, ser infiel.