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Las Viudas Negras

Las Viudas Negras

Status: En proceso
Genre:Venganza / Mafia / Dominación / Matrimonio arreglado
Popularitas:4.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Edgar Romero

Matrimonios por contrato que se convierten en una visa hacia la muerte. Una peligrosa mafia de mujeres asesinas, asola la ciudad, asesinando acaudalados hombres de negocios. Con su belleza y encantos, estas hermosas pero letales, sanguinarias y despiadadas mujeres consiguen embaucar a hombres solitarios, ermitaños pero de inmensas fortunas, logrando sus joyas, tarjetas de crédito, dinero a través de contratos de matrimonio. Los incautos hombres de negocia que caen en las redes de estas hermosas viudas negras, no dudan en entregarles todos sus bienes, seducidos por ellas, viviendo intensas faenas románticas sin imaginar que eso los llevará hasta su propia tumba. Ese es el argumento de esta impactante novela policial, intrigante y estremecedora, con muchas escenas tórridas prohibidas para cardíacos. "Las viudas negras" pondrá en vilo al lector de principio a fin. Encontraremos acción, romance, aventura, emociones a raudales. Las viudas negras se convertirán en el terror de los hombres.

NovelToon tiene autorización de Edgar Romero para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 3

Gisela sonreía con coquetería y encanto. Era una postal absoluta de sensualidad e hipnosis Mordía un chupete riendo y abanicando sus ojos y hacía brillar su mirada traviesa. A Hugo Duarte le gustó su carita de ángel, su bella risita y su naricita puntiaguda. También sus cabellos aleonados, resbalando a sus hombros, un bello marco para su rostro juvenil y hermoso, dulce y tierno, pícaro a la vez.

Duarte aún tardó un rato en acercarse a ella. No es que le asustaba, sino que ella la deleitaba demasiado y le fascinaba mirarla y admirarla. Las piernas cruzadas eran adorables, un imán a sus ojos. Se les notaba tersas, firmes, suaves, provocativas y, por supuesto, besables. También los pechos que sobresalían, nítidos, debajo del vestido gris que apenas podía contener sus carnes rebosantes y maravillosas.

Ella seguía riendo, igual a un chasquido de olas después de estrellarse con los acantilados. Y era deliciosa, sabrosa, cautivante  y demasiado expresiva. Era difícil voltear a otro lado, cuando Gisela resultaba un regalo a la vista, llena de magníficas curvas, sinuosas carreteras, mágicos escarpados y bien silueteada bajo las luces del bar. Los ojos felinos delataban deseos, ganas de ser poseída y eso lo sabía Duarte. Se leía clarito en su mirada, incluso con tilde y doble raya, resaltado en fulgores chillones.

   Duarte no pudo resistirse más a la tentación que era ella. Quería besarla en realidad, desnudarla y conquistar todos los rincones de su apetecible cuerpo. Flotar en ese lago cristalino de sus carnes y recorrer por sus vastos territorios hasta su colinas más empinadas y saborear de sus deíficos manantiales escondidos.

-¿Me permite bailar?-, dijo Duarte, cortés, sin dejar de mirada los pechos voluminosos y que terminaban en en provocativas cimas que emergían en el vestido, volviéndolo loco y atrevido, a la vez.

Ella aceptó sonriente, haciendo una venia y aquello fue, aún, mucho más delirante y fogoso para él. Duarte pegó su cuerpo al de ella y le pareció mágico y encantador, una poesía hecha verdad. Sus manos no pudieron resistirse tampoco a tanta tentación y empezaron a navegar por la silueta de ella, yendo y viniendo por sus curvas tan sinuosas y provocativas, incluso rozó las sentaderas poderosas porque no podía contenerse más a la angustia que le provocaba tenerla cerca. Ella reía, reía y seguía riendo, sin quitarla la mirada de los ojos, imantándolo a su hipnosis cautivante y seductora.

-Bailas muy bien-, aceptó Duarte, encandilado a su belleza, rendido a sus encantos, embriagado a su perfume, deseando morder sus pechos, invadir sus campos prohibidos, llegar, incluso, a sus tesoros más recónditos de sus intimidades.

-Yo solo sigo tus pasos-, sonrió ella, con encanto y Duarte se sintió en las nubes, flotando en medio del espacio, ardiendo en deseos, convertido en fuego, anhelando revolcarse, de una buena vez, en la cama con ella.

-¿Qué hace una mujer tan bella, sola, por aquí?-, preguntó ensimismado Duarte.

-Me acabo de divorciar, dijo ella, celebro mi libertad-

-¿Sola?-, se interesó Duarte.

Entonces la pena coloreó los ojos de Gisela, también despintó ala sonrisa y su carita se llenó de tristeza, como una ola que remojó su lindo rostro tan dulce y romántico. -Sufrí mucho con él, me pegaba-, le contó entristecida. Había venido de una ciudad lejana, en busca de oportunidades, lo conoció a él, se enamoraron, se casaron pero la felicidad que parecía haber encontrado en sus brazos y besos, se evaporó en un santiamén cuando descubrió a un hombre abusivo, malo, prepotente, que desfogaba sus frustraciones y cóleras, con ella. El cuento de hadas se volvió, entonces, un infierno y ella decidió dejarlo.

-Tuve que denunciarlo a la policía, relató entristecida, me amenazaba, me perseguía, me seguía golpeando, yo no podía dejarlo-

Duarte no podía entender a ese género humano capaz de maltratar a tan divina rosa, a tan delicada flor, a tan excelsa y hermosa mujer. No cabía en su cabeza que alguien pudiera ser capaz de atacar a un ser mágico que regalaba el brillo en sus ojos, el dulce en sus labios y la excitación en su cuerpo perfecto.

  -Luego de dos años, conseguí el divorcio. Ahora celebro-, dijo ella, volviendo a colorear su mirada.

A Duarte tampoco le fue bien en el amor. Tuvo dos divorcios y un tercer intento se diluyó en una mujer que solo se interesaba por su dinero. Ahora se sentía una alma en pena, una sombra ermitaña sin rumbo, extraviado y perdido en un bosque oscuro y sin salidas, anhelando que se prendan nuevas luces en su existencia.

-Tengo una fortuna pero el dinero no lo es todo, le confesó él, quiero encontrar el amor verdadero, sentirme dichoso junto a una mujer-

Gisela lo besó entonces, con mucha pasión, con encono y vehemencia. Duarte se sintió, de repente, reconfortado, feliz, dichoso y flotando en una nube de algodón. Refrescó sus penas en los exquisitos y sensuales labios de ella y sus manos esta vez fueron más audaces recorriendo toda la perfecta anatomía de Gisela, hasta llegar a los límites que permite la decencia en público.

  El romance fue rápido,  de tan solo un par de semanas. Duarte se enamoró perdidamente de Gisela porque no solo era hermosa, sino tierna y pasional. Hicieron el amor tantas veces que parecían lobos hambrientos de placer, devorándose mutuamente, ardiendo en el fuego de la pasión, quemándose en el fuego de su emoción esmerada y hasta demencial cuando se restregaban bajo las sábanas desesperados y agradecidos a la vez.

  Duarte descubrió muchísimos nuevos  encantos en ella, más de lo que esperaba. Y era cierto, ella tenía muchos tesoros ocultos que disfrutó a sus anchas, llegando, incluso a fronteras lejanas, perdidas en la inmensidad de la sensualidad de ella.

Gisela ardía de pasión, siempre, en los brazos de Duarte. Porque él quería darlo todo lo que no pudo en todos esos años de frustraciones dolor, pena y decepciones. Entonces era un volcán en plena erupción vehemente cuando la tenía en sus brazos disfrutando de su cuerpo tan divino, lozano, sexy y demasiado bello y súper femenino.

  Ella disfrutaba de esa sensualidad, le gustaba arder en su propio fuego, sentir las llamas subiendo como cascadas hacia sus entrañas, haciendo chapotear la sangre en sus venas. Exhalaba pasión en su aliento. El placer brillaba en su mirada y brotaba como balotas de humo, en sus poros. Le gustaba y adoraba que Duarte la hiciera suya y llegara cada vez más hondo entre sus abismos mágicos y profundos.

  -He sufrido mucho-, le dijo Gisela a Duarte cuando le propuso firmar un contrato de matrimonio. Hugo no se negó, lo rubricó encantado y le entregó todo a ella. Su dinero, sus casas, sus joyas, todo, porque la amaba demasiado.

Gisela no quiso matarlo. Dejó la puerta de la casa abierta y se escondió en el baño. Los tres hombres que trabajaban para Telma Ruiz, se encargaron de él. Lo asfixiaron con una bolsa y luego se llevaron el cuerpo. También cargaron con el dinero en efectivo, las tarjetas, las joyas y todo lo que tuviera de valor.

Ella salió de la casa, apurada, dando tumbos, llorando, conmovida y sintiendo su corazón rebotando frenético en el pecho.

Fue a un parque y se tumbó a llorar sobre las bancas. -Duarte no merecía morir-, empezó a sollozar sin controlarse, arrullada, tan solo, por el canto de grillos desvelados.

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Gladis Torres
conchale que broma es esa uno esta inspirado leyendo y nos salen con esto
Rosa Nury Peguero
por qué hacer eso subir la novela sin terminar y ya no la terminan
Elizabeth Sánchez Herrera
más ➕ capítulos
Elizabeth Sánchez Herrera: gracias voy a leerlo 🙂
Edgar Romero: Gracias por tu apoyo Elizabeth, acabo de agregar un nuevo capítulo.
total 2 replies
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